Positivismo Tóxico

Hace un par de semanas estuve en una reunión social flotando de un grupo a otro para conocer gente nueva. Me quedé estacionada en una conversación entre dos amigas que se ponían al día sobre el deseo de una de ellas de emprender el proyecto de sus sueños.

Todo iba bien hasta que la amiga que indagaba sobre el estatus del proyecto hizo una pausa, volteó a verme de frente y me preguntó: Y tú, ¿A qué te dedicas?. Soy consultor y coach en Psicología Positiva. ¡Ah!, ¡Qué bien!, ¡Entonces vamos a mandarle puros pensamientos positivos al proyecto! Dijo mientras le salpicaba polvos mágicos a la futura emprendedora. 

Chin.

Pausa incómoda de mi parte.

Cambio de pie de apoyo.

“Bueno. Sí. Pero pensar positivo no es suficiente, también tiene que definir una estrategia, objetivos y meterle muchas horas de trabajo.”

Comentario no muy bien recibido.

Cambio de grupo.

Me quedé pensando en esta asociación peligrosa que existe entre la Psicología Positiva y el positivismo tóxico. 

En la cultura occidental y en nuestra sociedad, ronda la idea generalizada de que para hacerla en la vida basta con manifestar el éxito y fabricar pensamientos positivos. Si fracasamos es porque nosotros mismos invocamos ese resultado con malas vibras. La expectativa es que seamos capaces de aniquilar las emociones incómodas, sonreír ante la adversidad y ahuyentar cualquier señal de preocupación o negatividad. 

El positivismo tóxico ha permeado tanto en nuestra manera de vivir que ser felices, optimistas, agradecidos y encontrarle el lado bueno a todo es obligatorio. Sugiere que cualquier obstáculo puede ser superado si somos positivos.

¿Te quedaste sin trabajo? ¡Que gran oportunidad para reinventarte!, ¿Te diagnosticaron con cáncer? ¡Sonríe, la actitud es todo!, ¿Perdiste un bebé? ¡Al menos sabes que puedes embarazarte!, ¿Quedaste paralítico? ¡Todo pasa por algo!, ¿Se incendió tu casa, murió la mascota, tienes Covid, te pidieron el divorcio, tu mamá se fracturó la cadera y tu hijo es adicto a las drogas? ¡El universo no te manda más de lo que puedes manejar! 

En un mundo donde sólo cabe lo bueno, no hay permiso para sentir miedo, tristeza, enojo, desilución. A estas emociones las hemos bautizado con el nombre de “negativas” y están tan satanizadas como la grasa en un buen trozo de carne.

El positivismo tóxico es peligroso. 

Los eventos trágicos, las malas noticias y las desiluciones requieren que atravesemos y procesemos emociones difíciles. Negar la existencia del dolor y pretender que estamos bien, porque es lo socialmente aceptable, intensifica los problemas y termina dejándonos sumergidos en una sensación de soledad.

Eso está claro en Psicología Positiva. 

No hay cantidad de pensamientos rosas ni frases motivacionales que alcancen para desviar las dificultades que vienen incluidas en el paquete de vivir.

La Psicología Positiva es mucho más que pensamientos bonitos.

El universo es aleatorio, amoral e imparcial. No anda metido en nuestras cabezas detectando a los pesimistas para recetarles catástrofes, ni a los optimistas para enviarles viento a favor. Las tragedias llegan sin importar si podemos manejarlas o no y a la gente buena le pasan cosas malas. 

Pensar positivo no sirve de nada si no hacemos el trabajo. El tiempo no cura todo, sino lo que hacemos con el tiempo. Para que funcionen, las intenciones, afirmaciones y pensamientos TIENEN que estar seguidas de acciones concretas.

La Psicología Positiva no niega el lado oscuro de la vida. Reconoce su presencia y parte de la realidad por horrorosa que ésta sea. 

Frases como “todo pasa por algo” o “el universo no te manda más de lo que puedes manejar” pueden sentirse como patada al hígado con bota vaquera picuda, aunque sean ofrecidas para mostrar solidaridad y dar consuelo. 

¿Cuál es la razón del universo detrás de la leucemia de un hijo?, ¿Detrás de los huérfanos que deja una guerra?, ¿Detrás de un abuso sexual?

Me queda claro que nuestra intención y deseo de apoyar a quienes queremos cuando atraviesan por momentos difíciles es genuina y buena.

Si queremos hacerlo efectivamente tenemos que aprender a usar mejores frases. Por ejemplo: “Estoy contigo”, “¿Quieres hablar al respecto?”, “Esto es muy doloroso”, “No sé qué decirte, pero estoy aquí para ti”, “Te quiero”, “¿Cómo estás hoy?”. Y si no sabemos que decir, basta con sentarnos en silencio junto a la persona, hacer la comida, quitarle un pendiente de encima.

Una vida plena y feliz incluye dificultades y problemas. Esto nos obliga a sentir y gestionar emociones agradables y desagradables. A involucrarnos en los procesos por dolorosos que sean, confiando en que podremos utilizar nuestras fortalezas, recursos personales y contar el apoyo de las personas que nos quieren. 

Pesa el Mundo

Esta mañana tomé mi teléfono para ver la hora. Deslicé el dedo en la dirección equivocada y me llevó a la pantalla de búsqueda. Ahí estaba un resumen de encabezados de las noticias. 

  • Tiroteo en Uvalde, Texas. Joven de 18 años en escuela primaria mata a 19 estudiantes, a 2 maestras y a su abuela.  
  • Homicidios en México: segundo día más violento del gobierno de AMLO. 
  • Matan en México a mil 167 mujeres en primeros cuatro meses del año. 

El martes 24 de mayo fue terrible.

¿Cuántos años tienen los estudiantes en cuarto de primaria? Unos diez. Todavía tienen dientes de leche. Muchos están chimuelos. Imaginan qué quieren ser de grandes al mismo tiempo que abrazan a su peluche por las noches. Intento ponerme en el pellejo de los padres de los niños que perdieron la vida en su salón de clases y no puedo. Se me cierran los pulmones. 

