Unidas Contigo

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El artículo de esta semana viene en tono rosa y está dedicado a mi queridas amigas de Unidas Contigo, a quienes estimo y admiro profundamente.

Hace casi dos años conocí a tres personas encantadoras que se registraron en uno de mis talleres sobre herramientas para la felicidad. Venían de parte de Unidas Contigo, una Asociación Civil sin fines de lucro, conformada por mujeres sobrevivientes al cáncer de mama y voluntarias.

El objetivo principal de Unidas Contigo es dar apoyo emocional a mujeres diagnosticadas con cáncer de mama, así como fomentar prácticas de detección oportuna. Las sobrevivientes ahora voluntarias, comparten sus testimonios para contagiar esperanza a quienes actualmente luchan contra esta enfermedad.

Su trabajo es increíble. Según datos de su página de internet, al día de hoy, han atendido a 617 personas y creado 107 grupos de autoayuda.

Aunque a mi,  lo que más me gusta, es esa labor que hacen que es imposible de calcular con cifras. No hay número que alcance para medir la manera en como tocan los corazones de quienes se integran al grupo.

Unos meses después de aquel taller donde conocí a las tres guerreras que mencioné al inicio, recibí una llamada de una de ellas. Querían invitarme a dar una conferencia sobre felicidad frente a todo el grupo de integrantes de Unidas Contigo. Dije que sí. Luego me llené de ansiedad.

Empecé a sentirme muy inquieta por dos razones. En primer lugar porque entre mi colección de miedos uno de los más importantes es el cáncer y, hasta ese entonces, mi estrategia frente el tema había sido siempre la evasión. La segunda porque no sabía cómo hablar de felicidad en un contexto de adversidad.

Recuerdo claramente lo nerviosa que me sentía el día de la conferencia. Era la primera vez que yo daría un paso de acercamiento al mundo del cáncer de mama y confieso que fue un gran reto para mi. Decidimos bautizar la plática con el nombre “Felicidad en tiempos difíciles”. Tenía claro el ángulo desde el cual abordaría el tema; sin embargo, no sabía exactamente cuál sería el ánimo de las participantes, ni cómo recibirían la idea.

La experiencia fue totalmente diferente a como la había imaginado. Al entrar al lugar me encontré con mujeres sonrientes, cariñosas, llenas de buena vibra, echadas para adelante, generosas y acogedoras. Me sentí bienvenida al instante. Rápidamente entendí que a nadie le hacía más sentido hablar de felicidad, gratitud y la importancia de nuestros lazos sociales que a ellas. Me llevé una buena lección.

En Unidas Contigo las herramientas de la felicidad están en uso constante.

Proveen un espacio donde todas la emociones son bienvenidas y atendidas con cariño y compasión. Practican la gratitud resaltando las cosas buenas de la vida, lo que sí pueden hacer, los avances, las batallas superadas. Tienen claro que nuestros lazos sociales son el ingrediente principal de una vida plena, revaloran sus conexiones y se convierten en apoyo para otros. Haciendo trabajo voluntario activan una de las estrategias más poderosas que existen para mejorar nuestro bienestar emocional: la generosidad. Las integrantes de Unidas Contigo son bondadosas con su tiempo, su compañía, su presencia, sus testimonios, su sabiduría. Tienen claras sus prioridades y distinguen lo que es verdaderamente importante. Cantan, bailar y juegan.

Son un verdadero ejemplo y un eslabón valioso en la lucha contra el cáncer de mama. Transforman vidas.

Hoy aprovecho para agradecer a Unidas Contigo la oportunidad que me dan de pasar tiempo con su grupo, aprender y crecer personalmente. Algunos de los abrazos más apretados los he recibido de ustedes. Además me han ayudado a cambiar mi relación con el cáncer de mama… ¡Ya no le saco la vuelta a los chequeos!.

P.D. Agenda tu revisión anual o invita a las mujeres en tu vida a que lo hagan. La prevención y la detección temprana hacen la diferencia.

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Que el miedo no te llene de “hubieras”

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¿De que te arrepentirás cuando estés en tu lecho de muerte?

El arrepentimiento número uno de las personas que saben que van a morir pronto es haber vivido la vida de alguien más, cumpliendo expectativas ajenas y dejando sueños personales en el tintero.

El miedo es la razón principal por la que las personas no perseguimos nuestros ideales y metas más importantes.

Es el gran obstáculo entre la vida que quisiéramos tener y la que tenemos. El miedo nos mantiene al margen de nuestra propia historia.

Hace unos días salí a pedalear con un par de amigos. Sobre ruedas aparecen todo tipo de conversaciones y, esa mañana, dedicamos un par de kilómetros a hablar sobre un tipo de miedo muy particular.

Ese que aparece cuando todo está bien y el mundo funciona casi como queremos… la familia está completa, sus integrantes contentos, estamos sanos, concretando proyectos y sin un conflicto mayor.

