Memorias de hoy, momentos de ayer

 

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De unos meses para acá me ha dado por escuchar audiolibros mientras manejo, para que mi tiempo al volante –que en ciertos días es mucho- sea más divertido y provechoso.

Mi audiolibro en turno es “El poder de los momentos”, la publicación más reciente de Chip y Dan Heat. Hasta ahora, me ha parecido interesantísimo y me ha tenido pensando en ideas para escribir un artículo sobre el tema.

Los autores explican que nuestros momentos más memorables están cargados de alguno de estos cuatro elementos: elevación, revelación, orgullo y conexión. No voy a dedicar este espacio a explicar cada uno de estos elementos –quizá en otra ocasión-.

Hoy más bien voy a compartir contigo lo que resultó de la combinación de dos conceptos del libro, una pregunta y una linda experiencia que tuvimos en casa durante el fin de semana.

Así es este proceso de escribir… De pronto piezas sueltas se acomodan para darme algo que decir.

El primer concepto es que recordamos más y mejor los momentos que generan conexión entre personas, esos que estrechan nuestros vínculos con otros, especialmente con quienes más queremos.

El segundo concepto es que las personas tendemos a recordar el final de una experiencia, así como sus mejores o peores momentos y nos olvidamos del resto.

La pregunta que daba vueltas en mi cabeza desde que la escuché era… ¿Cómo podemos crear recuerdos valiosos para nuestros hijos?

Y ahora la experiencia del fin de semana…

Encontré una caja que llevaba tiempo sin abrir. Una caja de cartón café que usamos cuando nos mudamos de casa y arrumbé en algún lugar, mientras le encontraba su lugar. Estaba pandeada por el tiempo, maltratada por el olvido y todavía cerrada con cinta canela. En la parte superior tenía escrito con plumón rojo y letras apresuradas: “Libros niñas”.

Recuerdo que decidí guardar todos los libros de cuentos de mis hijas, a pesar de que ellas –sintiéndose ya grandes- aseguraron que debía regalarlos. Algo me dijo que los conservara.

Abrí la caja y llamé a mis tres. Les pedí que revisaran todos los libros para decidir si querían conservar algunos antes de buscarles nuevos dueños.

Se acercaron y sin mucho interés miraron estando de pie lo que había adentro de la caja. Más pronto que tarde, se sentaron en el suelo para explorar con detalle los ahora tesoros que iban saliendo. Empezaron a escucharse exclamaciones como: “¡este cuento me encantaba!”, “¡este libro era mi favorito!”, “¡wow!… ya se me había olvidado”.

Esos libros que yo pensaba estaban por salir de mi casa fueron recuperando uno a uno su lugar en el estante, luego de ser leídos una vez más.

Mamá… me acordé de cuando me leías “un beso en mi mano” antes de ir al colegio, porque no me gustaba separarme de ti. Me dabas un beso en la mano y me la cerrabas, así como la mamá mapache hacía con Chester, para que me lo llevara al colegio y me lo pusiera en el cachete si sentía miedo o te extrañaba mucho.

 Y yo también me acordé…

Mi cuento favorito era “Adivina cuánto te quiero” porque jugábamos a ver quién quería más a quién y repetíamos mil veces: pero yo te quiero un puntito más. Una vez me dijiste que me querías hasta la luna y de regreso, y como yo no sabía si eso era mucho o poquito te pregunté si la luna estaba cerca o lejos…. Muy muy muy muy muy lejos, dijiste.

Y yo me acordé de lo rico que era abrazarla oliendo a recién bañada cuando la tapaba con la cobija antes de dormir.

A mi me encantaba el cuento de la bruja que aceptaba la ayuda de todas las creaturas de Halloween para arrancar una calabaza gigante del suelo porque quería hacer un pay.

Y a mi me vino a la memoria su maravillosa capacidad para ponerle ritmo a los cuentos. Para ella, cada historia tenía su propia tonada, las letras se convertían en signos musicales y entonces en lugar de leer los cuentos, los cantábamos.

Esa tarde de sábado nos visitaron otra vez gansos que andaban en bicicleta y enloquecían a la granja entera, viejitas que se tragaban murciélagos, jirafas que no querían bailar porque pensaban que no podían, pingüinos, unicornios y hasta aquel niño al que un buen día se le empezaron a caer los ojos, la nariz, la boca y las orejas. Nos acordamos de la Casa Mágica del Árbol y de la Telaraña de Charlotte.

