“Si quieres cambiar al mundo empieza por tender tu cama”

tender la cama

Dijo el Almirante de la Marina de los Estados Unidos William H. McCraven a los estudiantes de la Universidad de Texas en su discurso de graduación.

El video ha estado circulando en las redes sociales en los últimos días. Te lo recomiendo.

¿Cómo es que algo tan trivial e insignificante como tender la cama puede darte el impulso para cambiar el mundo?

“Si tiendes tu cama en la mañana habrás completado tu primera tarea del día. Esto te dará una pequeña sensación de orgullo y te motivará a realizar otra. Al final del día esta tarea completada se habrá convertido en muchas tareas completadas”

Esta idea, sencilla y poderosa, es uno de los ejemplos clásicos en cualquier libro sobre cambio de hábitos. Al igual que el ejercicio y dormir suficiente, tender la cama es considerado un hábito “clave” pues tiene un efecto en cadena de resultados o conductas positivas en otras áreas. Tender la cama representa ganar una “pequeña batalla” que pone a nuestro cerebro en modo éxito y genera la motivación para seguir y lograr más.

En su libro “El poder de los hábitos”, Charles Duhigg relata los resultados de estudios que muestran que las personas que hacen su cama en la mañana son más productivas, más felices y más capaces para adherirse a un presupuesto. Tender la cama en la mañana aumenta nuestras posibilidades de tomar mejores decisiones durante el resto del día y eleva nuestra sensación de control.

“Tender la cama también refuerza que las cosas pequeñas importan. Si no puedes hacer bien las cosas pequeñas, nunca podrás hacer bien las cosas grandes”

Escuchar esta frase me hizo recordar los días en que mis hijas tuvieron la misión de aprender a lavar los platos. Durante las primeras sesiones en la cocina hubo de todo: lloriqueos -no era justo tener que hacerlo-, gritos de frustración porque los platos tenían mostaza, todo tipo de gemidos y hasta un total desmoronamiento a causa de pan aguado en el resumidero. No había nada peor en el mundo que un pedazo de brócoli atorado en un tenedor.

Durante una de esas escenas recuerdo claramente haber pensado que si una fresa machacada era suficiente para perturbar a una niña, no quería ni imaginar lo que podría hacerle la vida con sus retos. Entendí que si no dejamos a nuestros hijos frustrarse con lo pequeño y solucionarlo no podemos esperar que resuelvan lo grande.

Y ya que estamos en el tema de hijos y labores domésticas…

En esas actividades poco sofisticadas y aparentemente triviales hay un montón de enseñanzas. Desafortunadamente y, con la mejor de las intenciones, seguido le negamos a nuestros hijos la oportunidad de aprender, desarrollar habilidades y hacerse de recursos para la vida.

Limitamos su exposición a situaciones donde cumplir la meta significa tener que hacer las cosas mal muchas veces antes de hacerlas bien, a tareas que obligan a ejercitar el músculo de la resiliencia, la paciencia, la gratitud y la generosidad –características que se relacionan con la felicidad-.

Exentándolos de los quehaceres los alejamos de ocasiones donde es posible experimentar esa sensación que viene luego de contribuir, completar un objetivo, reconocerse útiles y capaces. Se quedan al margen de escenarios donde crece la responsabilidad y el sentido de compromiso.

Y no es como que el tiempo que ahorran brincándose los deberes de la casa lo invierten en algo que valga la pena… lo dedican a ver televisión o a naufragar en el teléfono.

Volviendo a los detalles, a la conquista de pequeñas batallas y a los platos de la cocina…

Me acuerdo también que mis hijas invariablemente preguntaban: ¿Cómo voy a terminar con todo esto? y yo respondía: “lavando un plato a la vez”.

Y ahora que lo pienso, así funciona la vida también… una conquista de pequeñas victorias a la vez.

Adelgazamos un kilo a la vez, tejemos un suéter una puntada a la vez, armamos un rompecabezas acomodando una pieza a la vez, corremos un maratón un paso a la vez, aprendemos un intento a la vez, avanzamos, olvidamos, sanamos y soltamos un día a la vez, ¿no?