Las personas nos volvemos cautelosas y temerosas ante la ausencia de dificultades. Empieza a circularlos por encima de la cabeza esa sensación de que si todo va bien, es porque algo malo está a punto de pasar. Entonces comenzamos a hablar en voz baja, a caminar de puntitas y por la sombra para no llamar la atención del destino, que al darse cuenta de nuestra buena fortuna, se encargará de emparejar el terreno.

Como si tuviéramos una cuota personal de buenas noticias, logros y eventos gratificantes, empezamos a mortificarnos cuando llegan todas juntas pues sentimos que se aproxima el siguiente golpe. Casi como jugar a la ruleta rusa… cada ronda vacía hace más probable la salida de la bala.

Recuerdo pasarme largos ratos viendo a mis hijas dormir cuando recién me estrené como mamá. Las veía sanas, fuertes, hermosas. Sentía gratitud y felicidad infinitas… hasta que el pensamiento de que algo terrible les pasara me robaba de tajo la paz.

Todavía me pasa.

Es desconcertante pasar de un estado emocional positivo a uno de angustia en un instante en respuesta a una imagen mental.

Con el paso del tiempo descubrí que yo no tengo la exclusiva de esta experiencia. Es muy común que los seres humanos nos dejemos secuestrar por el miedo cuando nos sentimos vulnerables, cuando estamos frente a lo que más queremos.

Incluso vamos aprendiendo a contener nuestras ganas de vivir al máximo, de soñar y disfrutar como medida de protección ante el peor escenario posible.

Frenamos nuestras expectativas, limitamos nuestras ilusiones y no nos permitimos esperar lo mejor. Consideramos más útil prepararnos para las catástrofes.

Como si de verdad fuéramos capaces de sentir menos dolor cuando nos alcanza una tragedia. ¿Quién puede estar preparado para recibir la muerte de un ser querido? Ningún ensayo nos deja listos para eso y, en el camino, renunciamos a mucha felicidad pensando que es mejor no darle rienda suelta.

La ciencia muestra que a medida que vamos envejeciendo, el cúmulo de lamentos de caminos no tomados, aventuras no vividas y sueños no cumplidos van transformándose en toxinas que lentamente apagan nuestra chispa, esperanza y ganas de trazar nuevas metas. Y cuando nos llega la hora de partir, nos encontramos en la antesala rodeados de nuestros entrañables “hubieras”.

En su libro “Getting Grit”, Caroline Adams Miller, habla de un ejercicio que me parece muy poderoso. Se llama: ¿De qué no me arrepentiré? y consiste en hacer una lista de los cinco arrepentimientos que NO queremos tener al momento de morir. Una vez que los identificados es necesario trazar un plan y tomar acciones desde hoy.

No sé tú… pero a mi me parece que uno de los miedos más peligrosos que existen es el miedo a no vivir plenamente.

Cuéntame… ¿De qué NO te arrepentirás tu?

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“No es valiente aquel que no siente miedo, sino el que sabe conquistarlo”

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Hoy tomo prestada la frase de Nelson Mandela para el tiítulo de esta publicación.

El miedo se define como una sensación de angustia por la presencia de un peligro real o imaginario y su función es protegernos.

Los humanos tenemos programado de fábrica un mecanismo de supervivencia que se llama “pelea, escapa o paralízate” que se activa ante la presencia de una amenaza real o percibida.

Hace mucho sentido tener miedo cuando una amenaza de peligro tiene forma de oso hambriento que aparece repentinamente en tu camino, de sangre que brota de una herida a borbotones luego de un accidente o de dos malandros drogados apuntando tu cabeza con sus pistolas. En otras palabras… cuando el peligro es real e inminente.

Algo que me parece increíble, sin embargo, es que las personas podamos sentir miedo y activar todas las alarmas de nuestro sistema nervioso central en respuesta a una amenaza percibida o imaginaria.

Podemos detonar exactamente el mismo mecanismo de supervivencia con un pensamiento y vivir en un estado permanente de alerta o estrés crónico.

Voy a recurrir al ejemplo que más encuentro en la literatura. Una gacela puede estar comiendo tranquilamente, detectar un león y arrancar corriendo asustada a toda velocidad para escapar. Si logra hacerlo y el león desaparece, la gacela regresa a la calma y continúa comiendo como si nada hubiera pasado. Las personas, en cambio, podemos quedarnos atrapados en el estrés por mucho tiempo, incluso, aunque la amenaza haya desaparecido.

Escapar de eso que nos da miedo es casi siempre nuestro primer impulso. Cuando el miedo proviene de una amenaza real perfectamente identificable este instinto nos obliga a la acción. No sería muy atinado, por ejemplo, detenernos a evaluar posibilidades si vemos que se nos viene encima una roca gigante.

Los miedos atados a peligros reales son útiles y necesarios. Es bueno, por ejemplo, tener miedo a darle unos tragos a una botella de cloro o a caminar al borde de un precipicio en un día de huracán con ráfagas de viento de 100 kilómetros por hora.

Un miedo que tiene una causa perfectamente identificable nos impulsa a la acción: una persona gritando furiosa en un restaurante con bate de beisbol provoca que te escondas bajo la mesa.

