Día Internacional de la Felicidad

happyday

Hoy es el día Internacional de la Felicidad. Desde el año 2013, la Organización de Naciones Unidas (ONU) celebra este día con la intención de resaltar la importancia de la felicidad en la vida de los habitantes del mundo.

Recuperé de mis archivos este artículo que explica a grandes rasgos de dónde viene este tema que ya tiene día oficial en el calendario.

Sin importar quiénes somos, cuándo o en dónde vivimos, las personas compartimos el deseo de ser felices y, detrás de este ideal, está el por qué de todo lo que hacemos. Esta es una razón suficiente para afirmar que la felicidad es importante.

La felicidad es más que una sensación placentera. Es un mecanismo que induce un estado emocional que nos da ventajas para jugar en la vida colocándonos en mejor posición de cancha y con recursos de mayor calidad.

La felicidad es una habilidad esencial. Si quieres conocer con detalle sus beneficios te recomiendo que sigas este vínculo.

¿Cómo sabemos todo esto?

La búsqueda de la felicidad es ancestral, pero el esfuerzo por estudiarla desde un punto de vista científico es relativamente nuevo y comenzó con investigaciones aisladas en diferentes áreas de la academia, por ejemplo, en la Economía alrededor de 1940.

La Ciencia de la Felicidad o la Psicología Positiva, como la conocemos hoy, surgió hace apenas unos veinte años -en 1998- y gracias a Martin Seligman, profesor e investigador de la Universidad de Pensilvania.

Hasta el año 2000, aproximadamente, por cada artículo que había sobre la felicidad, el amor, la alegría, la satisfacción en el trabajo o las emociones positivas, había veintiún publicaciones sobre depresión, ansiedad, esquizofrenia y neurosis.

La psicología tradicional parte de las preguntas: ¿Qué está mal? y ¿Cómo lo arreglamos?

Entonces si te sientes triste, ansioso, sin ánimo y energía para sacar adelante tus días, quizá decides consultar a un psicólogo o a un psiquiatra tradicional. Y una de las primeras preguntas que te hará –después de ¿cómo te llamas? y ¿Quién te recomendó conmigo?– seguramente será: ¿Qué problema te trae por aquí?

La psicología tiene como objetivo reparar algo que está roto, que no funciona correctamente, trata de las emociones oscuras, de las disfuncionalidades y los desórdenes. Tiene como fin llevar a una persona que está en números rojos o en un estado emocional negativo de regreso al promedio, al cero, a un estado neutral.

Este modelo basado en composturas no es exclusivo de la psicología tradicional.

Generalmente nos enfocamos en corregir fallas. Durante las sesiones de retroalimentación, los jefes señalan nuestras “áreas de oportunidad”; los consultores tradicionales  analizan en las empresas equipos de trabajo para encontrar deficiencias. Y del colegio recibimos mensajes cuando nuestros hijos se portan mal o necesitan clases extras para ponerse al corriente en ciertas materias.

Pero no todo son problemas y no todo está roto.

Martin Seligman comenzó a cuestionar el alcance de la psicología tradicional al darse cuenta de esta marcada tendencia hacia enfocar esfuerzos en lo triste, lo malo y lo negativo.

No todas las personas están tristes o están tristes todo el tiempo. Muchos matrimonios funcionan y permanecen juntos toda la vida; hay gente que disfruta haciendo su trabajo, individuos que tienen redes de apoyo, amistades sólidas y recursos para hacer frente a las adversidades. Existen los optimistas y lo que están satisfechos con sus vidas. Hay personas felices.

Seligman puso sobre la mesa preguntas diferentes: ¿Qué hace la gente que se siente bien? ¿Qué características tienen las relaciones interpersonales exitosas? ¿Qué distingue a las amistades que duran para siempre? ¿Qué hábitos tienen los individuos que están contentos con sus vidas? ¿Qué podemos aprender de las personas felices?

Un enfoque diferente.

La Psicología Positiva parte de las preguntas: ¿Qué está bien? ¿Qué funciona? y ¿Cómo podemos construir sobre eso?

Esta nueva ciencia no tiene nada que ver con ignorar lo que no funciona –en mí, en mis relaciones, en mi trabajo, con mis hijos-. La psicología positiva se trata de reconocer, apreciar e incluir TAMBIÉN lo que sí funciona, lo que sí sale bien.

Nos ofrece un panorama más completo de la realidad y de lo que existe. Así como hay dolor, sufrimiento, odio y coraje… En el mundo también hay amor, alegría, solidaridad, generosidad, cariño y felicidad.

