La felicidad es el placer de los sabios

“El placer es la felicidad de los locos, la felicidad es el placer de los sabios” dijo el escritor novelista francés Jules D’Aurevilly. Y es que placer y felicidad no son la misma cosa. No toda la felicidad es igual y es importante conocer la diferencia. Existen la felicidad momentánea o placer y la que perdura en el tiempo.

La felicidad momentánea está asociada al placer, a sentirse bien en el instante y tiene un efecto efervescente, fugaz o de corta duración. Casi siempre es generada por un estímulo externo y más bien tiene como fin evitar el dolor o el sufrimiento.

La felicidad en el tiempo viene del interior, tiene un efecto de larga duración e incluye los momentos difíciles que nos reparte la vida. La construimos cada día y es el resultado de cultivar nuestros lazos sociales, tener un sentido de vida y propósito definido, cuidar nuestra salud, practicar la gratitud y alcanzar nuestras metas personales, entre otras cosas.

Ciertas acciones que generan placer también contribuyen a la felicidad en el tiempo. Hacer ejercicio, ayudar a otros, pasar tiempo con la gente que queremos, por ejemplo, generan una sensación placentera instantánea y además abonan a nuestro bienestar de largo plazo (mejor salud, sentido de vida, lazos sociales estrechos)

Por otro lado, algunas actividades o conductas tienen el potencial de poner en riesgo nuestra bienestar futuro. Para evadir el dolor o el sufrimiento, por ejemplo, podríamos generar placer abusando del alcohol, apostando o comprando compulsivamente. Estas acciones se sienten bien en el momento pero pueden tener un impacto negativo más adelante.

Es importante alinear lo que nos genera placer temporal con nuestra felicidad en el tiempo. Construimos nuestro bienestar futuro con momentos y experiencias cotidianas.

Vamos a concentrarnos en la felicidad del momento presente. Aunque te parezca extraño, casi siempre dejamos la felicidad para después. Para el lunes, el siguiente mes, el próximo año o cuando cierta condición se cumpla. Si te suenan conocidas frases como “Voy a ser feliz cuando me promuevan en el trabajo”, “Voy a ser feliz cuando me case”, “Voy a ser feliz cuando baje de peso”, “Voy a ser feliz cuando esté de vacaciones” es que has caído victima de la Trampa del Cuando y la felicidad siempre te queda a la vuelta de la esquina.

¿Cómo hacemos para generar o reconocer momento agradables ahorita? Lo primero es identificar las actividades que nos ayudan rápida y efectivamente a mejorar nuestra sensación de felicidad.

Piensa en lugares, personas, actividades, experiencias que te producen emociones positivas. ¿Qué te gusta hacer? ¿Qué disfrutas? Correr, pasar tiempo con tus hijos, tocar el piano, pintar, cantar, ver un atardecer, tejer, andar en bicicleta, jugar futbol, pasear al aire libre, surfear, tomar café con tus amigas, cocinar, leer, aprender algo nuevo, escuchar música, investigar, meditar. ¿Cómo te gusta pasar el tiempo libre? ¿Cómo te gustaría pasar el tiempo? ¿Qué te gustaba hacer antes de que tuvieras hijos o trabajo que saturaran tu tiempo? Escríbelas en una lista.

Ahora piensa ¿Qué tan seguido las haces? Los días se nos resbalan como arena entre los dedos mientras recorremos la lista repetitiva e infinita de lo que tenemos que hacer –trabajo de oficina, súper, tintorería, vueltas al colegio, partidos de soccer, clases de baile, citas con el dentista, revisar tareas, preparar la comida-. Los meses vuelan en automático. ¿No me crees? ¿Ya viste cuánto falta para Navidad?

Revisa la lista que escribiste de las cosas que te hacen sentir bien, saca tu agenda y genera un espacio en tu calendario para hacer una de ellas. Decide deliberadamente meter lo que disfrutas en tu agenda y empieza hoy. Aunque sea miércoles.

