Permiso para sentir

 

heart on fire

“Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca perder la esperanza infinita”

– Dr. Martin Luther King, Jr.

Esta semana la protagonista ha sido la muerte. Sabemos que ha estado trabajando dobles turnos desde que empezó la crisis sanitaria global -ojalá caiga rendida pronto o se decida a tomar un merecido descanso-. Sólo que en los últimos días hemos sentido su aliento de cerca. Ha venido a recoger a seres queridos, a familiares, a conocidos.

Y qué pesado es.

Todos estos cambios inesperados, toda esta incertidumbre, todo este reconocer que no tenemos nada garantizado más que el momento de ahorita. Todo esto de seguir caminando sin ver la meta, drena la energía y oxida el ánimo.

Que contradicción la de finalmente entender que el tiempo vuela, sentir prisa para salir a vivir, despegar, volar y no poder hacerlo porque el aire se ha vuelto peligroso, porque el freno de mano está puesto.

Y siento mucho.

Y duele.

Y así está bien.

Quizá en este momento lo que tenemos que hacer es sentir. Sentir hasta que arda, sentir hasta que quedar indiferentes no sea opción. Sentir para no olvidar. Sentir para evitar que la vida se nos escurra en estupideces, en sacar adelante pendientes vacíos, en proyectos que no nos hacen vibrar, en compañía de personas que no nutren nuestro espíritu. Sentir tanto, que la idea de desperdiciar minutos complaciendo y haciéndonos caber en cajones que no son de nuestro tamaño, ni tienen nuestro contorno sea aterradora.

Sentir todo, sentir al máximo, sentir sin anestesias.

Sentir para no dejar pasar los días, los meses, los años sin resolver rencores, sin voltear a ver las estrellas, sin repartir amor, sin cantar a todo pulmón. Si algo estamos aprendiendo es que el tiempo hace lo que quiere, es ingobernable y avanza, aunque nosotros estemos en pausa.

Al tiempo le importa un carajo si lo aprovechamos para crecer, lograr nuestros sueños y ser magníficos, o lo tratamos como si estuviera siempre disponible, fuera inagotable y nosotros no tuviéramos fecha de expiración. Al tiempo le da lo mismo.

Y si te pasa que despiertas en las noches con el pecho efervescente, pon atención, súbele al volumen, ponte curioso. ¿Qué dice esa opresión en el pecho, esa angustia?, ¿Qué no estás haciendo, con quién tienes asuntos pendientes, a dónde no has ido?, ¿Qué ya no quieres hacer? Y ahora que el tiempo es oro y lo esencial está a la vista, ¿Qué obstáculos necesitas vencer para decirle sí a la vida?

¡Qué cosa más absurda dedicar tiempo a lo tibio!

Me parece que necesitamos permiso para sentir y aceptar que está difícil, que no podemos exigirnos estar al máximo, ni tenemos por qué saber cómo ordenar horarios de uso de espacios y administrar nuevas normalidades como si fuéramos expertos. Necesitamos permiso para andar a la velocidad que se sienta bien y expresar lo que viene desde lo profundo.

Permiso también para renegar. Si ya no puedo estar cerca de la gente que quiero, si tengo que taparme la boca, esconder las manos y desperdiciar abrazos -aunque sea por todo el amor del mundo-, si tengo que vivir detrás de la pantalla, mejor que me hagan un robot. Un mundo sin contacto físico, con desconfianza y sanas distancias obligadas no es lo mío. Necesito permiso para sentir toda esta incomodad para que no se me olvide lo que para mí es importante.

Y también quiero sentir que puedo seguir colgada de la esperanza porque está hecha para resistir y soportar todo el peso del universo. Sentir que, si conecto con la esperanza y con el amor, todo se puede.