Cambiar la pregunta es siempre un ejercicio poderoso. Cuando preguntamos: ¿Qué está mal? Encontramos problemas y la misión se convierte en un rescate. Cuando preguntamos: ¿Qué está bien? Visualizamos fortalezas, habilidades y motivación para crecer.

Cuando cambias la pregunta, cambia la respuesta.

¡Feliz día de la Felicidad!

Helmut

Helmut

A veces las tristezas llegan todas juntas. Me las imagino poniéndose de acuerdo entre ellas en un chat especial para aprovechar la vuelta, ahorrar gasolina y dividir la cuenta.

El viernes pasado nos tocó despedir a Helmut, el bóxer blanco que de tan feo era bonito.

Fue el primogénito de mi hermano y su esposa. Hijo único hasta que se convirtió en el hermano mayor y compañero inseparable de mi sobrina. Helmut además era el tío de cuatro patas favorito de mis hijas y uno de mis seres vivos preferidos.

Helmut fue un perrazo.

Su historia es un ejemplo de amor a primera vista. Un día salieron a pasear mi hermano, mi cuñada y su papá, que estaba de visita en la ciudad. Mi cuñada –que no andaba con planes de hacerse de un perro ese día- se detuvo a hacerle fiestas a un grupo de cachorros bóxer que vendían en la calle. El único perro blanco del grupo se le aventó a los brazos y ella, como si se conocieran de toda la vida, le dijo “Hola Helmut”. Su papá, al presenciar aquella escena, compró al cachorro en el instante y Helmut se fue a su nueva casa, como si ya viniera de ahí.

Helmut era un perrote. Desde pequeño -con un par de kilos de peso- se acostumbró a dormir encima de su dueño mientras leía. Helmut jamás renunció a ese puesto. Tenemos cientos de imágenes de mi hermano torcido leyendo bajo 35 kilos de bóxer blanco.

Helmut era copiloto. Mi hermano y yo no vivimos en la misma ciudad, pero coincidimos un par de veces al año en casa de nuestros padres. Un día estábamos mis papás y yo esperando que mi hermano y su familia llegaran de su viaje en carretera. Llamaron por teléfono para avisar que estaban cerca, así que salimos a la calle a recibirlos. A lo lejos apareció su carro rojo con mi hermano al volante y Helmut sentado -muy derecho y con el cinturón de seguridad bien puesto- en el asiento del copiloto… “riding shotgun”. ¡Que “Waze” ni que nada!.

Helmut fue el mejor niñero del mundo. Le seguía la corriente a mis hijas y se convertía en caballo para brincar los obstáculos fabricados con escobas y trapeadores colocados en cruz por los pasillos alrededor de la casa y el jardín. Nunca lo vi reparar, si consideraba muy alto el reto, entonces pasaba por debajo. Tampoco me toco escucharlo decir “ya no juego”.

Sabía jugar a las escondidas y lo hacía tan bien que mi hijas preguntaron… ¿Tía, hasta cuál sabe contar Helmut?. “Yo creo que hasta el 20” les dijo. Y yo creo que sí, pues jamás salió a buscarlas ni antes ni después. Aunque sospecho que la tía tenía algo que ver en el juego.

Helmut era especial. Indignado cuando la menor de mis hijas lo hizo a un lado para entretenerse con lo que le trajo Santa tomó cartas en el asunto y de uno en uno fue escondiendo los juguetes. Y casi nada como verlo llevándole sus huesos de carnaza a mi sobrina cuando lloraba.

Helmut era una obra de arte caminante. Su blancura lo convirtió en un lienzo perfecto para su humana, que con sus plumones hizo innumerables diseños exóticos y estampados en piel. “¿Por qué pintaste a Helmut?” preguntó su mamá a mi sobrina una vez… “porqué estaba muy blanco” respondió con una lógica irrefutable. El abuelo siempre quiso dibujarle cejas.

Tengo la memoria llena de recuerdos. Me llegan todos juntos.

¿Dónde está el botón de “deshacer”?

¡Qué difícil es asimilar la partida de una mascota!

¡Qué difícil es extrañar!

No queda más que presionar el botón de “regresar” y revivir en la mente los momentos especiales. No importa si hoy nos hacen llorar. Llegará el día en que logremos recordar sonriendo.

Nos toca extrañar a Helmut.

Sus pelos blancos, sus rosas atributos, sus babas, su mirada entendida y profunda, su nobleza, buen humor y buena actitud.

Nos toca extrañar a ese bóxer blanco que de tan feo era bonito y que nunca necesito palabras para comunicarse pues lo hacía con su corazón, con su gigantísimo corazón.

