Una Navidad de pandemia

¿Alguna vez te imaginaste que el modo pandemia llegaría hasta Navidad?

Cada vez que me siento a escribir me estrello con el tiempo. En marzo, cuando nos mandaron a nuestras casas, en mi mente dibujé dos semanas. A partir de entonces, pongo la esperanza en el evento inmediato siguiente.

Pasó el verano, un semestre completo en la universidad, Halloween, el Día de Muertos, mi cumpleaños. Llevamos 9 meses, casi 7 cuarentenas. Navidad es la próxima semana. No quiero ni imaginar las toneladas de responsabilidad que siente el 2021 sabiendo que la mirada de la humanidad entera está enfocada en él.

Entre todo esto, me tocó estar en una conversación de dos bandos con relación a las celebraciones navideñas e intercambios de regalos. Por un lado, estaban los que decían: “aceptemos que este año ya valió, que todo está muy complicado, nada de intercambios, ni de regalos debajo del pino” -OK, si estoy exagerando un poco- y; por el otro, estaban los que decían “por esto mismo hay que echarle más ganas, más cariño, cuidar más los detalles”.

Desde que arrancó la temporada del año, en que ser feliz parece ser obligatorio, yo brinco de bandos. Un día tiro la toalla y al siguiente la recojo. Supongo que lo mío tiene que ver con el clima.

Estuve tentada a anunciar un brote de Coronavirus en el Polo Norte. Santa, pensando que por ser Santa estaba exento de enfermarse, fue descuidado con el uso del tapabocas. Santa tiene Covid, se le complicó por el sobrepeso y está en terapia intensiva. El pronóstico es reservado.

También pensé en sacudirme el pendiente entregando unos “Vale por___” canjeables la próxima navidad o cuando llegue la vacuna, lo que suceda primero.

Sólo que ninguna de esas opciones me convenció.

La mera verdad es que me siento más alineada con la idea de ponerle ganas. Y con esto no quiero decir que hay que salir a regalar cosas materiales o intentar compensar el encierro, los planes cancelados y la desaparición de la raya que separa al fin de semana del resto de los días con un exceso de regalos materiales. Lo que quiero decir es que, creo que una buena manera de hacerle frente a esta pandemia es justo con lo esencial.

Es muy difícil eliminar las ganas de mostrar nuestro amor con un regalo. Este año yo siento más ganas de regalar que otros y sospecho que justo es porque quiero “compensar”. Sin embargo, pienso que el mejor regalo que podemos darle, no sólo a las personas que queremos, sino al mundo entero, es cuidarnos.

Mis memorias navideñas más lindas no tienen nada que ver con lo que recibí de regalo. Lo que recuerdo con claridad es a mi mamá horneando galletas y yo metiendo las manos en la masa, a mi papá asomado por la ventana listo para avisarnos si pasaban los renos, la corona de adviento que llegaba a la Navidad con sus 4 velas disparejas. Recuerdo también cuánto nos divertíamos mis hermanos y yo inyectándole vino al pavo la noche del 23, el olor a comida que inundaba toda la casa desde la mañana del 24, la música, la mesa puesta, el recalentado. Ahora repetimos las tradiciones para la siguiente generación.

Por más que busco no encuentro nada material rescatable en mis memorias. Lo que se queda en el corazón es lo que vivimos, cómo lo vivimos y con quién lo vivimos.

¡Mis mejores deseos para ti en esta navidad!

Saborearte la vida te hace más feliz

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La felicidad, sin duda, tiene que ver con las experiencias positivas de nuestra vida. Pero tiene todavía más que ver con nuestra capacidad para notarlas, disfrutarlas, prolongarlas y recordarlas.

A todos nos suceden cosas agradables, hay detalles lindos por todos lados y un sin fin de eventos o situaciones que podrían maravillarnos, robarnos el aliento por su belleza y grandeza. Pero no siempre estamos conscientes, no nos damos cuenta.

Vamos en piloto automático, rehenes de la prisa, glorificando el estar ocupados y, entonces, la vida con sus cosas lindas, nos pasa de largo.

Saborearnos la vida –en inglés la palabra es “savoring”– es una estrategia que nos ayuda a evitar que todo eso que le da sazón a la vida, nos pase desapercibido.

Está relacionado con hacer pausas y con la atención plena. Es la capacidad de atender, apreciar y estar conscientes de las experiencias positivas que tenemos.