Regresaron a mi mente imágenes de aquellas noches cuando me sentaba en el cuarto de mis hijas a leerles antes de dormir. Cada niña en su cama, el cuarto oscuro para que fueran agarrando sueño, la única luz disponible salía de mi teléfono celular para iluminar la página. Volvieron a mi memoria mis hijas en sus versiones de 4 y 7 años, con sus pijamas de rayas de colores, su peluche favorito y sus pelos locos.

De esa caja aplastada no salieron solo libros. Salieron cataratas de recuerdos y ráfagas de experiencias que construimos alrededor de esos cuentos. Resurgieron momentos invaluables que volvieron a conectarnos en el presente.

Y es verdad… no me acuerdo de lo demás. Se me había olvidado lo difícil y casi imposible que era hacer dormir a mis tres hijas. No me acordaba que seguido me sentía desesperada, cansada y sin muchas ganas de volver a leer el mismo cuento. Ya se me había borrado de la cabeza que leía rápido para acabar más pronto y me quedaba callada esperando que ya estuvieran dormidas.

Ahora me acuerdo sólo de lo bueno y agradezco haber dedicado tantas noches a leer cuentos. No sólo leímos cuentos. Escribimos historias que podemos volver a contar y que nos hacen sentir felices. Creamos momentos poderosos.

Me parece que la respuesta a esa pregunta que traía en la cabeza es sencilla: fabricamos recuerdos para nuestros hijos cuando estando presentes.

Al final… Somos una colección de momentos.

Amigos

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El tema de esta semana se escogió solo y no admitió negociación. Cuando el día en que publicas coincide con el 14 de febrero, día del amor y la amistad, no hay más.

Ayer leí un artículo del New York Times que me atrapó con el nombre: “Si quieres un mejor matrimonio, compórtate como si fueras soltero”. ¿A poco no está sexy el título? Aquí te dejo el vínculo.

Aunque el encabezado logra levantar intrigas, en realidad el objetivo del artículo es resaltar lo importante y necesario que es tener una red sólida de amigos –aunque tengamos una pareja- para sentirnos felices y tener un bienestar emocional sano.

Y es que las parejas tienden, de manera natural, a reducir su mundo a las interacciones entre ellos y a su núcleo familiar. Esto es lo más cómodo, lo más sencillo y lo más practico; sin embargo, no es lo óptimo ni es suficiente.

Los amigos son un ingrediente clave en la felicidad, así que la publicación de hoy va con dedicatoria a la parte del día de San Valentín que se ocupa de la amistad.

Las personas venimos programadas de fábrica para conectar y pertenecer a un grupo. Estar aislados por periodos de tiempo largos es nocivo para nuestra salud.

Vivimos más tiempo y con más salud cuando tenemos lazos sociales estrechos; estudios muestran que la gente que tiene una red amplia de amigos y socializa de manera regular tiene un riesgo de mortalidad un 50 por ciento más bajo que aquellos que no.

Los amigos también contribuyen positivamente a nuestra salud mental. Contar con ellos nos hace menos propensos a experimentar tristeza, soledad, baja autoestima, trastornos alimenticios o de sueño.

Pasar tiempo con amigos tiene consecuencias positivas para la gente que vive con nosotros. Somos mejor idea para nuestra pareja e hijos después de pasar un rato agradable con amistades, pues regresamos recargados de energía, inspirados, más ligeros y, entonces, los recursos personales que ponemos a su disposición son de mejor calidad.

Los amigos agregan sabor a nuestras vidas y entre más diversas sean nuestras amistades, mejor. Vale la pena hacer el esfuerzo por ampliar nuestro grupo social y cultivar nuestra curiosidad para conocer a todo tipo de personas –roqueros, fotógrafos, chefs, deportistas, viajeros, artistas, académicos, apasionado de los vinos, de las mariposas, exploradores, decoradoras, músicos, escritores, estilistas, ejecutivos, etc. Cada persona es una ventana a un mundo diferente al nuestro y descubrimos cosas increíbles cuando tomamos la decisión de asomarnos a través de ellas.

Los amigos son una aventura, son diversión, cada uno de ellos nos complementa de manera diferente y van ganando importancia a medida que nos vamos haciendo viejos.

La frecuencia, la proximidad y el contacto personal son importantes. Compartir el espacio en tercera dimensión y de manera frecuente tiene un impacto mucho más grande en nuestra felicidad que tener contacto a través de una pantalla o sólo de vez en cuando.