¡Gracias Helmut!

“Permiso para…”

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El tema para esta semana me llegó estando sentada en un avión poco después de que cerraran la puerta.

Desde la cabina de pilotos, el capitán nos dio la más cordial bienvenida y nos puso al tanto de las condiciones en la ruta de vuelo. Lo hizo tan de prisa que las palabras le salieron todas juntas, sin espacios, con una dicción tan clara como la letra de doctor. Sólo entendí “tripulación iniciando movimiento”.

Entonces arrancó la sobrecargo con su set de informes e instrucciones. Todo iba “business as usual” hasta que anunció nuestro destino final en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de San Antonio.

“Yo voy a la Ciudad de México” gritó un señor sentado un par de filas atrás de mi y de un salto se puso en el pasillo. Con su abrigo y papeles bajo el brazo izquierdo, caminó apurado hacia el frente sacudiendo el boleto sobre su cabeza con la mano derecha. Se detuvo frente a la sobrecargo y angustiado suplicó: “Necesito permiso para bajar del avión”.

La sobrecargo interrumpió el comunicado y avisó a la cabina de pilotos. El avión hizo alto, cambiaron la reversa por el drive y dijeron “regresando a la posición”. Acercaron lentamente el gusano a la aeronave… “tripulación desarmar toboganes”. Abrieron la puerta y por ahí salió corriendo el señor.

Intento de despegue uno: fallido.

Ahora venía el equipo de seguridad. Resulta que es obligatorio hacer una revisión minuciosa del avión en situaciones como esta para asegurar que el pasajero no haya olvidado algunas de sus pertenencias, especialmente, una bomba.

Mientras todo esto pasaba me puse a pensar que lindo sería que la vida te dejara saber con claridad a dónde vas; que anunciara por el altavoz el destino final para saber si estás en el vuelo correcto o tienes que bajarte, aunque eso implique activar el protocolo de emergencia y aguantar las miradas reprobadoras e impacientes de los compañeros de viaje. O que delicioso sería tener la capacidad de disfrutar el viaje sin saber con certeza cuál será la parada confiando en que en donde sea que aterricemos estaremos bien.

Andaba en eso cuando me vinieron a la mente los “permission slips” de Brené Brown, una de mis escritoras favoritas. A veces tenemos que darnos un permiso especial a nosotros mismos para hacerle frente al día, a la semana, a una situación particular o a la vida.

Este ejercicio consiste en escribir un permiso –como cuando en el colegio te daban una nota de autorización para salir del salón o no tomar la clase de deportes- en un Post-it, traerlo doblado en la bolsa del pantalón o pegado donde podamos verlo para recordarnos que está bien, que en este momento puede ser así o que hoy necesitamos esto.

Van algunos ejemplos.

Hoy me doy permiso para… “estar triste, aunque se note”, “no ser una mamá perfecta”, “equivocarme”, “no tener todas las respuestas”, “hablar de felicidad aunque no siempre la sienta”, “para cantar desentonada”, “para jugar y reírme con mis hijos”, “para no tomarme la cosas de manera personal”, “para decir que no”, “para opinar”, “para intentar aunque no me salga”, “para dormir una siesta”, “para quedarme en pijama toda la mañana”, “para no responder el teléfono”, “para perdonar”, “para estar presente”, “para comer con gluten”.

¿Qué permiso necesitas darte hoy?

Se retiró el equipo de seguridad, cerraron la puerta del avión… “Tripulación armar toboganes”“iniciando movimiento”.

Y de pronto, alto otra vez… “Regresando a la posición”, anunció el piloto por la bocina. Cambio de reversa a drive. Otra vez el gusano… “Tripulación desarmar toboganes”.

Abrieron la puerta del avión y ahora entraba el equipo de mantenimiento a la cabina de pilotos. Apagaron los motores, nos quedamos a oscuras. Esta vez un foco rojo anunciaba una posible falla mecánica… “vamos a resetear la computadora de la aeronave” se oyó por la bocina.

Intento de despegue dos: fallido.

Entonces me puse a pensar que este viaje en avión empezaba a parecerse mucho a la vida… imprevistos, fallas, regresar, revisar, resetear, esperar, soltar el control, confiar, incertidumbre, reparar y siempre volver a intentar.

Se fue el equipo de mantenimiento, cerraron la puerta. “Tripulación armar toboganes”, “iniciando movimiento”, “nos vamos”“Ahora sí disfruten su vuelo”.

Intento de despegue tres: exitoso.