“Saboreamos” cuando estamos con amigos y apreciamos cuánto los queremos y nos divertimos juntos; saboreamos cuando pasamos tiempo con nuestros hijos y escuchamos su risa o notamos el olor de su pelo recién lavado antes de irse a la cama; saboreamos cuando bailamos con nuestra persona favorita y le vemos la sonrisa. Es como si de pronto el mundo se pusiera en pausa y pudiéramos darnos cuenta de la situación bonita en la que estamos.

Saborear es diferente que lidiar, manejar o hacer frente a las experiencias negativas.

Podemos poner en práctica la técnica de saborear de muchas maneras…

Una es por medio de las sensaciones. El sol calentando nuestra espalda a través de una ventana en una mañana fría, el sabor de una crepa de Nutella recién hecha, flotar de muertito en el mar y sentir el movimiento del agua al tiempo que escuchamos la arena desplazándose en el fondo.

Podemos maravillarnos con la naturaleza o la habilidad de una persona. Un arcoíris doble, un amanecer incendiado, la fuerza de olas gigantes en un mar revuelto, un lago de agua cristalina que refleja las nubes del cielo, la destreza de un pianista, la voz de una soprano, una catedral construida hace un siglo sin tecnología.

Saboreamos también recordando logros pasados, batallas superadas o eventos especiales. El primer beso, los primeros pasos de tus hijos, lazarte de una roca a un río 10 metros más abajo, recordar el viaje a la playa que hiciste con todas tus amigas o el momento exacto en que conociste al amor de tu vida.

Podemos también saborearnos la vida anticipando algún evento o experiencia futura. Como cuando planeamos unas vacaciones, una ida a un concierto, una primera cita. Cuando organizamos una fiesta o imaginamos sueños cumplidos.

Involucrar todos nuestros sentidos es importante. Esto podemos hacerlo practicando la atención plena –“mindfulness”-. Traer todo tu ser al presente. Entonces, si estás sentado frente al mar darte cuenta de los sonidos, la sensación de la brisa en tu piel, el olor particular del agua salada, ver con atención como se forman las olas y rompen contra la orilla haciendo espuma, escuchar el sonido de la arena y las piedras cuando el agua se repliega.

La vida está llena de momentos especiales, detalles bellos y experiencias positivas para quien decide quitar el piloto automático, hacer una pausa, levantar la vista, mirar alrededor, habitar el momento presente y observar con atención.

La felicidad también está en darte cuenta de que quizá en este momento te sientes bien.

Memorias de hoy, momentos de ayer

 

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De unos meses para acá me ha dado por escuchar audiolibros mientras manejo, para que mi tiempo al volante –que en ciertos días es mucho- sea más divertido y provechoso.

Mi audiolibro en turno es “El poder de los momentos”, la publicación más reciente de Chip y Dan Heat. Hasta ahora, me ha parecido interesantísimo y me ha tenido pensando en ideas para escribir un artículo sobre el tema.

Los autores explican que nuestros momentos más memorables están cargados de alguno de estos cuatro elementos: elevación, revelación, orgullo y conexión. No voy a dedicar este espacio a explicar cada uno de estos elementos –quizá en otra ocasión-.

Hoy más bien voy a compartir contigo lo que resultó de la combinación de dos conceptos del libro, una pregunta y una linda experiencia que tuvimos en casa durante el fin de semana.

Así es este proceso de escribir… De pronto piezas sueltas se acomodan para darme algo que decir.

El primer concepto es que recordamos más y mejor los momentos que generan conexión entre personas, esos que estrechan nuestros vínculos con otros, especialmente con quienes más queremos.

El segundo concepto es que las personas tendemos a recordar el final de una experiencia, así como sus mejores o peores momentos y nos olvidamos del resto.

La pregunta que daba vueltas en mi cabeza desde que la escuché era… ¿Cómo podemos crear recuerdos valiosos para nuestros hijos?

Y ahora la experiencia del fin de semana…

Encontré una caja que llevaba tiempo sin abrir. Una caja de cartón café que usamos cuando nos mudamos de casa y arrumbé en algún lugar, mientras le encontraba su lugar. Estaba pandeada por el tiempo, maltratada por el olvido y todavía cerrada con cinta canela. En la parte superior tenía escrito con plumón rojo y letras apresuradas: “Libros niñas”.

Recuerdo que decidí guardar todos los libros de cuentos de mis hijas, a pesar de que ellas –sintiéndose ya grandes- aseguraron que debía regalarlos. Algo me dijo que los conservara.

Abrí la caja y llamé a mis tres. Les pedí que revisaran todos los libros para decidir si querían conservar algunos antes de buscarles nuevos dueños.