Y todo esto se hace más fácil tendiendo la cama… un día a la vez.

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¿Haces caso a tu intuición o actúas en contra de ella?

key intuition

La intuición siempre ha sido para mi una especie de mensaje mágico que llega de golpe desde no sé dónde, se siente en todos lados y en ninguno al mismo tiempo, inquieta y susurra “me late que…”.

Algunas personas le dicen a la intuición “sexto sentido” y otras la describen como un “feeling”.

Si buscas en un diccionario la definición de intuición te vas a encontrar con esto: percepción directa de una verdad que es independiente de cualquier proceso de razonamiento; habilidad para entender algo inmediatamente, anticipación, sospecha.

Pareciera que en esta definición formal, al igual que en la mía, hay un componente misterioso e inexplicable.

A mi todo lo que está desconectado de la razón me incomoda. Y creo que es justo por esto que a pesar de tener una muy buena intuición, con frecuencia desconfío de ella. No me gusta no poder explicarla.

¿Cómo sé que mi sexto sentido es atinado?… ¡Fácil! Prácticamente todas las decisiones que he tomado ignorado a mi voz intuitiva me han llevado a ese horripilante lugar donde crecen los “te lo dije”, los “ya sabías” y todo lo que se le parece. En cambio, las cosas me han salido bien cuando he actuado de manera congruente y alineada con mis instintos.

¿Por qué actuamos en contra de lo que dice nuestra intuición?

Brené Brown, en su libro The Gifts of Imperfection, ofrece una respuesta interesante a esta pregunta y comienza presentando el concepto de intuición de la Psicología, que es diferente y mucho más completo.

La intuición no es independiente de la razón; es un proceso inconsciente de asociaciones rápidas, algo así como un rompecabezas mental. El cerebro hace una observación, escanea sus archivos y la relaciona con nuestros recuerdos, conocimientos y experiencias previas. Una vez que hilvana una serie de asociaciones nos lanza una “respuesta” o un “feeling” sobre lo que estamos observando.

Esta definición me gusta mucho más… la intuición no es pura magia… es el resultado de un proceso de análisis de datos que hace nuestro cerebro a velocidad de la luz.

Nuestra intuición puede darnos diferentes mensajes. Algunas veces nos dice lo que necesitamos saber o hacer… “esta persona no es de confiar”, “ve al doctor… eso está raro”, “voy a conseguir el trabajo”. En otras ocasiones nos incita a conseguir más información antes de tomar una decisión… “analiza los números antes de firmar el contrato”, “haz más preguntas”, “pide referencias de esta persona antes de contratarla”.

No siempre atendemos los mensajes o decidimos pasarles por encima.

¿Por qué?

Nuestra necesidad de certidumbre silencia nuestra voz intuitiva, explica Brené Brown.

¿Cómo es esto?

La mayoría de las personas somos muy malas para no saber. La incertidumbre nos hace sentir miedo, ansiedad y vulnerabilidad. “Nos gustan tanto la seguridad y las garantías que no ponemos atención o ignoramos los procesos de asociación de nuestro propio cerebro”.

Empezamos a buscar confirmaciones en las opiniones de los demás… ¿tú que piensas?, ¿tú que harías?, ¿qué te late?. Y no es que preguntar a otra persona sea una mala idea, pero suele pasar que entre más incómodos nos sentimos manejando la incertidumbre más encuestas hacemos, construimos una tabla mental con los resultados del estudio de mercado y entonces corremos el riesgo de decidir en función de lo que opine la mayoría, aunque vaya en dirección opuesta a lo que nos dice nuestra voz intuitiva. Nos desconectamos de nosotros mismos.

Nuestro instinto muchas veces nos dice que no estamos listos para tomar una decisión, que tenemos que investigar más, explorar o ajustar las expectativas. Esto forzosamente requiere de pasar tiempo en la dimensión de la incertidumbre, de bajar la velocidad y salir a conseguir más datos.

Pero si nuestra tolerancia al no saber es muy baja… saboteamos lo que dice nuestro instinto –”espera… busca más datos”- y nos precipitamos a decidir con tal de tener una certeza: “ya no me importa, simplemente lo voy a hacer y a ver qué pasa”, “prefiero hacerlo que esperar un minuto más”.