¿De dónde se saca esperanza después de una noticia como esta?

¿Quién me dice dónde puedo comprar, aunque sea medio kilo?

Hay muchas cosas en esta historia que me revuelven las entrañas.

Quitando lo astronómicamente increíble que es que cualquiera pueda comprar armas, me pregunto: ¿No le pareció raro al vendedor de la tienda que un joven de 18 años comprara un rifle de uso militar? Quizá pensó que eso no era su problema. 

Esta película ya la vimos. Es una repetición. Enciendo la televisión y veo a los reporteros -a los mismos- haciendo las mismas preguntas de siempre. Mismos argumentos, mismas declaraciones, mismos discursos. Otra vez imágenes de policías corriendo en todas direcciones, padres desgarrados, tiras de plástico amarillo acordonando espacios, flores en la entrada del colegio, políticos ofreciendo oraciones. Lo mismo. No creo que la falta de memoria sea el problema. Mientras las personas sigan aferrándose a su derecho de portar armas en la guantera y la industria a sus ganancias, esta historia está destinada a repetirse. 

No soporto que adolescentes y niños sientan miedo cuando van a la escuela. No soporto mi propio miedo. 

Escuché decir a Steve Kerr, entrenador de basquetbol de los Golden State Warriors, que está cansado de los minutos de silencio. Yo también.

Y es que los minutos de silencio en el colectivo mundial ya gritan con altavoz.

Dos años de pandemia con todo lo que eso supone, guerra en Ucrania, feminicidios y ejecuciones rompiendo récords en México, tiroteos, sequía en Nuevo León, contaminación rampante. 

¿Cómo se hace para respirar cuando el aire es sólido?

Nuestra salud mental está bajo ataque.

Y a lo que sucede en el panorama macro hace falta sumarle lo que ocurre en nuestro entorno inmediato. 

Mi microambiente ha tenido lo suyo.

El COVID llegó a mi familia y cuando recién me digería la noticia, me dijeron: “esto no termina… ahora viene el Monkeypox”, ¿el qué?, “la viruela del simio” … 

¿Dónde hago caber una preocupación más? 

Siento que todos los elefantes del planeta están parados sobre mis hombros.

Amigos y conocidos recibiendo diagnósticos inesperados y escalofriantes; otros, viajando al cielo sin mucho aviso. Me pregunto en voz alta: ¿Siempre ha sido así y yo no sabía? o ¿Ser joven ya no es garantía de nada? 

Quiero esconderme en un rincón y que el mundo pase frente a mí sin verme. 

¿Cómo no volvernos locos con tanto al mismo tiempo?

Sé que mi nivel de ansiedad está tres rayitas más arriba cuando empiezo a crear escenas mentales catastrofistas y despierto en las madrugadas. Sé que la carga está acumulándose cuando me siento agotada -como si hubiera corrido medio maratón- pero no he andado más de 2,000 pasos por día. Sé que necesito hacer algo cuando no puedo concentrarme para leer mi libro “Stop Overthinking” justo porque estoy “overthinking”. Cuando mi sensibilidad a los sonidos aumenta significa que estoy parada en zona de alerta.

Hoy fue así.

Te comparto esto con la idea de decirte que podemos aprender a leer las señales y recurrir a estrategias para recuperar la calma. 

Pensé en los jóvenes y en los niños. Pensé en mis hijas. Pensé en todos los papás y mamás. Recordé un artículo que leí la semana pasada sobre por qué los adolescentes en Estados Unidos están tan tristes. Aquí te dejo el link. Vale mucho la pena. 

Una de las razones que señalan ahí es que el mundo se ha convertido en un lugar estresante. Pareciera que por todos lados se resquebraja y no hay muchas razones para sentirse optimista. 

¿Qué hacemos?

Te comparto mi estrategia de emergencia. 

Movimiento + Naturaleza + Silencio + Habitar el presente. 

En días como hoy, sólo caminar no es suficiente. Tengo que caminar al mismo tiempo que mantengo mi mente amarrada al presente. Algo así como sacar a pasear a mi cabeza con correa. Una correa que me mantiene aquí y ahorita.

Caminé una hora haciendo este ejercicio:

  • 5 cosas que puedo ver (el sol, un buzón de correo, una ardilla cruzando la calle, una casa amarilla, una rama)
  • 4 cosas que puedo sentir (el aire en mi cuerpo, el reloj en mi muñeca, el suelo bajo mis pies en cada paso, mis brazos rozando con mi playera)
  • 3 cosas que puedo escuchar (el viento -habla fuerte hoy-, las voces de dos vecinas que vienen platicando y pasan junto a mí, pájaros)
  • 2 cosas que puedo oler (el pasto recién cortado, la piel de mi brazo)
  • 1 cosa que puedo saborear (el sabor a café en mi boca)

Y volver a empezar. Modo “repeate” porque en días como hoy, que son los que le siguen a días como ayer, una vuelta al ejercicio no es suficiente.

El efecto positivo es doble si camino al aire libre y envuelta en silencio. Sin redes sociales, sin noticias, rodeada de verde, escuchando animales, viendo el cielo. En la naturaleza está mi contrapeso. 

¿Y con los hijos?

Yo no recuerdo que el mundo fuera tan rudo cuando yo tenia la edad de mis hijas. A lo mejor sí lo era, pero lo cargaban mis padres y no existía el internet. No crecí pegada a un celular para enterarme de todo, sobretodo de lo malo. 

¿Qué hago yo? 

Yo le digo muy seguido a mis tres que la historia completa del mundo también incluye noticias buenas, descubrimientos científicos increíbles, tecnologías médicas para cuidar y reparar la salud, jóvenes como ellas comprometidas con el medio ambiente, voluntarios en todos los rincones haciendo la diferencia.

También les lleno su bandeja de Instagram con imágenes de paisajes que inyectan luz al corazón, de cachorros de todas las especies que despiertan la ternura, de obras de arte que encienden la creatividad, de historias inspiradoras en el deporte, de artistas haciendo su magia. Quiero contrarrestar la avalancha de malas noticias. Me gusta creer que cuando ellas hacen “clic”, el algoritmo interpreta que eso les gusta y les manda más de lo bueno.