Se acercaron y sin mucho interés miraron estando de pie lo que había adentro de la caja. Más pronto que tarde, se sentaron en el suelo para explorar con detalle los ahora tesoros que iban saliendo. Empezaron a escucharse exclamaciones como: “¡este cuento me encantaba!”, “¡este libro era mi favorito!”, “¡wow!… ya se me había olvidado”.

Esos libros que yo pensaba estaban por salir de mi casa fueron recuperando uno a uno su lugar en el estante, luego de ser leídos una vez más.

Mamá… me acordé de cuando me leías “un beso en mi mano” antes de ir al colegio, porque no me gustaba separarme de ti. Me dabas un beso en la mano y me la cerrabas, así como la mamá mapache hacía con Chester, para que me lo llevara al colegio y me lo pusiera en el cachete si sentía miedo o te extrañaba mucho.

 Y yo también me acordé…

Mi cuento favorito era “Adivina cuánto te quiero” porque jugábamos a ver quién quería más a quién y repetíamos mil veces: pero yo te quiero un puntito más. Una vez me dijiste que me querías hasta la luna y de regreso, y como yo no sabía si eso era mucho o poquito te pregunté si la luna estaba cerca o lejos…. Muy muy muy muy muy lejos, dijiste.

Y yo me acordé de lo rico que era abrazarla oliendo a recién bañada cuando la tapaba con la cobija antes de dormir.

A mi me encantaba el cuento de la bruja que aceptaba la ayuda de todas las creaturas de Halloween para arrancar una calabaza gigante del suelo porque quería hacer un pay.

Y a mi me vino a la memoria su maravillosa capacidad para ponerle ritmo a los cuentos. Para ella, cada historia tenía su propia tonada, las letras se convertían en signos musicales y entonces en lugar de leer los cuentos, los cantábamos.

Esa tarde de sábado nos visitaron otra vez gansos que andaban en bicicleta y enloquecían a la granja entera, viejitas que se tragaban murciélagos, jirafas que no querían bailar porque pensaban que no podían, pingüinos, unicornios y hasta aquel niño al que un buen día se le empezaron a caer los ojos, la nariz, la boca y las orejas. Nos acordamos de la Casa Mágica del Árbol y de la Telaraña de Charlotte.

Regresaron a mi mente imágenes de aquellas noches cuando me sentaba en el cuarto de mis hijas a leerles antes de dormir. Cada niña en su cama, el cuarto oscuro para que fueran agarrando sueño, la única luz disponible salía de mi teléfono celular para iluminar la página. Volvieron a mi memoria mis hijas en sus versiones de 4 y 7 años, con sus pijamas de rayas de colores, su peluche favorito y sus pelos locos.

De esa caja aplastada no salieron solo libros. Salieron cataratas de recuerdos y ráfagas de experiencias que construimos alrededor de esos cuentos. Resurgieron momentos invaluables que volvieron a conectarnos en el presente.

Y es verdad… no me acuerdo de lo demás. Se me había olvidado lo difícil y casi imposible que era hacer dormir a mis tres hijas. No me acordaba que seguido me sentía desesperada, cansada y sin muchas ganas de volver a leer el mismo cuento. Ya se me había borrado de la cabeza que leía rápido para acabar más pronto y me quedaba callada esperando que ya estuvieran dormidas.

Ahora me acuerdo sólo de lo bueno y agradezco haber dedicado tantas noches a leer cuentos. No sólo leímos cuentos. Escribimos historias que podemos volver a contar y que nos hacen sentir felices. Creamos momentos poderosos.

Me parece que la respuesta a esa pregunta que traía en la cabeza es sencilla: fabricamos recuerdos para nuestros hijos cuando estando presentes.

Al final… Somos una colección de momentos.

Y tú… ¿Cómo quieres ser recordado?

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En memoria de Rodrigo Sánchez Celis

Tenía planeado dedicar el artículo de esta semana al tema de hábitos para seguir trabajando en la construcción de nuestros propósitos de año nuevo –propósitos que sí se cumplan-.

Pero hoy, la vida me sorprendió con una noticia muy triste. Rodrigo, compañero de carrera y amigo desde entonces, adelantó su viaje al cielo sin avisar.

En las últimas semanas se han ido personas cercanas. Han sido días tristes, de duelos, ceremonias de despedida y palabras para celebrar sus vidas.

Me dejan pensando.

Cada vez que alguien querido se va, nos vemos obligados a reacomodarnos en su ausencia. Recogemos los recuerdos que nos dejaron por todos lados en un intento por llenar el hueco y los buscamos en sus recetas, su sazón, en sus cuadros, fotos, poemas, frases, anécdotas, mensajes, enseñanzas.