En ocasiones nos apresuramos a tomar grandes decisiones –sin honrar el mensaje de nuestra voz intuitiva- porque en realidad no queremos conocer las respuestas que podríamos encontrar luego de un proceso de análisis cuidadoso. En el fondo sabemos que podríamos encontrar algo diferente a lo que nos gustaría que fuera y preferimos taparnos las oídos para no escuchar el mensaje… “esta persona ha brincado de trabajo en trabajo, pero es agradable y necesito ayuda”.

La intuición no es un proceso mágico y no siempre se trata de obtener las respuestas en nuestro interior. Muchas veces recurrimos a nuestra sabiduría interna y ésta nos dice que no tenemos suficiente información para tomar una decisión y tenemos que explorar más.

La intuición no es una manera exclusiva de saber, tampoco es una forma impulsiva de proceder –actuar por intuición no es lo mismo que actuar impulsivamente-. Es una habilidad para hacerle espacio a la incertidumbre y una disposición para confiar en las muchas maneras en que desarrollamos conocimiento y obtenemos perspectiva, incluyendo el instinto, la experiencia y la razón.

Para cultivar nuestra intuición es necesario reconocer que no siempre tenemos las respuestas, tolerar la incertidumbre el tiempo suficiente para obtener más información, no tomar decisiones precipitadas y ser valientes para atender un mensaje diferente al que queremos escuchar.

 

 

 

 

 

Personas tóxicas: ladrones de felicidad

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Para ser feliz no hay nada más esencial que nuestros lazos sociales.

La fortaleza de nuestras conexiones –con amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo, pareja- está estrechamente ligada a nuestro bienestar de largo plazo.

Cuando se trata de vivir más sanos y felices la recomendación básica es tener interacciones de buena calidad, estar cerca de nuestros seres favoritos, mantener contacto frecuente con ellos y sacarle la vuelta a las personas tóxicas.

Y es que estas últimas no sólo nos hacen sentir miserables, sino que también son nocivas para la salud. Convierten cualquier intercambio en una experiencia desgastante.

Estudios muestran que la exposición a estímulos que producen emociones difíciles –como el que generan este tipo de personalidades- conduce a nuestro cerebro a un estado de estrés, que sostenido en el tiempo, puede incluso cambiar su estructura.

Las personas tóxicas tienen la capacidad de hacernos pasar de emociones positivas a emociones difíciles como si estuviéramos en un carrito de montaña rusa, aumentando con esto, nuestro riesgo de tener depresión y problemas cardiovasculares. Pasar tiempo con ellas y sus conductas impredecibles es más peligroso que pasar tiempo con gente a la que no queremos o nos cae mal.

¿Cómo sabemos si estamos en una relación tóxica? o ¿Cómo identificamos a una persona tóxica?

Haz un diagnóstico. Date cuenta de cómo te sientes antes o después de interactuar con ciertas personas; generalmente, las personas tóxicas nos dejan con resaca emocional.

Después de pasar tiempo con ellas nos sentimos atropellados, como si nos hubieran succionado el alma con una aspiradora industrial o sumergido en un remolino de confusión. Drenan nuestra energía y nos quitan el brillo.

A veces, cuando sabemos que vamos a pasar tiempo con alguna persona en particular, empezamos a sufrir por anticipado, sentimos miedo, nos da dolor de cabeza, empiezan a sudarnos las manos, se nos engarrota la espalda, nos ponemos nerviosos, ansiosos o de mal humor. Esta es una señal inconfundible de un próximo encuentro cercano con una persona tóxica. ¿Te ha pasado?

Este tipo de personas generalmente tienen características que podemos identificar –aquí algunos ejemplos-. Víctimas, envidiosas, manipuladores, pesimistas crónicos, arrogantes, agresivos, violentas. Personas mal intencionadas, que acaparan la atención, desbordan sus emociones, crean intrigas, son protagonistas de conflictos y dueñas absolutas de la verdad. ¿Conoces a alguien así?