Los miedos imaginarios o percibidos, en cambio, son como una gran nube de ansiedad o una preocupación que no alcanzamos a enfocar y nos congela. Estos miedos son peligrosos, ahogan nuestros sueños y crean un abismo en donde se pierde lo que nuestro corazón anhela. En ese espacio viven todos nuestros “hubieras”.

Huir o paralizarnos de miedo no es una buena idea cuando se trata de echar a volar un proyecto, desarrollar una idea, aceptar una invitación, taparnos la vista ante realidades dolorosas o expresar nuestras opiniones. El miedo tampoco sirve cuando no sabemos exactamente qué lo produce. Este tipo de miedo nos deja a la orilla de nuestra propia vida.

Existen algunas estrategias para hacerle frente a los miedos percibidos o imaginarios.

Aprende todo lo que puedas sobre lo que te da miedo. Si te aterrorizan los tiburones, entonces lee todo lo que puedas acerca de ellos… de esa manera sabrás que no corres ningún peligro nadando en una alberca. Si te angustia la sospecha de que tu hijo de 13 años fuma, habla con él sobre las colillas que encuentras fuera de su ventana. Agenda la mamografía, aprende de finanzas personales, investiga si este tipo de arañas vive en tu zona.

Sentir curiosidad. El miedo es un perfecto disfraz para otras emociones. Si profundizamos en lo que sentimos y vamos quitando capas quizá logremos descubrir que no es miedo lo que sentimos, sino inseguridad, vergüenza, culpa o resentimiento. Para resolver un problema, primero hay que identificarlo.

Enfrentar nuestros miedos. Aprovechar las oportunidades que se nos presentan para practicar la valentía y resolver temores. En mi peor época de miedo al avión, la vida se encargó de ponerme a viajar. Como era por razones de trabajo no me quedaba más opción que abordar la aeronave. La terapia de exposición resultó muy útil. Aquel miedo casi paralizante de hace unos años se ha convertido en sólo nervios perfectamente manejables. En ocasiones… hasta sueño me da.

Haz algo que te de miedo una o dos veces al año. Claro, siempre y cuando sea algo que quieras hacer. Antes de aceptar, decliné 3 invitaciones a recorrer un cañón que me parecía totalmente inspirador pero que implicaba saltar al agua desde rocas entre 3 y 12 metros. Finalmente me decidí a hacerlo. La aventura iniciaba con un rapel de 40 metros de altura. Con las piernas convertidas en gelatina y sin voltear para abajo me lancé. Perdí el estilo y terminé debajo de una cascada… pero valió la pena. Ha sido uno de los mejores paseos que he hecho y la sensación de logro al completar el recorrido fue enorme. Me había graduado de un tipo de miedo.

Revisa tu compás interior. Me gusta esta idea de Martha Beck, autora de “Finding Your Own North Star” para saber cuándo escapar y cuando enfrentar un miedo.

Si tu miedo y tu corazón apuntan en la misma dirección y dan las mismas instrucciones… ¡corre!. En otras palabras, huye de cualquier cosa que te atemorice y no sea atractivo para tu corazón, que no se sienta bien.

Una persona muy atractiva, pero que te pone lo pelos de punta con su agresividad sugiere alejarte. Si te dan miedo la alturas y a tu yo auténtico no le interesa aventarse de un paracaídas… no lo hagas.

Pero si el miedo y tu corazón apuntan en direcciones contrarias, entonces es necesario explorar. Abrir el restaurante, hacer un viaje, decirle a esa persona que estás enamorada de ella hace tiempo, estudiar una carrera a los 50 años.

Dice Beck que cuando nuestro yo auténtico verdaderamente quiere algo, casi siempre sentiremos miedo… miedo al fracaso, al compromiso, a dejar territorio conocido, a la competencia o, inclusive, al éxito. El tipo de miedo que camina de la mano con el deseo es el que tenemos que enfrentar.

No cruzar el puente antes de llegar. Esta se la aprendí a mi papá. Cada vez que me angustiaba anticipando lo que podría pasar en el futuro o imaginando escenarios escabrosos, mi papá me decía “no cruces el puente antes de llegar”. Este es un consejo muy útil para evitar caer presas del miedo anticipatorio.

Atender el tema hoy. Con frecuencia el miedo nos dice que no estamos listos todavía. A veces, es cierto. Tenemos que aprender un poco más. Si quieres dar un concierto de piano en el auditorio de la ciudad y no conoces las notas musicales, quizá debas practicar más. Muchas otras veces postergamos la acción bajo excusa de que aún no es tiempo o no es el mejor momento. Y pensamos que el día en que estemos listos no sentiremos miedo. Martha Beck dice, superar el miedo sin hacer algo que nos asuste es como querer aprender a nadar en el pasto. Tenemos que tirarnos el clavado…

Si comenzamos a enfrentar nuestros miedos sucederán cosas increíbles: seremos más libres, más auténticos, completaremos más sueños y viviremos más felices.

Te dejo unas palabras finales de Martha Beck… “Te darás cuenta que la diferencia entre el éxito y el fracaso no es la ausencia del miedo, sino la determinación de seguir tu corazón sin importar lo asustado que estés”.

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