Manada de lobos

wolfpack

El fin de semana me leí el libro “Wolfpack” de Abby Wambach y lo primero que hice después de terminarlo fue anunciarles a mis hijas que tenían lectura de tarea. Una de ellas decidió sacudirse el pendiente rapidito y lo leyó de corrido en menos de una hora y media. Es un libro corto, lleno de información valiosa y muy fácil de leer.

Abby Wambach es una leyenda del futbol soccer femenil. Fue dos veces campeona olímpica y tiene el record mundial de número de goles internacionales de mujeres y hombres… ¿Qué tal? Además de su destreza como futbolista, Abby se distinguió por haber creado una cultura de honor, compromiso, resiliencia y hermandad dentro de su equipo.

En 2018 fue invitada a Barnard College para dar el discurso de graduación y estuvo tan matón que se hizo viral. Barnard es una universidad privada para mujeres ubicada en la ciudad de Nueva York y Abby es una reconocida activista en favor de la igualdad y la inclusión, así que sus palabras fueron escritas para un público femenino.

No importa.

Yo encuentro que sus 8 reglas para traer a la luz nuestras fortalezas individuales, trabajar unidos y cambiar el juego son universales.

Te comparto un poco de cada una de estas reglas esperando despertar tu curiosidad lo suficiente como para que consigas el libro y lo leas.

Regla #1: Siempre has sido el lobo

Con frecuencia los mensajes que recibimos son: “mantén la mirada abajo”, “no le muevas”, “dedícate a hacer tu trabajo”, “no preguntes”, “sigue las reglas”, “no seas curioso”, “quédate callada” o de lo contrario… algo malo pasará. Así como le decían a Caperucita Roja en el cuento: si te sales del camino te come el lobo feroz. La cosa es que crecemos y logramos grandes cosas justo cuando tenemos el valor de aventurarnos fuera del camino o lo creamos para alcanzar nuestros sueños. Y entonces, nos damos cuenta de que nunca fuimos Caperucita Roja, sino el lobo. Hay un lobo dentro de todos nosotros -talento, sueños, voz, curiosidad, valor, creatividad, poder- y tenemos que dejarlo salir.

Regla #2: Agradece lo que tienes y exige lo que mereces

Practicar la gratitud es una de las herramientas más poderosas para nuestro bienestar emocional. Notar lo que sí tenemos, sí podemos hacer, sí hemos logrado nos ayuda a ver la vida a través de un lente abundancia que se traduce en emociones positivas. Pero hay que tener cuidado de no caer en un estado de gratitud que nos mantenga chiquitos o que limite nuestro potencial para crecer. A veces no nos atrevemos a pedir un aumento de sueldo o a levantar la voz, por ejemplo, bajo el argumento de “deberías de sentirte agradecida de tener un trabajo y no andar pensando en más” o “agradece que se casó contigo, no importa cómo te trate”.

 Regla #3: Lidera desde la banca

Lidera desde donde estés. No tenemos que estar en el campo de juego con la banda de capitán en el brazo para ser líderes; tampoco necesitamos permiso para inspirar, motivar y poner el ejemplo. Todos somos líderes de nuestra propia vida y no debemos renunciar a ese derecho. El liderazgo se ve de muchas maneras: sosteniendo la mano de alguien que está muriendo, diciendo que no a tus familiares, haciendo trabajo voluntario… “El liderazgo no es una posición que hay que ganar, es un poder inherente que reclamar”.

Regla #4: Convierte el fracaso en combustible

El perfeccionismo no es requisito para el liderazgo, ni el fracaso sinónimo de falta de dignidad. Los errores pueden servir para impulsarnos. En lugar de preocuparnos por la posibilidad de fallar, mejor prometámonos a nosotros mismos que si fallamos lo volveremos a intentar… “un campeón no permite que un fracaso en el corto plazo, lo saque del juego en el largo plazo”.  Y esta me gusta también… “fracasar no significa que estás fuera del juego, fracasar significa que finalmente estás EN el juego”.

Regla #5: Reconoce y celebra a los demás

En deportes como el futbol soccer tendemos a celebrar al jugador que anota el gol; sin embargo, el mérito es del equipo completo -los defensas, quien hizo el pase, los entrenadores, etc.-. Un gol es el resultado de toda una preparación en conjunto. En la vida es igual. Nuestros éxitos y logros generalmente incluyen las acciones y colaboración de muchas personas más. Asegurémonos de reconocer las aportaciones de los demás.

Regla #6: Pide la bola

Esta me encantó. Tiene que ver con darnos permiso de ser magníficos, para desplegar nuestras mejores habilidades, reconocer que queremos ganar y que creemos en nuestra capacidad para lograrlo. Tiene que ver con dejar de aparentar que no somos tan buenas o no sabemos tanto para no incomodar a alguien. Tiene que ver con pedir la pelota si sabemos que podemos anotar, en lugar de pasarla… “Dame el micrófono”, “Quiero el puesto”, “Yo sé cómo hacerlo”.