Reconoce tu rol en la relación. No podemos controlar las acciones o la personalidad de alguien más pero sí nuestra disposición para servirle de tapete. ¿Por qué aceptamos ciertas conductas? Podría ser que anteponemos las necesidades de los demás a las nuestras, que nos sentimos vulnerables o que pensamos que es lo normal. Es importante reconocer que tenemos autonomía para elegir qué o cuánto toleramos.

Pon límites. Es importante dibujar una línea clara entre lo que estamos dispuestos a permitir y lo que no. No tenemos que recibir todo lo que nos quieren dar o lanzar en nuestra dirección, tampoco tenemos que responder a cualquier petición. Recuerda que “no” es una oración completa.

Crea distancia física y disminuye la frecuencia. Si no podemos cambiar la naturaleza de la relación o rediseñar a la persona, una estrategia efectiva consiste en poner distancia física y reducir la frecuencia de las interacciones. Nos afectan más las personas que tenemos cerca, así que lejos de nuestra vista y afuera de nuestro perímetro hacen menos daño.

Practica la aceptación e instala distancia emocional. Es muy fácil alejarte de una persona tóxica cuando no forma parte de tu círculo inmediato, pero ¿qué hacer cuando se trata de una persona a quien es muy difícil evitar? Por ejemplo, tu mamá, tu suegro, el esposo de tu hermana o un colega de trabajo. Aceptar que así es esa persona y tenemos que lidiar con ella puede reducir parte del estrés asociado a querer cambiar la realidad. Se vuelve predecible y podemos hacer un esfuerzo por no responder al caos emocional.

Haz una pausa entre estímulo y reacción. Podemos controlar nuestra respuesta cuando alguien nos trata mal o ante cualquier circunstancia si creamos un espacio entre un estímulo y nuestra respuesta. Si te sientes enojado, asustado, confundido o amenazado lleva tu atención a tu respiración. Cuando las cosas van mal no te vayas con ellas. Evita hablar con esta persona hasta que te encuentres nuevamente en un estado de calma. La meditación y la practica de la atención plena –mindfulness– son estrategias efectivas para hacer estas pausas.

Practica la compasión. Esto implica un nivel de sofisticación avanzado y es contra intuitiva, pero los beneficios son considerables. Trae a la persona tóxica al centro de tu atención y envíale buenos pensamientos. Puedes practicar la meditación compasiva repitiendo en tu mente “deseo que seas feliz, deseo que tengas salud y fortaleza, deseo que tengas calma, paz y estés libre de sufrimiento”. Con esta practica recuperamos la tranquilidad y nos ponemos por encima de la situación.

Somos, en gran medida, el producto de las personas con quienes más tiempo pasamos. Las emociones son contagiosas y las conductas de las personas a nuestro alrededor influyen en nuestro bienestar. Cuidemos la calidad de nuestros lazos sociales recordando siempre que el camino es de dos vías.

 

 

 

¿Generosidad auténtica o ayuda interesada?

generosity

La generosidad es una de las vías rápidas de la felicidad. Ser generoso físicamente se siente bien, mejora nuestra autopercepción y da sentido a nuestras vidas. Sin embargo practicar la generosidad puede ser un problema cuando hacerlo se convierte en una obligación, damos desbordadamente o ayudamos por las razones equivocadas.

Practicar la generosidad genera felicidad hasta que ésta empieza a sentirse como una carga que no podemos soltar… ¿Te quedas fuera de todos los planes porque el resto de la familia asume que tu cuidarás del enfermo?, ¿Automáticamente te caen miradas encima cuando algo se necesita? Cuando estamos en la posición de ayudador designado sin importar de qué se trata –en la familia, en el trabajo, en la escuela- elevamos nuestras posibilidades de germinar resentimiento y coraje.

Estar en una posición que requiere de ayudar a otros puede ser abrumador y desgastante. Esto es especialmente cierto para las mujeres y las personas en profesiones que por definición asisten a otros –enfermeros, rehabilitadores, etc.- Descuidan sus propias necesidades, dejan su bienestar en último lugar e incrementan su riesgo de experimentar depresión y fatiga crónica.