Y las abrazo mucho.

Y les digo que las quiero.

Varias veces el día.

Todos los días.

En días como hoy, no tengo una conclusión. 

2020: Una película surrealista sin guión

Y de pronto llegué al final del 2020, el año más bizarro que me ha tocado vivir. Separé un rato para tratar de entender de qué se trató esta película surrealista sin guión a la que me aventaron sin preguntar.

Todavía no decido si despedir al 2020 con una mentada de madre o nada más dejarlo pasar. De lo que sí estoy segura es que su partida me hace muy feliz. Soy del bando de las que se emocionan con el cambio de año. Al viejo le dejo las tristezas, los dolores, los malos ratos; al nuevo, lo visualizo lleno de cosas buenas, posibilidades y sueños por cumplir. Siempre me han gustado las páginas en blanco.

Estas son mis reflexiones.

El amor es poderoso. Aprendió a filtrarse a través de pantallas, tapabocas, caretas, lentes, guantes, trajes amarillos. Encontró la manera de hacerse sentir por chat con palabras escritas, símbolos, mensajes de voz, manos emparejadas con vidrios de por medio, aplausos y música desde los balcones. En este año de medias caras, los ojos fueron protagonistas. Hicieron todo: sonreír, gritar, acompañar, consolar, envolver, abrazar, llorar.

Viviendo entre duelos. El sueldo emocional fue brutal en 2020. Sufrimos diferentes tipos de perdidas. Pérdidas humanas, pérdida del contacto social, del trabajo, proyectos detenidos, viajes cancelados. Perdimos la paz interior, la libertad de movimiento, el sentido de normalidad, la rutina, la posibilidad de planear más allá de una semana.

El tiempo y el espacio se volvieron locos. No tienen idea de nada. Se borraron las líneas que dividen al viernes del sábado, al domingo del lunes. Todos los días saben igual. Da lo mismo sin son las 9:30 de la mañana o las 7:45 de la tarde. Se unificaron los espacios: el comedor es el salón de clases; la recámara, es la oficina; el cuarto de tele, la cancha de basquetbol. Hay días en que las horas tienen 180 minutos y meses que duran una semana. El tiempo pasa lento y rápido al mismo tiempo.

Por otro lado, que contradicción esta la de finalmente entender que el tiempo vuela, sentir prisa para salir a vivir y no poder hacerlo porque el aire se ha vuelto peligroso, porque el freno de mano está puesto. ¡Qué ansia esto de esperar a que el mundo se abra otra vez!

Aprender a soltar el futuro. Hace unas semanas me atrapó el título de un artículo en la revista The Economist: “El año en que el futuro se canceló”. ¡PUM! De esos encabezados que lo dicen todo.

Me acuerdo de abril. En una semana se borró mi agenda de todo el año. Un mensaje tras otro para comunicar lo mismo: “debido a la contingencia sanitaria hemos decidido cancelar/postergar la conferencia/taller/vuelo/viaje”. En una semana me quedé sin trabajo, en una semana se esfumaron mis planes y los de mi familia. En 2020 coleccionamos eventos que no sucedieron por el Coronavirus, aviones no tomados, lugares no visitados, aventuras no vividas, fiestas de cumpleaños no celebradas, besos y abrazos no dados.

En ese artículo algo resonó en mí. Hay un tipo de felicidad que viene de anticipar y saborear el futuro, de imaginar cómo serán las cosas. Nos entusiasma la cena del próximo viernes con amigos, del paseo, la ida al cine, el desayuno con amigas, el café para escribir. Nos motiva el compromiso de la siguiente conferencia en vivo, la vuelta a la universidad para dar clase. Aguantamos el martes porque pronto viene el sábado. Este año tocó vivir en el presente, un día a la vez.

¿Cómo sí? Esta crisis nos obligó a transformarnos en pleno vuelo. ¿Te has puesto a pensar en todo lo que ha cambiado en respuesta a la pandemia? Hemos tenido que encontrar la manera de seguir haciendo nuestra vida, de aprender a usar nuevas tecnologías, de cambiar el hábito de tallarnos los ojos con las manos. Hemos tenido que hacernos flexibles, moldeables, ágiles. En mi caso, la pregunta clave para navegar en este océano alebrestado ha sido: ¿cómo puedo seguir haciendo lo que me hace vibrar? Y entonces se me ocurren ideas. Y entonces vuelve la esperanza.

Parteaguas. Me parece que, de una u otra manera, dividiremos nuestras vidas en antes y después del Covid. Ni en mis sueños más locos me hubiera imaginado siendo parte de un evento que quedará registrado en la historia. Este fue el año en que estar juntos se volvió peligroso; abrazar y besar, prohibido. El año en que vivimos “online” y con GPS en permanente estado de “recalculando la ruta”.

Me inquietan las posibles secuelas. No sé, por ejemplo, cómo afectará esto a mis hijas que están en preparatoria, la época en la que todo lo que sucede no está sucediendo ahora. Algún día nos toparemos con las fotos que tomamos este año con tapabocas y la odiada susana distancia. ¿Qué pensaremos entonces?

Los pequeños detalles son los grandes. Extraño los tenis, chamarras, sweaters, termos y calcetas aventados en el asiento trasero de mi coche. Ese era un desorden congruente con partidos de voleibol y basquetbol, planes en casas de amigas y clases en el colegio. Extraño respirar sin miedo y las noches sin pesadillas.

Nueva normalidad. Tapabocas desechables, de tela, con filtro, con diseño, con logo de marca fina, como una prenda más que combinar, tirados en las banquetas. Caretas de plástico, guantes, gel antibacterial, tapetes con líquido para desinfectar zapatos. Círculos dibujados en el suelo a 1.5 metros de distancia entre sí. Termómetros que no sirven en la entrada de los comercios -un día registré 32 grados y me dejaron pasar porque creyeron que estaba viva-. Pasaportes, visas y maletas irrelevantes. La casa siempre llena, desapareció el silencio, la privacidad también. El internet fundamental, el ancho de banda crítico. Desfile de coches para festejar cumpleaños, saludar de lejos, ley seca, “lockdowns”, distanciamiento social, hospitales saturados, miles de muertos.