Regla #7: Muestra todo tu ser

Un líder también puede mostrarse vulnerable. Podemos asumir el poder con nuestra humanidad completa y permitir que los demás lo hagan también. No tenemos que tener todas las respuestas, es válido escuchar las aportaciones de los demás sin importar jerarquías. El mundo necesita que seamos exactamente como somos.

Regla #8: Encuentra tu manada

Somos más fuertes cuando pertenecemos a un grupo, cuando estamos acompañados de personas que nos quieren, nos recuerdan nuestras fortalezas y nos hacen ver cuando estamos alejándonos de nuestros valores. No es necesario ni deseable ser un llanero solitario.

¿Qué te parecen?

Me gusta el mensaje de Abby…

“Cambiemos el mundo conociendo el poder de nuestro lobo interior y la fortaleza de nuestra manada”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Acepto vivir con…, Acepto vivir sin…

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Si combinamos el perfeccionismo con las cosas de la vida que no podemos cambiar tenemos ingredientes suficientes para prepararnos un coctel de insatisfacción, ansiedad, amargura, frustración, enojo o del sabor que más nos guste.

El perfeccionismo es algo así como un lobo feroz con disfraz de oveja.

A simple vista lo relacionamos con algo inofensivo. Tendemos a pensar que ser perfeccionista es una característica deseable pues la asociamos con la determinación de “hacer las cosas muy bien” y con el hábito de trabajar muy duro.

Pero no es así.

El perfeccionismo tiene un GPS cuyo punto de partida es siempre la pregunta… ¿Qué van a pensar los demás?, tiene la misma voz que nuestro crítico interior y recalcula constantemente la ruta para mantenerse en la aprobación externa.

No tiene nada que ver con acercarnos a nuestra mejor versión posible o con ser mejores cada día, sino con convertirnos en la versión socialmente aceptada, en la que nos hace ganadores de una estrella dorada pegada en la frente.

Con el perfeccionismo viajan siempre el miedo, la culpa y la vergüenza.

Llevado al extremo, el perfeccionismo es causa potencial de baja autoestima, trastornos alimenticios, depresión, ansiedad, disfunción sexual, desorden obsesivo compulsivo, fatiga crónica, alcoholismo, ataques de pánico, parálisis de acción, postergar y dificultad para mantener relaciones interpersonales.

Conozco dos herramientas que pueden ser útiles para combatir este escudo de veinte toneladas -como dice Brené Brown-. Una está probada por la ciencia y la otra me gusta mucho.

La autocompasión tiene todas las credenciales en el mundo académico y está reconocida como un antídoto muy poderoso para contrarrestar la mentalidad perfeccionista y modular al crítico interior. Aquí te dejo un vínculo a un artículo que puede servirte si quieres conocer más sobre este concepto.

La autocompasión cae en el campo de la medicina tradicional.

En el mundo de la medicina alternativa -la escritura terapéutica- me encontré con un ejercicio que, además de ser lindo, es útil.

Tiene como objetivo hacernos reflexionar sobre las cosas que no podemos cambiar en nuestras vidas y escribir un poema con las frases:

“Acepto vivir con…” y “Acepto vivir sin…”

Puede quedar algo así:

Acepto vivir sin superpoderes,

Acepto vivir sin estar al corriente de las noticias,

Acepto vivir sin el gusto por el yoga,

Acepto vivir dejando libros a medio leer.

 

Acepto vivir con canas,

Acepto vivir más despacio,

Acepto vivir con arrugas,

Acepto vivir con un par de kilos más.

 

Acepto vivir con pelos de perro en la ropa,

Acepto vivir sin mucho orden,

Acepto vivir con huellas de dedo en las paredes,

Acepto vivir con calcetines sin par.

 

Acepto vivir con lo que no sé,

Acepto vivir equivocándome,

Acepto vivir extranándote,

Acepto vivir improvisando de vez en cuando,

 

¿Qué diría el tuyo?

Dedicar un rato a elaborar este poema es gratificante. Hay algo liberador en aceptar nuestras limitaciones y declararnos perfectamente imperfectos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Conversaciones difíciles

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Pedir un aumento de sueldo, decirle a tu prima que tiene mal aliento, comunicar que no tienes ganas de ir al viaje anual de amigas, regresar a decir “siempre no” luego de haber soltado un “si” por compromiso, hablar para cobrar el dinero que te deben, ofrecer disculpas, opinar en contra de la mayoría, revelar tus preferencias sexuales, religiosas o políticas, atreverte a pedir lo que verdaderamente deseas… ¡Qué difícil es!

Uno de los retos más grandes para mí es iniciar conversaciones sobre temas incómodos, dolorosos o que me hacen sentir vulnerable. Muy seguido, le saco la vuelta a ponerle voz a lo que verdaderamente quisiera decir, dejo que se amontonen las palabras detrás de mis dientes, justo a un lado de las emociones espinosas que comienzan a marinarse en el pantano de lo no dicho.

