Fin de una década

2020

Estar a unas horas de colgar una década más en el armario del pasado me pone en modo recuerdo, reconocimiento y reflexión.

Antes de encaminar mis pasos hacia el futuro, quiero detenerme y mirar hacia atrás.

Desde mi experiencia, el 2019 fue un año bipolar, sin tonalidades de grises. Fue intensamente bueno, estuvo lleno de cosas muy lindas; pero también, trajo momentos duros y grandes tristezas. Algunos sueños se hicieron realidad, otros explotaron como gallinas de caricatura que sólo dejan un reguero de plumas al reventar. Fue un año de aprendizaje y crecimiento personal obligatorio.

Me anima el cambio de año. Me produce una sensación de alivio, de esperanza. Me gusta pensar que vienen cosas buenas, nuevas oportunidades para poner en tierra metas que se quedaron dando vueltas en el aire o tuvieron intentos de aterrizaje fallidos, permisos para intentar otra vez.

El año nuevo es para mí como la hoja en blanco: me inspira, me permite visualizar posibilidades, me invita a escribir, a crear.

Y hoy no sólo cambia el año,  también cambia la década.

Me parece increíble todo lo que puede pasar en diez años.

Es impresionante darme cuenta de la transformación de mis hijas. Pasaron de ser niñas pequeñas que demandaban todo mi tiempo y atención, a ser jóvenes que no tardan en agarrar las riendas de sus vidas.

Hacia adelante me tocará verlas dueñas del volante -en sentido literal y metafórico- y conducirse hacia sus propios caminos. Cada vez iré decidiendo menos los detalles de sus vidas, pero con suerte, lograré mantenerme como una fuente de consulta valiosa para ellas.

Siento curiosidad por saber qué profesión elegirán, qué rincones del mundo querrán visitar, cuáles temas les apasionarán. Imagino que en los siguientes años conoceré a esa persona que les robará el corazón. Cada vez irán necesitándome menos para resolver el día a día. Y no lo digo con nostalgia, en verdad así lo deseo, pues entonces sabré que han adquirido las herramientas necesarias para vivir. Si conservo mi lugar en su lista de cinco personas favoritas, ya la hice.

¿Qué más pasó en la última década?

Corrí maratones, atravesé un país en bicicleta, me aventé al agua desde rocas a metros de altura, nadé algunos kilómetros en el mar, caminé en la montaña, jugué basquetbol -ahora en la liga de mamás-, aprendí a jugar tenis.

Gané arrugas, pecas, canas, una enfermedad autoinmune, medicinas en el buró, insomnio intermitente. Tuve que despedirme de algunas partes del cuerpo que empezaron a dar problemas. Llegué a la edad en que tengo que cuidar mi alimentación y hacerme a la idea de pasar por chequeos para mantener la maquinaria en el mejor estado posible. Ni modo.

Hice nuevas amistades, conocí a personas que me enseñaron mucho, partieron seres muy queridos, también mascotas. Leí un montón de libros -tantos que perdí la cuenta- y descubrí que tengo pésima memoria para recordarlos. Me convertí en tía de tres increíbles seres humanos. Me lancé a la aventura de trabajar por mi cuenta, eso sí, sin sacar el pie del salón de clases pues me apasiona la educación. Comencé este Blog, escribí un libro, viajé a lugares increíbles, me hice conferencista, coach, atravesé varias tormentas. ¡Uf!

En esta década llegué al destino cumbre conocido como “middle age” con su “midlife crisis”. El trayecto es interesante, también irónico. Invertimos años, energía, recursos y trabajamos diligentemente para convertirnos en ese alguien que cumple con los requisitos en la lista prefabricada del éxito -estudios, familia, profesión, dinero, lujos, etc.- Vamos empeñados y a paso firme a encontrarnos con esa versión que se ajusta a lo que dictan las reglas para ser feliz…

Y, sin embargo, puede pasar, que al llegar nos demos cuenta de que tenemos todo lo que algún día quisimos, pero nos perdimos en el camino. Por eso la crisis. Empieza la sacudida, la tristeza, la sensación de vació, el tedio. Se vuelve necesario hacer un alto para desarmarnos, reconstruir nuestras piezas, despejar las nubes para volver a ubicar a nuestra estrella polar y decidirnos a vivir una vida que nos haga sentido en lo más profundo, aunque hagamos trizas el molde que alguien más construyó para nosotros.

He notado también que el tiempo ha acelerado su paso. Esta década desfiló mucho más rápido que la otra y algo me dice que esta que empieza volará a la velocidad de la luz. Aún no decido si hacer el doble de actividades que nutren el alma o, más bien, hacer la mitad, pero más despacio y estando más presente para estirar el tiempo. Lo que sí me queda claro es que ya no queda mucho lugar para la paja, ni para las tonterías que roban tiempo y distraen.

Si el tiempo pasa más rápido con la edad, entonces hay que elegir mejor a qué dedicarlo. Menos complacencia, menos obediencia, menos vivir para darle gusto a los demás. Más determinación para ir tras lo que hace grande nuestro corazón, más valor para ser auténticos.

Hoy es un buen día para trazar las metas no sólo del siguiente año, sino de la siguiente década.

Antes de arrancar con una lista de propósitos de nuevo ciclo es importante dedicar tiempo a pensar lo siguiente: ¿Cómo quiero sentirme?, ¿Qué emociones quiero sentir?, ¿Qué experiencias quiero tener?

Con frecuencia hacemos listas de lo que queremos… Viajar por el mundo, un trabajo estable, escribir una novela, encontrar una pareja, tener buena condición física. En realidad, lo que andamos buscando es cómo queremos sentirnos… Libres, independientes, creativos, amados, sanos. Andamos detrás de una manera de sentir. Es por aquí que tenemos que empezar antes de definir nuevas metas.

Yo quiero sentir paz, libertad, claridad, amor, creatividad, diversión, curiosidad, valentía.

Me quedo con la frase de Mark Twain como guía para la década que viene:

“Dentro de 20 años lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona puerto seguro. Atrapa el viento en tus velas. Sueña. Explora. Descubre”.

¡Feliz inicio de década!