La gratitud es la herramienta más importante. Y a pesar de todo, me siento agradecida con el 2020. Hay tanto que sí tenemos y sí podemos hacer. Aprendí cosas nuevas como soltar el control, vivir en el caos, tolerar la incertidumbre. Este año fue una gran oportunidad para descubrir qué es lo importante, encontrar los detonadores que nos revelan dónde no somos libres. Conocí a personas maravillosas, regresaron las oportunidades de trabajo y formé parte de proyectos retadores e inspiradores, descubrí que somos más resilientes de lo que pensamos, crecí como persona, pasé horas en la montaña, mi familia está completa y ya viene la vacuna. Sí pudimos.

Ahora vamos por el 2021. No quiero ni imaginar las toneladas de responsabilidad que siente el año nuevo sabiendo que la mirada de la humanidad entera está enfocada en él.

Hoy es un buen día para trazar las metas del año que empieza.

Antes de arrancar con una lista de propósitos de nuevo ciclo es importante dedicar tiempo a pensar lo siguiente: ¿Cómo quiero sentirme?, ¿Qué emociones quiero sentir?, ¿Qué experiencias quiero tener?

Con frecuencia hacemos listas de lo que queremos… Viajar por el mundo, un trabajo estable, un auto nuevo, escribir una novela, encontrar una pareja, tener buena condición física. En realidad, lo que andamos buscando es cómo queremos sentirnos… Libres, independientes, creativos, amados, sanos. Andamos detrás de una manera de sentir. Es por aquí que tenemos que empezar antes de definir nuevas metas.

Yo quiero sentir paz, libertad, claridad, amor, creatividad, diversión, curiosidad, valentía.

Me quedo con la frase de Mark Twain como guía para lo que viene:

“Dentro de 20 años lamentarás más las cosas que no hiciste, que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona puerto seguro. Atrapa el viento en tus velas. Sueña. Explora. Descubre”.

¡Feliz año nuevo!

Neblina mental

brain fog

Ayer desperté con los cables cruzados. Fue una de esas mañanas en que abres una ranura con el ojo derecho y, desde ya, sabes que el camino es cuesta arriba. Neblinas mentales y coctel emocional.

Está por terminar agosto pensé. De ahí hice cuentas. Se fue la primavera, al verano le falta poco. Sospeché que el otoño y el invierno se irán por el mismo pandémico lugar. Y entonces las paredes se me cayeron encima.

Para este “mood”, el remedio para mi es salir a correr o andar en bici. La cadencia de las pisadas o de los pedales, me ayuda a despejar los remolinos emocionales y las nubes mentales. Nota: las herramientas funcionan.

Decidí correr escuchando un podcast. Encontré en “The TED Interview”, un episodio con el nombre: “Elizabeth Gilbert dice que está bien sentirse abrumado. Aquí está lo que hay que hacer ahora”.

Desde mi punto de vista, Liz Gilbert -autora del libro Comer, Amar, Rezar- tiene una habilidad fuera de este mundo para desenredar y poner en palabras lo que sentimos.

Play y a correr.

¿Verdad que es increíble cuando el universo te manda justo lo que necesitas?

Le atiné a un podcast que me ponía por delante una conversación sobre el buffet de emociones por el que estamos pasado desde hace meses. Me sirvió mucho escucharlo. Te comparto lo que me pareció valioso. Confieso que fue difícil elegir, pues los 60 minutos valen la pena.

Ansiedad. Hay muchos sabores de ansiedad y el que sea que sientas es válido. El único sabor de ansiedad que sobra es el de “emociones sobres mis emociones”, pues éste es un problema adicional. Si sientes miedo y después sientes miedo por sentir miedo; si estás estresado y después te estresa estar estresado… es como subirle dos rayas al nivel de ansiedad. Sentirnos culpables o recriminarnos por pensar que deberíamos estar llevando mejor la pandemia -ser más relajados, más creativos, más productivos- sólo sirve para multiplicar el sufrimiento. ¡Es nuestra primera pandemia! Lo que aplica es darnos una dosis de bondad y compasión a nosotros mismos por la ansiedad que sentimos.

También me gustó esta idea sobre una de las paradojas de la humanidad.

No existe una especie más ansiosa que los humanos. Tenemos la habilidad para imaginar el futuro. Allá todo lo terrible puede pasar en cualquier momento, en cualquier parte y a cualquier persona. Creamos películas de terror en nuestra cabeza. Con nuestra imaginación viajamos a lugares que nos provocan miedo, ansiedad, inseguridad y nos convencemos de que no tendremos la capacidad para lidiar con eso.

La paradoja es que, también somos la especie más resiliente. Nuestra capacidad de adaptación es increíble. Cuando la vida nos sirve una tragedia, somos capaces de lidiar con ella. Sobrevivimos en lo personal a las adversidades y como humanidad también.

Podemos encontrar paz si reemplazamos el miedo y la ansiedad con la confianza de que, llegado el momento, la intuición nos dirá qué hacer.

Soledad. Quedarnos en casa y poner distancia física entre nosotros, está provocando sentimientos de soledad. Anhelamos la compañía en tercera dimensión, extrañamos los abrazos. Es frustrante y triste no poder pasar tiempo con la gente que queremos.

Al mismo tiempo, esta es una gran oportunidad para pasar tiempo con nosotros mismos. Y no se tú, pero yo recuerdo todas las veces que dije “me encantaría pasar un mes sola”, “quisiera irme a un retiro espiritual o a un centro de meditación en una montaña”, “quisiera que el mundo se pusiera en pausa”. También recuerdo todas las veces que escuché a alguien más decir lo mismo.