Me topé con el libro “Conversaciones difíciles: cómo hablar de los asuntos importantes” de Douglas Stone, Bruce Patton y Sheila Heen y empecé a leerlo.

Estoy segura de que “tropezarme” con él no fue casualidad. Me está gustando mucho y, aunque todavía no lo he terminado, ya quiero compartir algunas ideas que me parecen valiosas.

Una conversación difícil es cualquier tema del que te cueste trabajo hablar.

“Cada vez que nos sentimos vulnerables o que nuestra autoestima está involucrada, cuando el tema sobre la mesa es importante y el resultado incierto, cuando nos interesa profundamente lo que está discutiéndose o la persona de quien está discutiéndose, existe el potencial de experimentar una conversación como difícil”.

Entonces nos enfrentamos al siguiente dilema: evadir o confrontar.

Cuando decidimos confrontar, con frecuencia caemos en la tentación de “suavizar” el mensaje pensando que protegeremos al receptor o reduciremos las consecuencias de la entrega.

Los autores del libro no se andan con rodeos y aclaran que no existe tal cosa como una granada o una bomba diplomática y ninguna cantidad de “azúcar” es suficiente para quitarle lo amargo al daño. Por otro lado, no entregar el mensaje puede ser como quedarte con la granada en la mano una vez que le quitaste el gatillo.

Las alternativas no son atractivas, pero las conversaciones difíciles son parte de la vida y entre más pronto aprendamos a tenerlas, mejor andaremos por la vida.

Los autores explican que todas las conversaciones difíciles tienen una estructura similar. En realidad, cada conversación incluye tres conversaciones diferentes y aprender a identificarlas es el primer paso para saber conducirlas.

¿Qué pasó? es la primera conversación. Las discusiones complejas incluyen un desacuerdo con respecto a lo que sucedió, debió haber sucedido o debería suceder, ¿Quién está bien?, ¿Quién está mal?, ¿Quién dijo qué?, ¿Quién es culpable?, ¿Por qué pasó?, ¿Cuál es la historia aquí?

Y en la historia que nos contamos, con frecuencia hacemos supuestos sobre tres cosas: cuál es la verdad, cuáles son las intenciones del otro y quién tiene la culpa.

Defendemos a muerte nuestro punto de vista convencidos de que la verdad está de nuestro lado -yo estoy bien, tu estás mal-, que sabemos cuáles son las intenciones del otro -macabras obviamente- y que la culpa del lío en el que estamos metidos no es nuestra.

La segunda conversación es la de los sentimientos. Cada conversación difícil involucra sentimientos y emociones. ¿Es válido lo que siento?, ¿Es apropiado?, ¿Muestro mis sentimientos o los oculto?, ¿Qué hago con las emociones de la otra persona?, ¿Y si se enoja o se pone triste?

En diversos contextos surgen emociones intensas que tenemos que administrar… ¿Le digo a mi hermano que me lastima que siga en contacto con mi ex o hago como si nada pasara?, ¿Le digo a mi jefe que me molestan sus burlas o me limito a hablar del proyecto?, ¿le digo a mi hijo que no puedo ayudarlo con su tarea porque no le entiendo o invento alguna excusa?

La respuesta de Stone, Patton y Heen es linda: “Involucrarse en una conversación difícil sin hablar de sentimientos es como llevar a escena una opera sin la música”.

La tercera conversación es la de la identidad. Implica mirar hacia adentro, se trata de quién somos, cómo nos vemos y cuál es nuestro lugar en el mundo. Tiene que ver con lo que “me digo sobre mi”. ¿Soy una buena persona o una mala persona?, ¿Soy capaz o incompetente?, ¿Merezco amor o no? Esta es la conversación que tenemos con nosotros mismos sobre lo que cada situación dice de nosotros y significa para nosotros.

Interesante, ¿verdad?

Cuando estamos metidos en una conversación difícil recibimos un combo “tres en uno”. El paquete incluye los hechos, los sentimientos y el sentido de identidad de cada parte involucrada.

Uff… ¡Con razón!

Conocer la estructura de las conversaciones difíciles eleva nuestro nivel de conciencia sobre todo lo que está en juego de ambos lados.

Y entonces, quizá, en lugar de entregar un mensaje cargado de juicios, decretos y sentencias comencemos a preguntar más y a mostrar curiosidad sobre la perspectiva, sentimientos y valores de la contraparte.

Quizá estemos dispuestos a admitir la posibilidad de que otra realidad es posible, que existe información que no conocemos o que no somos tan buenos como pensamos leyendo la mente.

Quizá, si conseguimos hacer a un lado los supuestos sobre quién tiene razón o quién es el culpable y estemos dispuestos a mostrarnos vulnerables, lograremos fortalecer nuestros lazos sociales y bajarle dos rayitas al grado de dificultad en nuestras conversaciones.