Excedernos ayudando a los demás también puede ser contraproducente pues reduce nuestra sensación de felicidad y bienestar. Hay una diferencia fundamental entre la generosidad y dar desbordadamente: nuestras verdaderas intenciones.

La auténtica generosidad parte de un corazón pleno y desinteresado, se siente bien y es ligera. Implica que las necesidades personales están satisfechas y sobra energía positiva para dedicarla a los demás.

En cambio, dar desmedidamente no es un acto desinteresado y viene de una falta de capacidad para recibir o pedir lo que necesitamos. Las personas que ayudan compulsivamente generalmente lo hacen desde un corazón vacío esperando ser festejados, recibir atención, mejorar su imagen o ser amados incondicionalmente para siempre. Sacrifican sus propias necesidades y seguido terminan el día sintiéndose exhaustas.

¿Has escuchado la frase “Es mejor dar que recibir”? Me parece que tratando de vivir bajo esta creencia muchas personas terminamos batallando para cuidar de nosotros mismos. Hemos crecido escuchando que para ser una buena amiga, esposa, hijo, colega, vecino tenemos que dar sin reparo; incluso cuando estamos cansados, no tenemos tiempo, dinero o ganas. Cuando damos sin límites y sin recibir apoyo acabamos psicológica, física y espiritualmente drenados o en bancarrota emocional.

¿Cómo saber si estás sobre ayudando? Quizá te identifiques con los siguientes ejemplos o situaciones…

Pagas la cuenta siempre que sales con tus amigos o familiares, pides postre pero comes sólo una cucharada porque lo repartes a todo mundo, haces el trabajo extra porque invariablemente levantas la mano, estás siempre retrasado en tus deberes porque dedicas tu tiempo a resolver los de alguien más, dices que sí cuando en realidad quieres decir que no, estás disponible el cien por ciento del tiempo para quien sea.

A lo mejor te hace sentir importante ser quien da en tus relaciones personales, te sientes culpable cuando alguien hace algo por ti –“soy débil, no puedo solo”-, pones tus necesidades en último lugar, no pides ayuda, das porque quieres recibir algo a cambio –“yo hice esto por ti, ahora me debes”, quieres quedar bien con los demás –“me van a querer más”-, tienes sentimientos de agotamiento, enojo y resentimiento, te sientes decepcionado, frustrado y piensas que la gente se aprovecha de ti.

Dar por las razones equivocadas puede deteriorar nuestras relaciones sociales, que son un ingrediente básico del bienestar. Es posible que ciertas personas quieran explotarte y tomar ventaja de tu disposición para ayudar lo cual te dejará con resentimiento. Puedes incomodar a las personas a tu alrededor si éstas perciben que das para recibir algo a cambio y no con un deseo genuino de ayudar. Puede ser también que al apoyar a alguien –con la mejor de las intenciones- disminuyas su sentido de dignidad y termines haciéndolas sentir mal si no están emocionalmente listas para recibir ayuda.

Entonces… ¿Cómo practicar la generosidad para recibir sus beneficios en términos de felicidad? Les comparto algunas ideas que pueden ser útiles:

Para evitar caer en una generosidad compulsiva –no auténtica- vale la pena hacer un ejercicio de introspección y reflexionar sobre cuál es nuestra verdadera razón detrás ayudar. ¿Están satisfechas mis necesidades emocionales? ¿Ayudo desde un corazón pleno? Es útil cambiar la frase “Es mejor dar que recibir” a “Es mejor dar y recibir”.

Practicar la generosidad aporta a nuestro bienestar siempre y cuando hacerlo sea nuestra elección y no una obligación. Es importante poner límites y, como dice Anne Lamott, recordar que “NO” es una oración completa. Si te sientes muy incómoda diciendo simplemente “no” puedes intentar decir “no… pero”. Por ejemplo, “no puedo pasarme la tarde cuidando a tus niños, pero puedo enviarte comida” o “no puedo ayudarte con este proyecto, pero puedo conectarte con alguien que sí”.