¿Qué pasaría si en lugar de llamarle a este tiempo “confinamiento”, le llamáramos “retiro espiritual?, ¿Qué pasaría si utilizáramos la curiosidad para caminar hacia adentro?, ¿Qué pasaría si tuviéramos la valentía de aguantar nuestra propia compañía? ¿Qué pasaría si avanzáramos con mente abierta y sin resistencia a la emoción que nos incomoda? ¿Qué pasaría si no tenemos tanta prisa por salir de esta situación que potencialmente puede transformarnos para bien?

Duelos. ¿Qué le dices a una persona que ha perdido a más de un familiar a causa del coronavirus? ¿Cómo hablarle a una persona que ha perdido a alguien? No hay palabras. Punto. Todo se queda corto. El duelo es más grande que nosotros y más grande que nuestros esfuerzos para manejarlo. Con frecuencia pensamos que, si sabemos administrar el duelo, lograremos brincarnos el sufrimiento. No es así. Tenemos que darnos permiso de sentirlo, dejar que nos atraviesen sus olas. La respuesta física emocional dura en nuestro cuerpo alrededor de 90 segundos. Lo que sigue es respirar y reconstruir a partir de ahí. Esto no significa que el duelo termina. Significa que lo sentimos, lo dejamos atravesarnos y seguimos otra vez. Todas las veces que sea necesario. Confiar en que la intuición nos murmurará el siguiente paso y recordar que nuestro espíritu es resiliente.

Control. Uno de los retos mas grandes que ha venido con esta pandemia es la sensación de pérdida de control. La incertidumbre y la frustración que vienen con no poder planear más allá de una semana está generando un incremento acentuado en los niveles de ansiedad. De acuerdo con Liz Gilbert, esto de tener el control es un mito… “no teníamos control, sólo ansiedad”, “no estamos perdiendo el control, más bien, estamos dándonos cuenta de que nunca lo tuvimos”. El cambio constante es lo normal. Aceptar que no tenemos control sobre la gran mayoría de las cosas, ni de las personas, ni de las situaciones, es la vía más rápida a la libertad. Hacer nuestro mejor esfuerzo, trabajar duro y después rendir el resultado al universo da paz.

En la entrevista, Gilbert habla también sobre el enojo, la curiosidad, la creatividad y la empatía. Aquí te dejo el vínculo. Te recomiendo que dediques una hora a escuchar esta conversación.

Después de correr acompañada de estas palabras se me descruzaron los cables y se me despejó el cielo. Decidí dejar de pensar en el otoño que aún no llega y disfrutar del día de verano que tenía disponible.

Juntos somos más fuertes

tokio

 

Ayer caí en la cuenta de que, en un planeta sin pandemia, hubieran arrancado los Juegos Olímpicos en Tokio este fin de semana que pasó. No sé a ti, pero a mi me encantan. Tienen magia. Cambian al mundo por un rato.

Que bueno que supe en martes. De lo contrario, la noticia se me hubiera juntado con el domingo, el gris, la neblina, las ráfagas de aire y las lluvias huracanadas de Hanna. Más los cinco meses de cuarentena, vacaciones canceladas, proyectos detenidos, friegos de horas detrás de la pantalla, incertidumbre, mal humor y noches de insomnio.

Somos protagonistas de otro evento histórico patrocinado por el COVID-19, que se ha encargado de poner claro que los planes están bajo sus riendas y de momento no hay permiso para soñar más que un día a la vez.

El aire pesa, lo traemos ya sentado en los hombros.

Imagino que, en unos años, alguien jugará Maratón y le tocará una carta con la pregunta: los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 fueron cancelados por: A) Un atentado terrorista; B) No se cancelaron; C) La pandemia del Coronavirus.

Pienso en los atletas que entrenaron años esperando la oportunidad de participar. Pienso en esa victoria que les dio el pase a los juegos, ese instante en que entendieron que eso que imaginaron incontables veces antes de dormir se convertía en realidad. Casi veo su cara explotando de felicidad, gratitud, alivio, orgullo. Y luego pienso en lo que debió haber sido para ellos que cancelaran el evento.

Y ahí ya se me viene encima la frustración colectiva. Niños que no pueden ir al colegio, adultos mayores sin poder salir de casa, graduados de carrera, de preparatoria con ceremonias virtuales, bodas con papás y hermanos nada más, funerales con transmisión vía Zoom, negocios en quiebra.

¿Cuánto valdrá la suma de desilusiones?

Este virus se toma personal cualquier desafío de la esperanza. La devora con sus tres hileras de dientes, la mastica y contrarresta escupiendo nuevos brotes de contagio y olas de muerte.

Pero se le olvida que el espíritu humano es tenaz y la prueba está en el video que lanzó el canal olímpico #StrongerTogether (aquí la liga) para anunciar la cuenta regresiva de un año para el arranque de los juegos en 2021.

Las olimpiadas han sido la voz de la esperanza, el símbolo de la resiliencia y la grandeza. Esas imágenes de abrazos, de voluntades de acero y corazones indomables son justo la bocanada de aire que nos empuja a continuar. Y si esta fecha no pudo ser, ya tenemos en la mira la siguiente. Una nueva línea de llegada, un nuevo propósito para continuar.

Llegaremos a la meta porque somos fuertes y en esta adversidad hemos encontrado alternativas, descubierto fortalezas, recurrido a la creatividad para generar soluciones. Hemos identificado lo verdaderamente importante y aquí seguimos.

Lo que este virus no entiende, es que es muy difícil ganarle al amor. Y de ese tenemos mucho. Por ahí vamos a ganarle.

¿Qué tal si votamos por la ilusión? Sigamos colgados de la esperanza.

Que nuestra flama siga prendida.

 

 

Atrapar un momento mágico

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Caí en la cuenta de que tengo varias semanas sin publicar en mi blog. Estoy descubriendo que de marzo para acá el tiempo pasa muy rápido y muy lento a la vez. Será que es mi primera pandemia.

En ocasiones, los artículos se escriben en partes separadas que luego encuentran cómo juntarse. Así el de hoy.

Hace una semana hicimos un ejercicio en el taller de narrativa que me sirvió para escribir muchas líneas. La misión era escuchar una canción y elegir tres palabras de la letra para usarlas en un cuento. Al azar salió Right Now de Van Halen y a mi me gustaron cuatro: atrapa un momento mágico.

