Neblina mental

brain fog

Ayer desperté con los cables cruzados. Fue una de esas mañanas en que abres una ranura con el ojo derecho y, desde ya, sabes que el camino es cuesta arriba. Neblinas mentales y coctel emocional.

Está por terminar agosto pensé. De ahí hice cuentas. Se fue la primavera, al verano le falta poco. Sospeché que el otoño y el invierno se irán por el mismo pandémico lugar. Y entonces las paredes se me cayeron encima.

Para este “mood”, el remedio para mi es salir a correr o andar en bici. La cadencia de las pisadas o de los pedales, me ayuda a despejar los remolinos emocionales y las nubes mentales. Nota: las herramientas funcionan.

Decidí correr escuchando un podcast. Encontré en “The TED Interview”, un episodio con el nombre: “Elizabeth Gilbert dice que está bien sentirse abrumado. Aquí está lo que hay que hacer ahora”.

Desde mi punto de vista, Liz Gilbert -autora del libro Comer, Amar, Rezar- tiene una habilidad fuera de este mundo para desenredar y poner en palabras lo que sentimos.

Play y a correr.

¿Verdad que es increíble cuando el universo te manda justo lo que necesitas?

Le atiné a un podcast que me ponía por delante una conversación sobre el buffet de emociones por el que estamos pasado desde hace meses. Me sirvió mucho escucharlo. Te comparto lo que me pareció valioso. Confieso que fue difícil elegir, pues los 60 minutos valen la pena.

Ansiedad. Hay muchos sabores de ansiedad y el que sea que sientas es válido. El único sabor de ansiedad que sobra es el de “emociones sobres mis emociones”, pues éste es un problema adicional. Si sientes miedo y después sientes miedo por sentir miedo; si estás estresado y después te estresa estar estresado… es como subirle dos rayas al nivel de ansiedad. Sentirnos culpables o recriminarnos por pensar que deberíamos estar llevando mejor la pandemia -ser más relajados, más creativos, más productivos- sólo sirve para multiplicar el sufrimiento. ¡Es nuestra primera pandemia! Lo que aplica es darnos una dosis de bondad y compasión a nosotros mismos por la ansiedad que sentimos.

También me gustó esta idea sobre una de las paradojas de la humanidad.

No existe una especie más ansiosa que los humanos. Tenemos la habilidad para imaginar el futuro. Allá todo lo terrible puede pasar en cualquier momento, en cualquier parte y a cualquier persona. Creamos películas de terror en nuestra cabeza. Con nuestra imaginación viajamos a lugares que nos provocan miedo, ansiedad, inseguridad y nos convencemos de que no tendremos la capacidad para lidiar con eso.

La paradoja es que, también somos la especie más resiliente. Nuestra capacidad de adaptación es increíble. Cuando la vida nos sirve una tragedia, somos capaces de lidiar con ella. Sobrevivimos en lo personal a las adversidades y como humanidad también.

Podemos encontrar paz si reemplazamos el miedo y la ansiedad con la confianza de que, llegado el momento, la intuición nos dirá qué hacer.

Soledad. Quedarnos en casa y poner distancia física entre nosotros, está provocando sentimientos de soledad. Anhelamos la compañía en tercera dimensión, extrañamos los abrazos. Es frustrante y triste no poder pasar tiempo con la gente que queremos.

Al mismo tiempo, esta es una gran oportunidad para pasar tiempo con nosotros mismos. Y no se tú, pero yo recuerdo todas las veces que dije “me encantaría pasar un mes sola”, “quisiera irme a un retiro espiritual o a un centro de meditación en una montaña”, “quisiera que el mundo se pusiera en pausa”. También recuerdo todas las veces que escuché a alguien más decir lo mismo.

¿Qué pasaría si en lugar de llamarle a este tiempo “confinamiento”, le llamáramos “retiro espiritual?, ¿Qué pasaría si utilizáramos la curiosidad para caminar hacia adentro?, ¿Qué pasaría si tuviéramos la valentía de aguantar nuestra propia compañía? ¿Qué pasaría si avanzáramos con mente abierta y sin resistencia a la emoción que nos incomoda? ¿Qué pasaría si no tenemos tanta prisa por salir de esta situación que potencialmente puede transformarnos para bien?

Duelos. ¿Qué le dices a una persona que ha perdido a más de un familiar a causa del coronavirus? ¿Cómo hablarle a una persona que ha perdido a alguien? No hay palabras. Punto. Todo se queda corto. El duelo es más grande que nosotros y más grande que nuestros esfuerzos para manejarlo. Con frecuencia pensamos que, si sabemos administrar el duelo, lograremos brincarnos el sufrimiento. No es así. Tenemos que darnos permiso de sentirlo, dejar que nos atraviesen sus olas. La respuesta física emocional dura en nuestro cuerpo alrededor de 90 segundos. Lo que sigue es respirar y reconstruir a partir de ahí. Esto no significa que el duelo termina. Significa que lo sentimos, lo dejamos atravesarnos y seguimos otra vez. Todas las veces que sea necesario. Confiar en que la intuición nos murmurará el siguiente paso y recordar que nuestro espíritu es resiliente.

Control. Uno de los retos mas grandes que ha venido con esta pandemia es la sensación de pérdida de control. La incertidumbre y la frustración que vienen con no poder planear más allá de una semana está generando un incremento acentuado en los niveles de ansiedad. De acuerdo con Liz Gilbert, esto de tener el control es un mito… “no teníamos control, sólo ansiedad”, “no estamos perdiendo el control, más bien, estamos dándonos cuenta de que nunca lo tuvimos”. El cambio constante es lo normal. Aceptar que no tenemos control sobre la gran mayoría de las cosas, ni de las personas, ni de las situaciones, es la vía más rápida a la libertad. Hacer nuestro mejor esfuerzo, trabajar duro y después rendir el resultado al universo da paz.

