
Esta mañana tomé mi teléfono para ver la hora. Deslicé el dedo en la dirección equivocada y me llevó a la pantalla de búsqueda. Ahí estaba un resumen de encabezados de las noticias.
- Tiroteo en Uvalde, Texas. Joven de 18 años en escuela primaria mata a 19 estudiantes, a 2 maestras y a su abuela.
- Homicidios en México: segundo día más violento del gobierno de AMLO.
- Matan en México a mil 167 mujeres en primeros cuatro meses del año.
…
El martes 24 de mayo fue terrible.
¿Cuántos años tienen los estudiantes en cuarto de primaria? Unos diez. Todavía tienen dientes de leche. Muchos están chimuelos. Imaginan qué quieren ser de grandes al mismo tiempo que abrazan a su peluche por las noches. Intento ponerme en el pellejo de los padres de los niños que perdieron la vida en su salón de clases y no puedo. Se me cierran los pulmones.
¿De dónde se saca esperanza después de una noticia como esta?
¿Quién me dice dónde puedo comprar, aunque sea medio kilo?
Hay muchas cosas en esta historia que me revuelven las entrañas.
Quitando lo astronómicamente increíble que es que cualquiera pueda comprar armas, me pregunto: ¿No le pareció raro al vendedor de la tienda que un joven de 18 años comprara un rifle de uso militar? Quizá pensó que eso no era su problema.
Esta película ya la vimos. Es una repetición. Enciendo la televisión y veo a los reporteros -a los mismos- haciendo las mismas preguntas de siempre. Mismos argumentos, mismas declaraciones, mismos discursos. Otra vez imágenes de policías corriendo en todas direcciones, padres desgarrados, tiras de plástico amarillo acordonando espacios, flores en la entrada del colegio, políticos ofreciendo oraciones. Lo mismo. No creo que la falta de memoria sea el problema. Mientras las personas sigan aferrándose a su derecho de portar armas en la guantera y la industria a sus ganancias, esta historia está destinada a repetirse.
No soporto que adolescentes y niños sientan miedo cuando van a la escuela. No soporto mi propio miedo.
Escuché decir a Steve Kerr, entrenador de basquetbol de los Golden State Warriors, que está cansado de los minutos de silencio. Yo también.
Y es que los minutos de silencio en el colectivo mundial ya gritan con altavoz.
Dos años de pandemia con todo lo que eso supone, guerra en Ucrania, feminicidios y ejecuciones rompiendo récords en México, tiroteos, sequía en Nuevo León, contaminación rampante.
¿Cómo se hace para respirar cuando el aire es sólido?
Nuestra salud mental está bajo ataque.
Y a lo que sucede en el panorama macro hace falta sumarle lo que ocurre en nuestro entorno inmediato.
Mi microambiente ha tenido lo suyo.
El COVID llegó a mi familia y cuando recién me digería la noticia, me dijeron: “esto no termina… ahora viene el Monkeypox”, ¿el qué?, “la viruela del simio” …
¿Dónde hago caber una preocupación más?
Siento que todos los elefantes del planeta están parados sobre mis hombros.
Amigos y conocidos recibiendo diagnósticos inesperados y escalofriantes; otros, viajando al cielo sin mucho aviso. Me pregunto en voz alta: ¿Siempre ha sido así y yo no sabía? o ¿Ser joven ya no es garantía de nada?
Quiero esconderme en un rincón y que el mundo pase frente a mí sin verme.
¿Cómo no volvernos locos con tanto al mismo tiempo?
Sé que mi nivel de ansiedad está tres rayitas más arriba cuando empiezo a crear escenas mentales catastrofistas y despierto en las madrugadas. Sé que la carga está acumulándose cuando me siento agotada -como si hubiera corrido medio maratón- pero no he andado más de 2,000 pasos por día. Sé que necesito hacer algo cuando no puedo concentrarme para leer mi libro “Stop Overthinking” justo porque estoy “overthinking”. Cuando mi sensibilidad a los sonidos aumenta significa que estoy parada en zona de alerta.
Hoy fue así.
Te comparto esto con la idea de decirte que podemos aprender a leer las señales y recurrir a estrategias para recuperar la calma.
Pensé en los jóvenes y en los niños. Pensé en mis hijas. Pensé en todos los papás y mamás. Recordé un artículo que leí la semana pasada sobre por qué los adolescentes en Estados Unidos están tan tristes. Aquí te dejo el link. Vale mucho la pena.
Una de las razones que señalan ahí es que el mundo se ha convertido en un lugar estresante. Pareciera que por todos lados se resquebraja y no hay muchas razones para sentirse optimista.
¿Qué hacemos?
Te comparto mi estrategia de emergencia.
Movimiento + Naturaleza + Silencio + Habitar el presente.
En días como hoy, sólo caminar no es suficiente. Tengo que caminar al mismo tiempo que mantengo mi mente amarrada al presente. Algo así como sacar a pasear a mi cabeza con correa. Una correa que me mantiene aquí y ahorita.
Caminé una hora haciendo este ejercicio:
- 5 cosas que puedo ver (el sol, un buzón de correo, una ardilla cruzando la calle, una casa amarilla, una rama)
- 4 cosas que puedo sentir (el aire en mi cuerpo, el reloj en mi muñeca, el suelo bajo mis pies en cada paso, mis brazos rozando con mi playera)
- 3 cosas que puedo escuchar (el viento -habla fuerte hoy-, las voces de dos vecinas que vienen platicando y pasan junto a mí, pájaros)
- 2 cosas que puedo oler (el pasto recién cortado, la piel de mi brazo)
- 1 cosa que puedo saborear (el sabor a café en mi boca)
Y volver a empezar. Modo “repeate” porque en días como hoy, que son los que le siguen a días como ayer, una vuelta al ejercicio no es suficiente.
El efecto positivo es doble si camino al aire libre y envuelta en silencio. Sin redes sociales, sin noticias, rodeada de verde, escuchando animales, viendo el cielo. En la naturaleza está mi contrapeso.
¿Y con los hijos?
Yo no recuerdo que el mundo fuera tan rudo cuando yo tenia la edad de mis hijas. A lo mejor sí lo era, pero lo cargaban mis padres y no existía el internet. No crecí pegada a un celular para enterarme de todo, sobretodo de lo malo.
¿Qué hago yo?
Yo le digo muy seguido a mis tres que la historia completa del mundo también incluye noticias buenas, descubrimientos científicos increíbles, tecnologías médicas para cuidar y reparar la salud, jóvenes como ellas comprometidas con el medio ambiente, voluntarios en todos los rincones haciendo la diferencia.
También les lleno su bandeja de Instagram con imágenes de paisajes que inyectan luz al corazón, de cachorros de todas las especies que despiertan la ternura, de obras de arte que encienden la creatividad, de historias inspiradoras en el deporte, de artistas haciendo su magia. Quiero contrarrestar la avalancha de malas noticias. Me gusta creer que cuando ellas hacen “clic”, el algoritmo interpreta que eso les gusta y les manda más de lo bueno.
Y las abrazo mucho.
Y les digo que las quiero.
Varias veces el día.
Todos los días.
En días como hoy, no tengo una conclusión.
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