Me acordé de todos los momentos mágicos que he atrapado en el pasado, de los que atrapo cada que es HOY y de los que quiero atrapar en el futuro. Salieron muchas líneas. Fue una de esas noches de martes en que las ideas fluyen sin pedir permiso. Así quedó una pieza.

La otra pieza ha venido construyéndose desde que el mundo se puso de cabeza.

Y es que sigue rondando la muerte. No da tregua. Parece incansable. Una noticia tras otra.

No sé si siempre ha sido así de activa y yo no me daba cuenta porque estaba saturada de trivialidades, o si efectivamente está trabajando turnos triples. Quizá estoy más sensible.

Quiero andar de puntitas.

No, no es cierto.

Quiero que mis pasos retumben y dejen huellas en el pavimento.

O las dos cosas.

Depende del día.

Regresé a mi escrito del martes pasado para editarlo. Fue entonces que junté las piezas. Algo me dijo que, en tiempos de pandemia, atrapar momentos mágicos es una gran estrategia de resiliencia, son escudos protectores para nuestro bienestar emocional.

Los momentos mágicos que he atrapado en el pasado me sirven para practicar la gratitud…

Atrapar un momento mágico

Tu imaginación para encontrar lobos en las nubes

Tu buena vibra al ritmo de música country

Tu manera de volar en la cancha

 

Atrapar un momento mágico

Esa tarde que me regalaste una estrella

Escucharte devolviéndole a mi “te quiero mucho” un “yo también”

Tus argumentos para convencerme de que no te saldría cola de sirena en el agua

 

Atrapar un momento mágico

Caminando para llegar a un pueblo que siempre queda a cinco minutos

Encuentros de miradas que provocan carcajadas

Que no eran los extraterrestres

 

Los momentos mágicos que atrapo cada día -cada HOY- me recuerdan que el único momento que tengo garantizado es ahorita…

Atrapar un momento mágico

El olor a café por las mañanas

Una cerveza helada

Los abrazos de mis personas favoritas

 

Atrapar un momento mágico

Rodando en mi bicicleta

Leyendo poesía

Desarrollando una nueva idea

 

Los momentos mágicos que quiero atrapar en el futuro me dan dirección y propósito…

Atrapar un momento mágico

Los viajes que quedaron pendientes

El siguiente libro

Podemos abrazarnos otra vez y tirar el tapabocas

 

¿Cuáles son tus momentos mágicos?

No quiero darme el lujo de dar por sentado lo que tengo. Que arrogante parece ahora desatender sonrisas, ignorar atardeceres, guardar palabras de amor y postergar sueños.

Sigo colgada de la esperanza.

 

 

¡Ya estamos haciendo algo extraordinario!

resiliencia

Confieso que una de las primeras declaraciones que hice cuando empezó la cuarentena es que iba a terminar mi segundo libro. Un mes en mi casa era justo lo que necesitaba para sentarme a escribir.

Tendría un bloque concentrado de días sin compromisos, sin horas de tráfico, sin prisa mañanera por despachar niñas al colegio, sin partidos en las tardes. Al fin, tenía la oportunidad para clavarme en este proyecto que había estado pateando y que me producía la misma sensación que la de traer una piedra metida en el zapato.

Confieso que me entusiasmaba la idea.

Pero sucedió que pasaban los días y no lograba sentarme a escribir. Un par de veces abrí el engargolado que guarda los pedazos que tengo, pasaba un par de páginas y no encontraba por dónde seguir. Abría la computadora, la pantalla y yo nos quedábamos viendo como en concurso de miradas hasta que alguna notificación de correo me sacaba del aprieto. Mi cabeza no lograba concentrarse en una sóla idea. Ahí adentro había una venta de garaje.

Justo noto que escribo en tiempo pasado, como si ya hubiera encontrado el remedio y estuviera a punto de contarles cómo logré salir del enredo. No. Sigo en la batalla. Mejor dicho… sigo perdiendo la batalla.

Ver pasar los días sin registrar avances empezó a generarme ansiedad y frustración. Entonces revisaba mi agenda, replanteaba metas y generaba nuevas intensiones.

Nada.

Una foto en Facebook vino a darme el tiro de gracia. Decía algo así como… “Si no sales de esta cuarentena con una novela escrita, un sueño completado o tu casa ordenada, en realidad nunca te faltó tiempo, sino disciplina”. ¡OUCH!

No escribo para mi libro, no concilio ni el sueño por las noches y mi casa sigue tan desordenada como siempre.

En eso estaba cuando recibí un artículo de Scott Berinato del Harvard Business Review titulado “That Discomfort You’re Feeling is Grief” (Esa incomodidad que sientes es dolor) y todo quedó mucho más claro.

Estamos viviendo una pandemia.

El mundo se puso de cabeza. Reina la incertidumbre, el caos, la confusión, el miedo, la ansiedad, el aire está cargado de enfermedad. Estamos sorteando una colección de situaciones -niños en casa, trabajo remoto, preparar tres comidas al día, lavar platos que se multiplican y ensucian solos, confinamiento, distanciamiento físico, cambios de rutinas, nos preocupamos por familiares que tenemos lejos-.

Estamos en duelo.

Estamos sufriendo diferentes tipos de pérdidas.

Pérdidas humanas, pérdida de contacto social, pérdida de trabajo, proyectos detenidos, viajes cancelados, planes en el basurero. Hemos perdido la paz interior, la libertad de movimiento, el sentido de normalidad, la posibilidad de planear más allá de una semana.

El mundo como lo conocíamos cambió y no sabemos qué nos espera en el futuro.

Nos invade el anhelo de volver a tocar lo que hemos perdido, cinco minutos para envolver en un abrazo a mis padres, media hora para tomar café con las amigas, dos horas para ir al cine, noventa minutos en mi salón de clase, tres horas para andar en bicicleta, un lunes común y corriente, una noche sin insomnio. Nos persigue el deseo involuntario de entender, de encontrar sentido en todo esto.