Cerramos los ojos, delineamos sus caras y casi podemos escuchar su voz, casi podemos olerlos, casi podemos sentirlos. Siguen días que no sabemos exactamente cómo vivir, pues lo que era ya no es. Asimilar el espacio vacío no es cosa fácil.

Cada vez que alguien se va, nos recuerda que la vida es ahorita. Que debemos quitar el piloto automático para reconocer que hoy estamos aquí, pero que no sabemos por cuánto tiempo más. Que no dejemos ir los días sin exprimirlos, sin vivirlos. Que no dejemos ir los días sin ser nuestra mejor y autentica versión.

Hagamos un esfuerzo por andar sin disfraz, por dejarnos ver, hacer lo que nos gusta, nos inspira y decirle a la gente que queremos cuánto la queremos.

Un ejercicio poderoso para tratar de descubrir nuestro propósito de vida consiste en pensar cómo queremos ser recordados cuando ya no estemos… ¿Qué te gustaría que dijeran de ti tus seres queridos cuando te vayas?

Construyamos recuerdos útiles para los que se queden cuando a nosotros nos llegue la hora. Que nos rememoren activos, involucrados, apasionados, entregados, auténticos, libres, generosos.

Hay que irnos de aquí sabiendo que dejamos todo en la cancha.

Hace años que no te veía Rodrigo, pero siempre te sentí cerca. A lo mejor porque nacimos el mismo día, del mismo año. Fue siempre divertido compartir el cumpleaños contigo. El reto era ver quién de los dos enviaba la felicitación primero y reconozco que ganaste todas las veces… imposible ganarle a tus puntuales felicitaciones a las 12:00 am. Recordaré siempre con cariño ese semestre en que nos dio por compartir una bolsa de Rufles verdes todos los días entre clases, ahí sentados en las escaleras frente a la cafetería de la universidad. Por cierto, siempre supe que apretabas la bolsa por abajo esperando que yo no comiera más papas que tú, pero… ¿adivina qué? yo hacía lo mismo cuando me tocaba detenerla. Recordaré siempre todas las risas que me patrocinaste, las carcajadas indiscretas y descaradas, los chistes ocurrentes y atinados. Recordaré tu amor por el medio ambiente. Recordaré siempre esa sonrisa tuya tan completa, que no escatimaba en nada. Que lindo coincidir contigo aunque fuera por un rato, Rodrigo.

Abrazos hasta el cielo. Descansa en paz.

Una Navidad para conectar

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La Navidad está a la vuelta de la esquina y estoy decidida a bajarme desde ya del tren Expreso Polar con destino a la locura.

Para esta Navidad tengo tres intenciones.

Mi primera intención, al igual que el año pasado, es pasar los siguientes días muy a la “Hygge”.

Este es un concepto de Dinamarca que representa un conjunto de pequeñas cosas que producen una sensación de bienestar, comodidad, cercanía con los demás y tranquilidad. Aquí te dejo el vínculo a un artículo con ideas para crear momentos y disfrutar una Navidad a la “hygge”.

Mi segunda intención es conectarme de lleno con mi gente. Los lazos sociales son el ingrediente clave para una vida sana, plena y feliz.

“Desconectar para conectar” dice una frase que se ha vuelto útil y muy usada para recordarnos sobre la importancia de guardar nuestros aparatos electrónicos e interactuar con las personas que tenemos al frente.

¿Qué tal si en esta Navidad nos despegamos del ruido de las redes sociales, habitamos el momento presente y compartimos el espacio con nuestras personas favoritas?

Aprovechemos la oportunidad de estar juntos para fortalecer nuestros vínculos, iniciar conversaciones, perpetuar anécdotas e historias familiares, crear momentos que luego serán recuerdos para intercambiar en el futuro, compartir experiencias, reír hasta que duela, filosofar.

Bajémonos del tren de las compras frenéticas características de estas épocas. No hay cosa material, ni regalo que vendan en una tienda que llene más el corazón de una persona que momentos de compañía, calidez, conexión, amabilidad y amor.

Dejemos de buscar triques en los estantes de las tiendas y de intercambiar cosas. Mejor regalemos atención plena, presencia, ojos para ver el alma, oídos para escuchar lo importante y abrazos para sentir.

Mi tercera intención es contagiarte las ganas de intentar lo mismo que yo.

¿Te suena?

Aprovecho este espacio para darte las gracias por acompañarme todo el año leyendo y compartiendo estos artículos.

¡Te deseo una Navidad llena de conexión!