 

 

 

 

 

 

 

Una buena parte de nuestra felicidad depende de lo que hacemos y pensamos todos los días

La felicidad parece estar de moda. Por todos lados aparecen las palabras “felicidad” y “bienestar”. El tema es citado por comunicadores o presentado por expertos en programas de televisión, radio, conferencias, artículos de revistas y redes sociales.

La Organización de Naciones Unidas (ONU) publica desde el 2012 el Reporte Mundial de la Felicidad, un resumen donde podemos conocer la felicidad promedio de 157 países, entre otras cosas.

Sin embargo, el estudio científico de la felicidad no es nuevo. Comenzó hace unos 75 años cuando grupos de investigadores en diferentes partes del mundo se dieron a la tarea de entender qué explica la felicidad de las personas y cuáles son los rasgos o características que distinguen a las personas más felices.

Sonja Lyubomirsky, académica de la Universidad de California, explica en su libro “La Ciencia de la Felicidad” la receta del Pay de la Felicidad: 50% genes, 10% condiciones de vida y 40% comportamiento.

Aproximadamente el 50% de las diferencias en la felicidad de las personas está determinado por la genética, en otras palabras, la programación que viene de fábrica. Esto quiere decir que si tuviéramos un grupo de individuos geneticamente idénticos –por ejemplo los gemelos- aún así tendrían diferentes niveles de felicidad y el 50% de estas diferencias quedaría sin explicación.

El 10% de las variaciones en la felicidad es explicado por las condiciones o circunstancias de vida –si somos ricos o pobres, si estamos casados, divorciados o solteros, si tenemos muchos estudios o no tantos, si vivimos en una ciudad grande o en una pequeña, en un mansión o en una casita, si nuestra salud es buena o regular, etc.- ¿Qué quiere decir esto? Pregunta Lyubomirsky, quiere decir que si sacáramos una varita mágica e igualáramos las condiciones de vida de las personas -misma casa, misma pareja, mismo lugar de nacimiento y mismos dolores- podríamos explicar únicamente un 10% de la diferencia en sus niveles de felicidad y un 90% quedaría en la dimensión desconocida.

Aquí empieza a ponerse interesante. Si la genética y las condiciones de vida explican sólo el 60% de las diferencias en la felicidad de las personas, ¿Qué pasa con el 40% restante? ¿Qué más determina la felicidad?

Nuestro comportamiento. Una buena parte de nuestra felicidad depende de lo que hacemos y pensamos todos los días.

Lo anterior ha llevado a la ciencia a concluir que la clave de la felicidad no está en cambiar nuestra información genética –aunque quizá en un futuro podamos hacerlo- ni en cambiar nuestras circunstancias de vida, sino en modificar nuestros hábitos y conductas diarias.

Detente un momento a pensar cómo vivimos nuestros días. Dedicamos gran parte de nuestro tiempo, energía y recursos a mejorar nuestras condiciones de vida, al 10%. Trabajamos más horas para ganar más dinero, comprar más cosas, estudiar en colegios de lujo, mejorar nuestra apariencia física y vivir en casas más grandes. En el proceso, los papás pasan mucho tiempo en la oficina y poco tiempo en casa, las mamás trabajan –en la oficina, en la casa o en los dos lugares- y manejan horas en las tardes para llevar niños a clases que no les gustan. Y a todo esto hay que sumarle el millón de eventos sociales a lo que asistimos más por cumplir que por gusto.

Somos extremadamente ineficientes en la manera en que buscamos ser felices. La fórmula de la felicidad no es universal ni unitalla. Sin embargo, la ciencia ha mostrado que las personas más felices practican la gratitud, son generosas, tienen lazos sociales sólidos, aprecian lo que tienen en lugar de fijarse en lo que les falta, son activas, optimistas y viven en el presente. En otras palabras, atienden más ese pedazo que explica el 40% de las diferencias en la felicidad y dedican menos tiempo y energía a preocuparse por ese 10%.

