De un Hilo

Cada vez me cuesta mas trabajo entender este mundo y explicárselo a mis hijas. Encontrar un “por qué” que haga sentido para hilvanar una respuesta a lo que está sucediendo es como querer atrapar una nube.

La historia se repite y lo único que asimilo de la historia es que no aprendemos un carajo de ella.

Estoy en mi cuarto, sentada en la cama con las piernas cruzadas viendo las noticias sobre la invasión rusa a Ucrania.

Las imágenes me llevan de regreso a 1990. Tenía 15 años. Recuerdo estar sentada en la cama de mis padres frente a la televisión -igual con las piernas cruzadas- viendo el inicio de la Guerra del Golfo. Recuerdo el nudo en la garganta, la pata de elefante oprimiendo el corazón, los silencios, las preguntas que hacía y que quedaban sin respuesta.

Es 2022. De nuevo el nudo en la garganta, la pata del elefante, el remolino de emociones. Están conmigo mis hijas. Tienen más o menos la misma edad que tenía yo en 1990, están sentadas en la cama frente a la televisión -con las piernas cruzadas- y hacen cientos de preguntas. Ahora soy yo la mamá que no tiene respuestas.

Es la misma película otra vez, sólo que en alta definición. Reporteros transmitiendo con explosiones iluminando el cielo en el fondo, humo por todos lados, edificios destruidos, fierros torcidos, tanques de guerra, fuego, ceniza, vidrios rotos, cuerpos sin vida, calles vacías.

Otra vez imágenes que provocan charcos en los ojos. Miles de personas abandonando sus casas, sus vidas, atiborrando trenes y camiones para salir de la zona de conflicto. Familias separándose, abrazos desesperados, caras atemorizadas, llantos, labios apretados intentando ser valientes. Y ese último beso en la frente antes de partir.


Lo nuestro es vivir entre opuestos.

La humanidad peleando junta contra el COVID y al mismo tiempo matándose por voluntad propia. Muestras de heroísmo por un lado y de lo más ruin por el otro.

Pensé que habíamos aprendido algo en la pandemia.

¿Qué toca?

Colgarnos de la esperanza.

Otra vez.