Podemos ser generosos con nuestro dinero, tiempo, presencia, con nuestra atención, palabras y conocimientos. Sin embargo, la ciencia muestra que recibimos mayores beneficios cuando practicar la generosidad nos sirve para conectar con la persona que la recibe. En este sentido, el efecto de pasar tiempo con alguien o hacer trabajo voluntario es más poderoso que donar dinero a obras de caridad en general.

Somos más generosos cuando tenemos tiempo. Si vives de prisa y no te alcanzan los días para hacer trabajo voluntario o participar en actividades que requieran de atención elige dar un micro momento de cariño. Conecta con una sonrisa, un saludo, con tu mirada. Busca realizar pequeñas acciones como abrir la puerta, preguntar ¿cómo estas?, hacer un comentario positivo. Es mejor hacer una pequeña aportación que sentir remordimiento por no ayudar cuando nos gustaría hacerlo.

La generosidad y la felicidad van de la mano. Pocas cosas elevan nuestra sensación de bienestar y sentido de vida como contribuir positivamente en la vida de las personas que cruzan nuestro camino. La generosidad empieza en casa –contigo mismo- y en un corazón auténtico y pleno.

 

Las 5 arrepentimientos más comunes de las personas que saben que van a morir

Helping the needy

Si supieras que estás a unos días de morir y te preguntaran ¿Qué hubieras hecho diferente?… ¿Cuál sería tu respuesta?

Hace unos días me reencontré con un artículo de Bronnie Ware, una enfermera australiana que dedicó su carrera a acompañar y ofrecer cuidados paliativos a personas en sus últimas semanas de vida. Ella charlaba con sus pacientes y les preguntaba si había algo de lo que se sintieran arrepentidos o harían diferente si tuvieran la oportunidad de vivir otra vez.

Con el paso del tiempo, Bronnie notó la claridad de visión que obtienen las personas al final de sus días y descubrió que ciertos temas salían recurrentemente en sus conversaciones. Eventualmente escribió un libro donde relata los cinco arrepentimientos más comunes entre quienes saben que van a morir.

  1. “Me hubiera gustado tener el valor de vivir una vida auténtica y no la vida que otros esperaban de mi”

Cumplir las expectativas de otros y renunciar a los sueños personales es el arrepentimiento más común. Vivir para los demás, en función del qué dirán o ajustarse a moldes prefabricados pesa al final de la función. Estudiar medicina para continuar con la tradición familiar cuando en realidad querías ser pintor, abandonar tu carrera profesional porque te casaste, tuviste hijos y la expectativa es que atiendas tu casa, renunciar al amor de tu vida, dejar de viajar porque a tu esposo no le gusta, no escribir una novela porque no estudiaste literatura.

Cuando el tiempo se agote y miremos hacia atrás veremos en fila todos esos sueños que se quedaron en el tintero por decisiones que tomamos, que no tomamos o cosas que dejamos para después… “cuando me jubile”, “cuando los hijos crezcan”, “cuando adelgace”.

Pateamos la felicidad y la ponemos siempre a la vuelta de la esquina. La felicidad es hoy y los sueños, para esta vida. ¿Por qué esperar una enfermedad, un accidente o a estar de cara a la muerte para honrar eso que verdaderamente nos importa?

Vivimos de prisa y la vida se escurre por los dedos. ¿Que podrías hacer para ser 1% más autentico?, ¿Qué micro cambio podrías hacer para acercarte a tu mejor versión? Me parece a mi que deberíamos vivir con intención y tomando acción para que nuestros sueños sucedan.

  1. “Me hubiera gustado no haber dedicado tanto tiempo al trabajo”

Especialmente cierto en el caso de los pacientes hombres –de generaciones mayores-. Entregaron sus vidas al trabajo y en el trayecto se perdieron de momentos claves en las vidas de sus hijos y seres más queridos –primeros pasos, festivales, partidos, cumpleaños-.

Hace un par de generaciones eran pocas las mujeres que dedicaban sus vidas al trabajo fuera de casa. Esto está cambiando; cada vez más mujeres tienen una carrera profesional activa y pudieran correr el riesgo de caer presas de este arrepentimiento.