Dicen por ahí que los amigos son la familia que escogemos. Y yo no podría estar más de acuerdo con esto. Los vínculos que podemos desarrollar con nuestros amigos pueden llegar a ser igual o más fuertes que con algunos familiares.

Me pongo a pensar en todos los amigos y amigas que han contribuido a mi vida y han dejado su huella. Soy quien soy y estoy donde estoy gracias a cada uno de ellos.

Están los de una clase, los de un viaje, los de temporadas cortas, los de proyectos específicos, los que ya no están. De algunos perdí la pista, pero de nadie su recuerdo. Cada nombre levanta una ola de memorias.

Y por supuesto, están mis amigos de toda la vida. Los que han estado en los momentos más lindos y también en los más duros; que comen dulces con sabor a “comida de perro enlatada” para hacer reír a mis hijas, que pintan obras de arte en cáscaras de pistache o que hicieron posible soportar clases con nombres como “econometría”.

Están mis amigas del alma que saben que no me gusta el melón, que la presión arterial me sube cuando tienen que tomármela, que conocen cada uno de mis achaques y descifran mi estado de ánimo escuchando mi tono de voz. Las que saben qué me da miedo, qué me da risa, qué me mueve; que me llaman justo antes de subirme al avión porque saben que me pongo nerviosa, que fueron rebautizadas por mi papá al mismo tiempo que yo con el nombre científico de una bacteria, que se convierten en puentes para conectarme con lo que quiero y me recuerdan quién soy. Las que me ayudan a detener mi mundo cuando éste amenaza con caerse o doblarme los brazos, las que guardan mis recuerdos como si fueran mi disco duro externo por si acaso un día… comienzo a olvidarlos.

Hoy celebro a todos mis amigos.

¡Gracias por darle sentido a mi vida y abonar de manera tan contundente a mi felicidad!

 

¡Cuidado con las trampas del pensamiento!

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Ayer mientras corría en el gimnasio escuché una entrevista que Oprah Winfrey le hizo a Brian Grazer, famoso productor de cine y televisión; Splash, Apolo 13 y Una mente brillante son algunas de sus películas más conocidas.

Grazer ha dedicado su vida a estudiar la curiosidad. Durante el diálogo con Winfrey explicó que la curiosidad es su fortaleza personal más sobresaliente y relató cómo la ha utilizado para construir su prolífica carrera profesional.

Yo no voy a hablar de curiosidad tal cual en este artículo, sino de las trampas del pensamiento y de cómo podemos salir de ellas siendo un poco más curiosos.

Te cuento como llegué de un tema al otro.

Desde hace varias semanas estoy reflexionado sobre el impacto que tienen las historias que nos contamos en nuestro bienestar emocional. Si quieres leer más sobre esto sigue este vínculo.

Hacia el final de la entrevista, Grazer apuntó que la curiosidad es disruptiva pues altera nuestros puntos de vista.

Esto es importante pues todas las personas estamos atrapadas por nuestra manera de pensar y por nuestra manera de relacionarnos con los demás. Nos acostumbramos a ver el mundo desde nuestra perspectiva y terminamos convencidos de que el mundo es exactamente como lo vemos. Convertimos nuestro punto de vista, en EL punto de vista.

Entonces me acordé de las trampas del pensamiento en las que seguido caemos presos y nos hacen pasar malos ratos.

Cuando nos atrapa una distorsión cognitiva –este es el nombre oficial- corremos el riesgo de entrar en estados emocionales escabrosos que luego influyen negativamente en nuestra conducta.

Algunas de las trampas del pensamiento son:

Todo o nada. Pensamos en los extremos, es blanco o negro, no hay matices de gris. “Si no lo hago perfecto, entonces mejor no hago nada”, “Llevo dos semanas cuidando mi dieta, pero como me comí una galleta ya se arruinó todo completamente”, “Si no puedo llegar a la fiesta justo cuando empiece, entonces mejor no voy”. Nos olvidamos que la mayoría de las cosas ocurren en algún lugar intermedio.