Aquí es necesario hacer una nota. Cuando una persona no tiene los recursos necesarios para cubrir sus necesidades básicas y su entorno es complicado, el peso asociado a las condiciones de vida podría ser mayor que 10%. Para generar mayor felicidad es necesario dedicar tiempo y energía a generar más ingreso, por ejemplo, para cubrir estas necesidades y aliviar la carga.

Pero si este NO es tu caso, tus necesidades básicas están cubiertas y tus condiciones de vida son cómodas, la sugerencia que te hace la ciencia para vivir más feliz es distinta. Dedica tu tiempo, energía y recursos a practicar la gratidud y la generosidad o a aprender algo nuevo, en lugar de comprarte otra bolsa, otros zapatos o algo más de ropa. El iphone 7 también puede esperar.

 

¿Conoces tu nivel promedio de felicidad?

Probablemente no.

¿Conoces tu nivel de colesterol, glucosa en la sangre o tu presión arterial? Probablemente sí. Estamos acostumbrados a medir y monitorear distintos aspectos para cuidar nuestra salud física, pero no hacemos lo mismo con la salud emocional. No dedicamos tiempo a reflexionar sobre nuestra felicidad y mucho menos a medirla. Esto no hace ningún sentido, pues si la felicidad es el “por qué” detrás de todo lo que hacemos deberíamos saber qué tan felices somos, de dónde obtenemos nuestra felicidad o por dónde se nos escapa.

Una de las recomendaciones que más escuchamos para cuidar nuestra salud física es realizarnos un chequeo médico una vez el año, que entre otras cosas, incluye análisis clínicos. Vamos en ayunas a poner el brazo y luego de unas horas el laboratorio entrega un reporte con nuestros resultados.

En este reporte identificamos nuestros niveles específicos en diferentes parámetros y vemos si se encuentran dentro del rango que delimita lo “normal”. El doctor revisa nuestros resultados y si algún indicador anda fuera del área permitida nos dice que hacer para regresarlo, sentirnos bien y funcionar como debemos.

Para cuidar nuestra salud emocional también tenemos que checar cómo andan nuestro nivel de felicidad y el grado de satisfacción que sentimos en diferentes aspectos de nuestra vida. Queremos estar en la zona donde nuestro estado emocional es positivo, sentimos alegría, tranquilidad, motivación, buen nivel de energía e interés en lo que hacemos.

Existen pruebas rápidas para medir la felicidad. Una manera muy sencilla de medir la tuya consiste en responder la siguiente pregunta:

Tomando en cuenta todos los aspectos de tu vida en general (Familia, amigos, trabajo, hobbies, salud, etc.) en una escala del 1 al 10, donde 1 es nada feliz y 10 es muy feliz, ¿Qué tan feliz te consideras?

¿Ya tienes un número en la cabeza? Estoy segura que sí. Ahora que ya tienes un indicador de tu felicidad, ¿Qué hacemos con él?. Ubicar tu nivel de felicidad te da un punto de referencia que te permite hacer dos tipos de reflexiones.

Supongamos que tu número es un 6. Ahora piensa ¿Qué tendría que pasar para que tu felicidad fuera un 7 o un 8? ¿Qué estarías haciendo? ¿Qué problema estaría resuelto? ¿Qué recursos tendrías? ¿Qué aspecto de tu vida estaría mejor? ¿Cómo pasarías tu tiempo? Hacer este ejercicio te ayuda a visualizar algunas avenidas de acción para mejorar tu felicidad.

Por otro lado, ¿Qué hacemos si tu número está en la zona baja de la escala de felicidad en un 4, por ejemplo?. La reflexión que debes hacer es la siguiente: ¿Qué estás haciendo bien y evita que seas un 2 o un 3? ¿Qué funciona? ¿Cómo puedes construir sobre lo que sí sale bien? ¿Cuál aspecto de mi vida no está funcionado óptimamente?

Además de conocer tu nivel promedio de felicidad es importante reflexionar sobre el grado de satisfacción que sientes en diferentes aspectos de tu vida o el tipo de emociones que experimentas con más frecuencia pues esto agrega información importante para tu bienestar. Después de todo, tu felicidad promedio aumenta cuando atiendes de manera individual cada uno de los aspectos específicos de tu vida, por ejemplo, tu trabajo, tus relaciones familiares, el uso de tu tiempo.