Creo que en retrospectiva sólo unos cuantos momentos en la empresa son trascendentales y requieren de nuestra absoluta presencia. A tiempo pasado esa junta, en realidad, no ameritaba faltar al festival de baile. La empresa sigue y el trabajo siempre espera al día siguiente en el escritorio o en el buzón de correo electrónico. No sucede lo mismo con los eventos especiales en la vida de quienes más queremos.

El trabajo es un ingrediente fundamental del bienestar y mantenernos activos en algo que nos gusta hace más plena nuestra vida. Pero no a costa de todo lo demás.

Al final de la vida el dinero y las riquezas materiales pierden importancia. Que no se nos olvide darle valor al tiempo para crear momentos y recuerdos especiales. Viviremos y moriremos más felices si vamos creando espacios para lo realmente significativo durante el recorrido.

  1. “Hubiera deseado tener el valor de expresar mis sentimientos”

Muchas personas reprimieron sus sentimientos para mantener la paz y la armonía a su alrededor. Como resultado de esto terminaron resignándose a una existencia gris o a una versión de sí mismos que nunca alcanzó su potencial.

Vamos por la vida reprimiendo lo que sentimos, maquillando emociones o coleccionando lo que queremos decir pero no decimos. Se nos quedan atrapados los “te quiero” detrás de los labios, olvidamos agradecer lo que otros hacen por nosotros, se nos escapan oportunidades por temor a pedir una promoción en el trabajo, levantar la mano para participar en un proyecto o preguntar si también podemos ir.

Recordemos dar atención, mostrar afecto y aprecio. El amor tiene que sentirse, verse y escucharse. No te quedes con las ganas de decirle a alguien que lo admiras, que te inspira o lo tanto que te gusta. Cuando notes algo bonito en alguien díselo… lo que a ti puede tomarte un segundo alguien puede recordarlo toda la vida.

  1. “Me hubiera gustado mantenerme en contacto con mis amigos”

En las últimas semanas de vida las personas caen en la cuenta de la importancia y los beneficios de las viejas amistades. Muchos dejaron pasar el tiempo involucrándose en sus propias vidas y fueron descuidando sus lazos sociales. Al final todos echan de menos a los amigos.

La vida pasa muy rápido. Nos dejamos atrapar por la rutina, las obligaciones y el trajín de cada día. Es sólo cuando miramos hacia atrás que notamos la velocidad con la que pasaron los meses.

El ingrediente más importante para una vida sana y feliz son nuestras conexiones sociales. Cuando llega la hora, no es el estatus ni le dinero lo que importa. Todo se reduce al amor y a las personas especiales que nos acompañaron en el trayecto. Nutrir nuestros lazos sociales es la mejor inversión que podemos hacer.

  1. “Hubiera deseado darme permiso de ser más feliz”

Muchas personas concluyeron sus días reconociendo que la felicidad era –en buena parte- una decisión. Pasaron mucho tiempo atascados en sus zonas de confort, atrapados en sus hábitos, rehenes de sus miedos o limitados por la opinión de los demás cuando en realidad les hubiera gustado reír, cantar, bromear y divertirse más.

Una parte de nuestra felicidad depende de lo que hacemos y pensamos todos los días. Podemos decidir cómo pasar nuestros ratos… ¿Decides bailar en una fiesta porque te gusta o te quedas sentado por temor a lo que opinen los demás sobre tu falta de ritmo?, ¿Te quedas sentada bajo la palapa con tu blusa y tus shorts porque tienes unos kilos de más o te lanzas al agua a nadar y pasarla bien? ¿Por qué no empezar a ser felices hoy?

Desde que leí este artículo la primera vez me puso a pensar por adelantado. Cuando era más joven y tenía toda la vida por delante pensaba en todo lo que haría “cuando fuera grande”. Había tiempo de sobra. Esa versión mía hace rato que alcanzó ese punto que antes parecía muy lejano y ya estoy grande. El margen de maniobra se reduce y ahora es cuando.

Conocer las cinco cosas más comunes de las que se arrepienten las personas que saben van a morir nos da la oportunidad de corregir el camino cuando aún quedan kilómetros por recorrer.