Catastrofismo o sobrestimar el peligro. Exagerar, hacer las cosas más grandes de lo que son, imaginarte que el peor escenario posible, sin importar lo poco probable que sea, está por suceder. Pensar que el avión en el que viajas se va a caer, aunque sabes que es el medio de transporte más seguro. Esto genera mucha ansiedad… ¿Has estado en un avión a 10,000 metros de altura convencido de que en cualquier momento algo saldrá mal? Yo si y tengo que cerrar la boca para que no salga mi corazón corriendo. En esta trampa también es común pensar que no seremos capaces de superar una adversidad o de sobrevivir, “Si repruebo un examen, entonces no voy a graduarme y terminaré viviendo debajo de un puente”.

Sobre generalizar. Hacer afirmaciones contundentes con base en un único dato o experiencia. Usamos las palabras nunca, siempre, todos, nadie. Convertimos un “hoy no puedo acompañarte” en un “nunca me acompañas”; si una amiga se molesta con nosotros brincamos a “todas me odian”; un error se transforma en “siempre me equivoco”.

Adivinar el futuro. Esta es mi favorita, a cada rato caigo en esta. Pensar que sabemos lo que pasará aunque no tengamos una bola de cristal. Sacamos conclusiones con ciertos pedazos de información, conectamos datos para construir una historia y nos casamos con ella. Estamos seguros del significado de cierta situación aunque no tengamos evidencia para probarlo; “El examen va a estar dificilísimo y voy a reprobar”, “nadie va a hablar conmigo en la fiesta”, “Si no revisa su teléfono es porque algo le pasó”.

Leer la mente. Esta también me encanta. Saber exactamente lo que otros piensan de ti… “está pensando que me veo gorda”, “todos están pensando que no debería estar aquí”. En esta trampa también esperamos que los demás sepan lo que queremos o necesitamos, especialmente si se trata de nuestra pareja… “después de tantos años, ya debería saber qué quiero y no debería tener que explicarle”.

Filtro negativo. Nos fijamos exclusivamente en cierto tipo de información, en datos que validan lo que pensamos o sentimos y descartamos todo lo demás. Casi siempre dejamos fuera lo positivo. Resaltamos nuestros fracasos, pero no los logros; nos ponemos tristes porque una persona olvida felicitarnos en nuestro cumpleaños, en lugar de alegrarnos por todas las muestras de cariño que sí recibimos; pensamos que la conferencia que dimos no fue buena porque una persona estaba quedándose dormida, a pesar de que muchas personas se acercaron al final para felicitarnos.

Razonamiento emocional. Sacamos conclusiones del resto del mundo o de otras personas con base en lo que sentimos, en nuestras emociones del momento. Si me siento así es porque tiene que ser verdad; “Si tengo miedo es porque el avión se va a caer”, “Si me siento apenada es porque no sirvo para nada”, “Si me siento triste significa que no me quiere”.

Estas son algunas de las trampas de pensamiento más comunes. Cuando caemos en ellas, nuestros pensamientos negativos influyen en nuestras emociones y en nuestra conducta.

¿Qué hacemos entonces?

Aquí es donde podemos recurrir al poder disruptivo de la curiosidad para encontrarle un ángulo diferente a la historia que nos estamos contando y encontrar alternativas útiles para salir del atascadero mental.

Curiosidad para preguntarnos: ¿Qué información estoy dejando fuera?, ¿Qué más podría estar pasando?, ¿Qué tal si en lugar de adivinar, mejor pregunto?, ¿Qué ha pasado otras veces que me he sentido así?

La curiosidad puede ayudarnos a acercarnos a otras personas para complementar nuestra información, conocer su punto de vista en lugar de asumir que lo conocemos, hacer preguntas, retar nuestros pensamientos, ser un poco más humildes y reconocer que existen diferentes maneras de ver el mundo.

Podemos elegir practicar la flexibilidad de pensamiento. Yoga mental para estirarnos cada día un poco más y mantener el equilibrio.

Carta de despedida al yo que no fui

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La semana pasada tuve la oportunidad de escuchar a Margarita Tarragona, experta en Psicología Positiva, hablar sobre el papel tan importante que juegan las historias que nos contamos a nosotros mismos en nuestro bienestar emocional.

Margarita compartió con nosotros muchas ideas muy interesantes, pero a mi me dejó pensando una en especial: “el yo posible perdido”, “las identidades posibles perdidas” o “las versiones posibles de mi que no fueron”.

Lo que nunca fue, lo que casi fue, lo que dejó de ser… Todo eso que tiene un lugar en el cajón de los “hubieras”.

El “yo posible” se define como una representación personalizada de una meta de vida importante.