Nuestra brújula perdió el sentido de orientación y luchamos para reacomodarnos en todos los sentidos: físico, emocional y social.

Y cada uno de nosotros vive y experimenta el duelo de diferentes formas: Enojo, llanto, cansancio, sueño, irritabilidad, ansiedad, parálisis, sentido del humor, tristeza, miedo.

La aceptación es una de las puertas de salida en los procesos de duelo. Aceptar que esta es la realidad, que esto está pasando -aunque no lo hayamos pedido y no nos guste- y trabajar a partir de lo que sí podemos controlar.

Son tiempos de paciencia, de tolerancia, de compasión, de márgenes anchos, de andar más lento, de empatía, de mucho amor.

Quizá no es momento de pensar en escribir novelas o sacar adelante grandes proyectos, al menos para mí, no lo es. Quizá es momento de reconocer que estamos sobreviviendo a una pandemia y eso ya es extraordinario.

“La vida es como una caja de chocolates…

forrest gump

Nunca sabes lo que te va a tocar”, dijo Forrest Gump.

Me tocó influenza.

En el día de mi cumpleaños.

Andaba sintiéndome rara desde hace un par de semanas, pero decidí seguir de frente con el mismo ritmo acelerado que me gusta y volándome todas las luces amarillas intermitentes de los semáforos que me topé en el camino.

El plan original para celebrar esta vuelta al sol incluía despertar directo a leer mensajes bonitos de felicitación, desayunar Tamales Gourmet en casa con un grupo de amigas cuya especialidad es el sentido del humor -negro-, pasar la tarde con mis hijas y rematar la noche con cena entre amigos -y cerveza-.

El día empezó con un mensaje del doctor que decía: “La prueba de influenza salió positiva” -el estudio me lo hicieron desde anoche, pero me fui a dormir sin saber el resultado-. Entre las indicaciones médicas venía la nota… “Eres potencialmente contagiosa, ten distancia prudente con la gente”.

WHAT?

Así que aquí estoy… Con influenza tipo B -en caso de que tuvieran curiosidad-, con planes cancelados, envuelta en una cobija, aguantando el gélido día gris -lo mío es el sol colgado de un cielo azul y temperatura mínima de 25 grados-, preguntándome cómo es que el día salió exactamente al revés.

No tenía pensando escribir esta semana, pero ya que estoy en arresto domiciliario y manteniendo distancia prudente con el resto de la humanidad, decidí darles vuelta a unas cuantas ideas en la cabeza -que afortunadamente no me duele y tampoco me da vueltas-.

Más que en fin de año, a mi me gusta reflexionar y hacerme propósitos nuevos el día de mi cumpleaños. Quiero pensar que con el paso del tiempo me acerco un poco más a la persona que quiero ser y a mi mejor versión.

El trayecto de los 43 a los 44 ha sido parecido a una montaña rusa no apta para cardiacos. Ha estado lleno de momentos lindos, inolvidables, inspiradores, sueños alcanzados y logros importantes. También ha venido cargado de situaciones difíciles, tristes y demoledoras. Lo que quiero decir es que ha sido un año de contrastes. Está bien, este tipo de ciclos son los que nos obligan a salir de la zona de seguridad y hacen “NO NEGOCIABLES” el aprendizaje y la evolución personal. Ya tengo trazadas las metas de la ruta hacia los 45 y eso me emociona.

Me dijo una amiga hace un rato… “Pensemos que la vida te regala una pausa”. Sin duda. Cuando mis libros empiezan a apilarse y comienzo a coleccionar cadenas de días sin leer, es que la cosa anda mal. Quiere decir que no me he detenido a descansar, a crear tiempo para mí, que no he hecho pausas para reconectar y sentir. Justo ayer me escuché diciendo en voz alta… “sólo quiero leer”. ¡Concedido!

Dicen que el universo primero te susurra el mensaje al oído y, si no lo atiendes, entonces te grita… o te contagia de influenza. Ya entendí. La luz amarilla intermitente significa: parar.

Ahora me toca sacar la caja de herramientas para tratar de pasar el mejor cumpleaños posible ante la presencia de este imprevisto. Esta herramienta de Psicología Positiva la aprendí de mi querida maestra Maria Sirois. Ante la adversidad, en lugar de preguntarnos “¿Por qué a mí?; es mejor preguntarnos: ¿Quién soy yo ante la presencia de esto?

Así que tomé café, me comí los Tamales Gourmet y los buñuelos en forma de calabaza -sí, bien llenos de azúcar-. Lo único que cambió en el menú del desayuno fue el Tamiflú que llegó de colado. Estoy escribiendo para publicar mi artículo de la semana -siempre me anima-, tengo un par de libros a la mano -justo lo que deseaba- y a Maggie junto a mí -la cuadrúpeda cariñosa, friolenta como yo y que puede acompañarme cerquita sin riesgo de contagio-.

Hoy en particular me alegran las redes sociales que me permiten estar conectada con el mundo a la “prudente distancia” que recetó el doctor. Me hacen grande el corazón todos los mensajes de felicitación y muestras de cariño que están llegando. En especial, me hizo reír este que decía: “No sé si sea apropiado poner la frase “muchos días como hoy””. No, esa no, please.

Me siento agradecida con todos los que hoy me acompañan desde la distancia lejana, desde la prudente, desde el más allá y desde el silencio.

La vida es como una caja de chocolates y hoy me tocó hacer pausa.

El anti GRIT

Quitting

Hoy me voy a correr el riesgo de opinar poniéndome a tono con la clásica frase… “las cosas ya no son como antes” y que entre líneas invariablemente sugiere que las cosas antes eran mejor.

Hace unos años, cuando mis hijas empezaron a jugar basquetbol en el equipo del colegio, descubrí un cambio en las reglas del juego que me inquieta hasta el día de hoy. Ni el paso del tiempo, ni la repetición me han permitido asimilarla o encontrarle las bondades que dicen que tiene. Me hace corto circuito cada vez.

