El amor en los tiempos de la pandemia

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Tengo ya 10 semanas en mi cuenta de cuarentena -el nombre ya ni aplica, se quedó corto- No veo la línea de meta, sospecho que se mueve o que alguien le da un jalón justo cuando estoy a punto de llegar. Pero aquí sigo, colgada de la esperanza.

Hace un par de días me topé con esta frase:

“El amor no reconoce barreras. Brinca obstáculos, salta rejas, penetra paredes para llegar a su destino lleno de esperanza” -Maya Angelou

Y desde entonces me ha dado por pensar en el amor.

Es poderoso.

Ha tenido que aprender a filtrarse a través de pantallas, tapabocas, caretas de plástico, lentes, guantes, trajes amarillos. Ha tenido que encontrar la manera de comunicarse por chat con palabras escritas, símbolos, mensajes de voz.

Nos ha movilizado a entender cómo usar nuevas tecnologías para seguir conectados. Nos ha obligado a ser creativos, a innovar, a encontrar “como sí”.

Los festejos de cumpleaños se han convertido en desfiles de autos decorados con globos, cartulinas llenas de color y corazones. Caravanas de cariño que hacen ruido con el claxon para garantizar que la vuelta al sol de nuestros seres queridos no pase desapercibida.

Con un poco más valor, comienzan a organizarse reuniones de dos horas, al aire libre, con “Susana” – su sana distancia- como invitada de honor, comida en paquetes individuales y termo de agua personal.

Los ojos se han vuelto protagonistas. Cargan con toda la responsabilidad de comunicar emociones, dado que muchas veces son la única parte visible de la cara. Las sonrisas ahora salen por los ojos. Las auténticas, digo, pues las sonrisas de ojos no pueden fingirse como las de bocas. Gritamos con miradas lo que sentimos. Leemos en las retinas la angustia, el dolor, la tristeza, la incertidumbre, la alegría, la ilusión.

El amor también ha adaptado su lenguaje corporal. Nos envolvemos con nuestros propios brazos mientras vemos al otro para dejarle saber que este abrazo es para ella, para él, para nosotros. Alineamos nuestras palmas con las de nuestros padres, abuelos, amigos, aunque sea con un vidrio de por medio. Nos metemos las manos en la bolsa del pantalón porque no sabemos que hacer con ellas si no podemos tocar. Ponemos un beso en la punta de nuestros dedos y luego lo soplamos en dirección a quien queremos. Nos despedimos diciendo “te mando un abrazo” y pronto agregamos “no contagioso”.

Me pregunto qué hacen los recién enamorados. Me imagino que habrá algunos que por amor se la juegan, se avientan y desafían al mundo entero para estar juntos. Y habrá otros que, también por amor, se contienen porque en casa tienen adultos mayores, padres o hijos con sistemas inmunes vulnerables. Marinan el deseo e imaginan una y mil veces el momento en que ya todo esté bien y puedan fundirse otra vez en caricias. ¿Cuántos amores habrán quedado separados por fronteras que de momento no pueden cruzarse?

Sí, el amor es grande y nos moviliza a generar experiencias en la “nueva normalidad” que CASI se parezcan a las de la vieja normalidad.

Pero ese CASI es un abismo.

Podemos vernos, pasar corazones y sonrisas por las plataformas virtuales, pero todavía no existe una función que deje pasar los aromas. Veo a mi mamá en la pantalla, pero no me llega su perfume o el olor de su pelo. No siento el calor del abrazo de mi papá. No puedo sentir los cachetes de mis sobrinos, no puedo tocar el brazo de mis hermanos mientras nos reímos. Y reafirmo que no hay nada más importante que nuestros lazos sociales y el contacto en tercera dimensión. Y quiero que me regresen esa parte de mi estilo de vida.

Y en medio de la pandemia, NASA y SpaceX lanzan al espacio la primera misión privada tripulada de la historia. Y me pongo a pensar en cuántos eventos históricos comprimidos en unos cuantos meses nos ha tocado vivir -que intenso llegó el 2020-. Y caí en la cuenta de lo grandes que podemos ser los humanos cuando trabajamos juntos para lograr un bien superior. Y me pregunté qué estarían sintiendo los astronautas y sus familiares. Grande el amor por la ciencia, también. Y me emocioné contando del diez al cero. Y se me puso la piel de gallina viendo despegar el cohete. Y siento esperanza. Y me gusta pensar que fueron a recoger la vacuna contra el COVID-19. Y que pronto nos dirán en las noticias que estaremos bien.

Y que podremos volver a esa realidad donde estar juntos y abrazarnos no era peligroso, al menos para la salud.