Te dejo el vínculo a la página del Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Pensilvania, uno de los más prestigiados en el mundo, donde podrás encontrar diferentes cuestionarios para medir tu bienestar emocional. Date la vuelta por la página, responde algunas de las escalas relacionadas con la felicidad y regresa a compartirnos algo que hayas aprendido con respecto a tu felicidad.

https://www.authentichappiness.sas.upenn.edu/es/home

 

 

¿Qué es la felicidad?

¿Te lo has preguntado alguna vez?

Y con esto lo que quiero lograr, en realidad, es hacerte pensar si alguna vez te has detenido a definir formalmente el concepto felicidad, así como si tuvieras que redactar una descripción precisa para un diccionario.

¿Lo has hecho?

Lo más probable es que no y no pasa nada, porque para sentir felicidad no hacen falta definiciones exactas ni escrupulosas. Todos de alguna u otra manera sabemos cómo se siente estar feliz.

Usamos la palabra felicidad para describir emociones positivas –alegría, armonía, tranquilidad, calma, paz, euforia, satisfacción- y usamos las expresiones “me siento feliz” o “soy feliz” en diferentes maneras y situaciones. Por ejemplo, si hacemos una evaluación de nuestra vida en general y concluimos que ésta va bien expresamos “soy feliz”. Algunas veces decimos “soy feliz” porque así soy yo, la felicidad es un rasgo de mi personalidad, así vengo de fábrica. También usamos la palabra felicidad para representar la emoción momentánea que detona un evento particular como “celebré mi cumpleaños con todos mis amigos, ¡qué felicidad!”. O también podemos usar este término para describir a una experiencia sensorial, “el calor del sol en mis brazos me hace sentir feliz”.

Ante la tarea de explicar el significado de felicidad con frecuencia recurrimos a cosas que nos hacen sentir felices, por ejemplo, “unos cuantos libros, unos cuantos viajes y unas cuantas chelas” o describimos estados emocionales que generan esa sensación de felicidad “estar en paz conmigo misma, hacer lo que me gusta, estar en armonía con la gente que quiero, tener salud, disfrutar el momento presente, aceptar la realidad, ponerle buena cara al mal paso”. Todo esto produce felicidad, pero no es una definición del concepto de felicidad.

Las personas no necesitamos una definición de felicidad para sentirla o saber qué nos hace felices. Pero para medirla, estudiarla y descifrarla, los investigadores y académicos sí necesitan una formalísima definición, de lo contrario andarían por el mundo explorando cada quien una cosa distinta.

Es así que la ciencia decidió ponerse de acuerdo bajo la siguiente definición: “La felicidad es el grado en que una persona evalúa la calidad de su vida en general como favorable” o es “el grado de satisfacción que una persona obtiene de sus circunstancias personales”. En la primera definición la palabra clave es “evalúa”. La felicidad desde un punto de vista académico es una percepción y es subjetiva. Incluso, el nombre científico de la felicidad es Bienestar subjetivo.

Dado que la felicidad depende del grado de satisfacción que una persona obtiene de sus circunstancias personales o de la evaluación que hace de su vida en general, la felicidad es entonces algo muy flexible y relativo. Algunas personas pueden ser felices con muy poquito y bajo condiciones de vida objetivas muy complicadas; mientras que otras, son poco felices teniendo en apariencia de bienes y privilegios casi todo lo que se puede desear. En este sentido, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la felicidad depende de la calidad del lente con que observa cada espectador.

¿Y a ti qué te dice tu lente sobre el grado de felicidad en tu vida?

Te dejo pensando en la pregunta anterior y con un ejercicio que te ayudará a explorar qué tan feliz eres:

Tomando en cuenta todos los aspectos de tu vida en general (Familia, amigos, trabajo, hobbies, salud, etc.) en una escala del 1 al 10, donde 1 es nada feliz y 10 es muy feliz, ¿Qué tan feliz te consideras y por qué?