En la entrevista, Gilbert habla también sobre el enojo, la curiosidad, la creatividad y la empatía. Aquí te dejo el vínculo. Te recomiendo que dediques una hora a escuchar esta conversación.

Después de correr acompañada de estas palabras se me descruzaron los cables y se me despejó el cielo. Decidí dejar de pensar en el otoño que aún no llega y disfrutar del día de verano que tenía disponible.

Persiguiendo la luz del día

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El fin de semana leí “Persiguiendo la luz del día”. Eugene O’Kelly, antiguo CEO global de KPMG, escribió sus memorias en los tres meses y medio que pasaron entre su diagnóstico terminal de cáncer en el cerebro y su muerte en septiembre de 2005.

En su libro, O´Kelly narra los detalles de su enfermedad, así como sus reflexiones sobre la vida, la muerte y el éxito. Me pareció un texto sin desperdicio, emotivo y lleno de esa sabiduría que viene con estar al tanto de cuántos días quedan en la cuenta regresiva.

Tenía este libro formado en mi lista desde hace varios meses. No sabría decir por qué decidí leerlo justo ahora, pero calzó perfecto con la hipersensibilidad que tengo relacionada con tantas malas noticias. La muerte está trabajando turnos dobles y se asoma por todos los rincones.

No nos gusta pensar en nuestra muerte, nos da miedo, hacemos como que a nosotros no nos tocará, o al menos no en el futuro cercano. Quizá la ignoramos para no invocarla, volamos fuera de su radar para que se olvide de nuestra existencia. El peligro de andar por aquí olvidando que somos mortales es que tiramos el tiempo a la nada.

Cuando O’Kelly recibió el dictamen de su enfermedad y supo que le quedaban alrededor de 100 días, decidió administrar su muerte para que fuera lo más bella posible. Tuvo que hacer ajustes rápidos para vivir de la mejor manera posible.

Te comparto las lecciones que aprendí.

Lazos sociales. O’Kelly hizo una lista de todas las personas importantes en su vida y provocó un intercambio para despedirse. Expresó su cariño, compartió su admiración, mostró gratitud, resaltó momentos especiales del pasado. Para sus seres más cercanos organizó una última ocasión especial. Cerró sus relaciones honrándolas.

No hay nada más importante y valioso que nuestra gente. No tenemos que esperar una sentencia de muerte para hacer este ejercicio. La invitación es: hacer una pausa para pensar en las personas que queremos, en por qué las queremos y en decirlo. Hoy estamos aquí y podemos. ¿Quién está en tu lista?, ¿Qué te gustaría compartirles?, ¿Y si ya no esperas más? El amor escondido no le sirve a nadie.

Aceptación. Esto no quiere decir que la realidad que tenemos por delante nos gusta y entusiasma. Creo que ninguno de los que estamos aquí nos formamos para ser protagonistas en una historia de pandemia, por ejemplo. Aceptación significa que le hacemos frente a lo que llega, lo vemos, le ponemos nombre y trabajamos a partir de lo que hay. Resistirnos a situaciones que no podemos cambiar ni controlar sólo aumenta el sufrimiento.

Simplificar. Hacer un análisis del corto, mediano y largo plazo y dejar ir todo aquello que ya no sirve o aporta a nuestra vida. Concentrarnos en lo importante. Nuestra cultura ha girado en torno al “multitasking”, a tener más y mejores cosas. Acumulamos sin detenernos a preguntar: ¿Cuánto es suficiente? Vivimos más plenos y felices cuando identificamos nuestras prioridades y concentramos nuestra energía y recursos en conseguirlas. Todo lo demás sobra. ¿Te has dado cuenta de todo lo que se ha vuelto irrelevante en estos meses de pandemia?

Vivir en el presente. Disfrutar cada momento exactamente por lo que es. Si quitamos el piloto automático y vivimos con atención plena, entonces es fácil concluir que el momento presente es un regalo. ¿Te ha pasado que sabes que una experiencia está por terminar y entonces decides disfrutarla al máximo? Las últimas horas de unas vacaciones, los últimos minutos antes de separarte de alguien que quieres, la última canción del concierto que te gusta. Los sentidos se encienden cuando sabemos cuánto tiempo queda en el reloj. Y entonces ponemos atención al color del cielo, al sonido de los pájaros, al olor de su pelo, al sabor de la comida. Todos estamos en cuenta regresiva… ¿Por qué no empezar a disfrutar cada momento disponible desde hoy?

Momentos perfectos. Si vivimos en el momento presente podemos reconocer, crear y desenvolver momentos perfectos en lo cotidiano. En cada martes, en cada tarde, con cada persona. Llamadas, caminatas por la montaña, el calor del sol en la piel, la risa de tus hijos, un cumplido, una combinación de letras que hacen vibrar el corazón, conversaciones que divierten, que transforman, un intercambio de miradas. Podemos provocar momentos perfectos. Saca la vajilla fina, ponte el vestido que está esperando una ocasión especial desde que lo compraste, canta en voz alta.

Estamos recibiendo recordatorios constantes de que la vida tiene fecha de caducidad. Y más que asustarnos, creo que esto debería motivarnos a vivir con todo, a vivir enserio, a vivir con intención.

La vida es ahorita.