La regla dice que si un equipo le va ganando al otro por 20 puntos, el marcador se apaga o se esconde.

La primera vez que desenchufaron el tablero electrónico pensé que se había descompuesto. Le dije a la mamá sentada junto a mi: “mira, algo le pasó al marcador” y ella me respondió: “no le pasó nada, lo apagaron porque nos están patizando”. ¿Qué?

Se supone que con esta regla protegemos los sentimientos y la motivación de los deportistas.

¿Será?

A mi algo me dice que la cosa no va por ahí y que el antiguo método -él que nos tocó a las generaciones pasadas- es mucho mejor para desarrollar la resiliencia y formar el carácter de nuestros hijos.

Desde mi punto de vista, desaparecer el marcador cuando el equipo rival gana por cierta cantidad de puntos, manda los siguientes mensajes: “game over”, “no hay más que hacer”, “hemos perdido la esperanza en ustedes”, “ya da lo mismo”, “tiren la toalla”.

Me parece más honroso abandonar la cancha con un marcador espantoso en contra que con un marcador fantasma.

La resiliencia o capacidad para superar adversidades forzosamente arranca de la realidad sin camuflajes. ¿Cómo nos levantamos de una derrota y aprendemos de ella si no es dándole la cara?

¿Por qué tenemos tanto miedo los padres a dejar que nuestros hijos se revuelquen con la vida tal y como es? ¿Por qué hacemos hasta lo imposible para evitar que prueben el sabor de la desilusión, el fracaso o la frustración?

Estamos dejando sobre la mesa oportunidades para que nuestros hijos aprendan cómo trabajar duro para alcanzar objetivos difíciles, cómo dar su mejor esfuerzo, cómo ganar y perder decorosamente.

Una de las quejas más frecuentes ahora en las empresas es que los jóvenes no toleran ni las dificultades, ni las incomodidades, renuncian a la primera de cambios, andan por los pasillos necesitando reconocimientos por llegar a tiempo y creyéndose merecedores del mundo sólo por que sí.

La evidencia comienza a mostrarnos que con las mejores intenciones estamos criando niños sin recursos o habilidades para la vida, “sin calle”. Queremos hacerlos sentir especiales y felices a cualquier costo en el corto plazo, sin darnos cuenta que con esto podríamos estar comprometiendo su felicidad de largo plazo.

Levanta la mano, por ejemplo, si en las fiestas te avientas a recoger los dulces que caen de la piñata para dárselos a tus hijos, si controlas sus grupos de amigos, si les resuelves todos y cada uno de sus problemas, si te le has lanzando a la yugular a un maestro por haberle llamado la atención a alguno de tus niños.

Las cosas han venido cambiando de unos años para acá. Ahora los diplomas y medallas son para todos. Quien no saca un premio por calificaciones notables, lo saca por ser buen ciudadano o por ser muy simpático.

Hace unas semanas dediqué un artículo al tema de GRIT. Sigue este vínculo si quieres conocer más sobre este concepto.

Con GRIT asociamos frases del tipo “no rendirse”, “resistir frente a la adversidad”, “continuar a pesar del fracaso” y la ciencia ha descubierto que está detrás de la mayoría de las historias de éxito.

Caroline Adams Miller define GRIT como el tipo de comportamiento obediente y disciplinado necesario para el cumplimento de metas de largo plazo, eso que nos hace continuar a pesar del fracaso.

Me pregunto… ¿Y cómo van a aprender a desarrollar el GRIT nuestros hijos si no los dejamos practicar ni siquiera en la cancha? ¿Si atravesamos la ciudad para llevarles el uniforme que olvidaron –porque no lo empacamos nosotros en la mochila- en lugar de dejar que los pongan a correr 10 vueltas?

A mi me gustaría dejar encendido el marcador, me gustaría más enviar el mensaje de que el juego no se acaba hasta que se acaba y mientras tanto hay que luchar. Apagar el tablero o esconderlo debajo de la mesa me parece muy anti GRIT.

¿Tu que opinas?

http://www.bienestarconciencia.com

¡Fuerza México!

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Hace 32 años a muchos nos tocó vivir uno de los eventos más duros y difíciles que ha atravesado nuestro país.

Hoy lo revivimos.

Otra vez nos encontramos haciendo llamadas y mandando mensajes para localizar a los que queremos y asegurarnos que están bien. Nuevamente estamos sentados frente a la televisión viendo esas imágenes conocidas que nos dejan sin aliento. Una vez más a prueba.

Eventos como el terremoto de hoy nos recuerdan en un instante lo que es verdaderamente importante en la vida y pasan a segundo plano las pequeñeces que abruman nuestros días.

Este es un momento para reflexionar y actuar en lo que es esencial.

Estrechar nuestros lazos sociales. Noticias como estas dejan claro que nuestros seres queridos son lo más valioso. Recordemos expresar afecto y comunicar nuestro cariño, hacer tiempo para compartirlo con nuestros familiares y amigos. No esperemos ocasiones especiales para dejarle saber a nuestra gente que la queremos.

Practicar la gratitud. Tomar nota de todo lo que pudo haber pasado pero no pasó, agradecer la ayuda de los rescatistas y civiles que están trabajando para salvar vidas y aliviar la situación, apreciar que hoy los protocolos de emergencia funcionan mejor que hace 32 años. Dar gracias a todos los que estando lejos se preocupan y envían mensajes de aliento.

Activar la generosidad. Es momento de ayudar de cualquier manera que sea posible. Contribuir desde donde estamos y con lo que tenemos. Toca mostrarnos solidarios. Estemos al pendiente de las fuentes oficiales de información que anuncian lo que necesitan los afectados y hagámoslo llegar pronto –agua, comida enlatada, pañales, lámparas, guantes para los rescatistas-. Ayuda como puedas.

Fortalecer el músculo de la resiliencia. Superar la adversidad haciendo uso de la fuerza que nos une. Ya lo hicimos una vez. Sabemos como reconstruir. Va de nuevo.

Acompañemos con nuestras oraciones y cariño a todos los afectados de esta tragedia.

México… ¡Hoy es juntos!