Nuestras identidades posibles perdidas son, entonces, una representación personalizada de una meta de vida importante que no se cumplió y pueden tener muchas formas y colores.

Quizá soñabas con casarte para formar una familia, pero no encontraste o no has encontrado a la persona indicada; aspirabas a ser bailarina profesional, pero tuviste que retirarte antes de tiempo por una lesión; deseabas estudiar arte, pero te obligaron a estudiar ingeniería; terminaste una carrera, pero no la ejerciste porque te dedicaste al hogar; soñabas con ser abuela, pero tus hijos no quisieron ser padres; pensabas que tu matrimonio era para toda la vida, pero terminó; querías ese puesto en la empresa, pero se lo dieron a alguien más; querías ser piloto de aviones, pero el examen de vista que te hicieron como parte del proceso de admisión te descartó como candidato.

Me puse a pensar en mis versiones posibles que nunca fueron y pude sentir su peso. Me di cuenta que cargo con ellas, las tengo guardadas en el fondo de algún rincón; pero de vez en cuando, salen para dibujarse en mi mente y despiertan emociones incómodas.

También pensé que sería bueno despedirme de todas ellas, dejarlas ir para andar más ligera, para disfrutar de mis versiones que sí son, hacerle lugar a nuevas versiones posibles o simplemente para ser mi mejor versión el día de hoy. Algo así como cuando sacamos del clóset la ropa que nunca usamos.

Laura King, académica de la Universidad de Missouri, explica que pensar en lo que pudo ser o en un yo posible perdido es receta para el arrepentimiento, la decepción, humillación, tristeza y el enojo. Cuando nos atrapa el “hubiera” nuestro bienestar se deteriora.

La desilusión, los contratiempos, cambios de dirección, los errores son parte de la vida y, sin duda, pueden ser muy duros. Al mismo tiempo, reconocerlos y asimilarlos puede convertirse en una oportunidad de transformación y en una señal de madurez.

Es importante despedirnos de lo que pudo ser o de quien pudimos ser. Para avanzar es necesario decirle adiós a los planes que no se hicieron, a las promesas no cumplidas, soltar los sueños que quedaron solo en eso y hacer las paces con situaciones que no queríamos, pero que igual llegaron.

Logramos ser personas más felices cuando reconocemos las pérdidas –identidades posibles que no fueron-, pero no nos dejamos consumir por ellas y nos mantenemos enfocados a las metas presentes -en nuestra mejor versión posible- y creemos que algo bueno está por venir.

Una estrategia que puede funcionar es escribirle una carta de despedida a cada una de esas versiones de nosotros mismos que no pudieron ser o a esa versión que más nos duele no haber sido.

Elaborar sobre ese posible yo que se perdió, reconocerlo, darle las gracias y luego dejarlo ir potencialmente pude liberarnos, mejorar nuestra sensación de felicidad y fomentar nuestro crecimiento personal.

Cuando era una niña tuve que despedirme de esa identidad mía que encontraría la manera de comunicarse con la mente de los animales pero que nunca se hizo realidad. Unos años después tuve que decirle adiós a mi versión posible de gimnasta que iría a las olimpiadas porque nunca superó el miedo a la viga de equilibrio. Más adelante dejé ir a mi yo posible de fotógrafa y escritora de la revista National Geographic para convertirme en economista de profesión dedicada a los datos duros y al mundo corporativo. A esa versión… la abandoné también. También quise ser tía consentidora de todos mis sobrinos, pero la vida me los puso lejos.

Parte de la magia está en nuestra capacidad de rediseñarnos. Nunca descifré el lenguaje de los animales, pero igual hablo con mis perros. No me convertí en gimnasta profesional, pero el ejercicio es un eje central de mi vida. No fui fotógrafa ni escritora de National Geographic, pero tomo fotos y escribo este blog. No me dediqué a la economía, pero encontré la manera de usar lo que aprendí ahí en otra área de las ciencias sociales.

En fin, hay muchas versiones de mi misma que se quedaron en el tintero, pero que dejaron la huella del “y si hubiera…”. Aún tengo pendiente despedirme de varias.

Me parece que un par de preguntas que pueden ayudarnos en estos procesos de remodelación personal son: ¿Qué parte de lo que quería ser me acompaña hoy, me ayuda a sentirme bien y a ser mi mejor versión posible?, ¿Qué recursos, habilidades y fortalezas tengo para construir nuevas posibilidades para mi en el futuro?

Pensemos en historias nuevas que contarnos.