Acepto vivir con…, Acepto vivir sin…

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Si combinamos el perfeccionismo con las cosas de la vida que no podemos cambiar tenemos ingredientes suficientes para prepararnos un coctel de insatisfacción, ansiedad, amargura, frustración, enojo o del sabor que más nos guste.

El perfeccionismo es algo así como un lobo feroz con disfraz de oveja.

A simple vista lo relacionamos con algo inofensivo. Tendemos a pensar que ser perfeccionista es una característica deseable pues la asociamos con la determinación de “hacer las cosas muy bien” y con el hábito de trabajar muy duro.

Pero no es así.

El perfeccionismo tiene un GPS cuyo punto de partida es siempre la pregunta… ¿Qué van a pensar los demás?, tiene la misma voz que nuestro crítico interior y recalcula constantemente la ruta para mantenerse en la aprobación externa.

No tiene nada que ver con acercarnos a nuestra mejor versión posible o con ser mejores cada día, sino con convertirnos en la versión socialmente aceptada, en la que nos hace ganadores de una estrella dorada pegada en la frente.

Con el perfeccionismo viajan siempre el miedo, la culpa y la vergüenza.

Llevado al extremo, el perfeccionismo es causa potencial de baja autoestima, trastornos alimenticios, depresión, ansiedad, disfunción sexual, desorden obsesivo compulsivo, fatiga crónica, alcoholismo, ataques de pánico, parálisis de acción, postergar y dificultad para mantener relaciones interpersonales.

Conozco dos herramientas que pueden ser útiles para combatir este escudo de veinte toneladas -como dice Brené Brown-. Una está probada por la ciencia y la otra me gusta mucho.

La autocompasión tiene todas las credenciales en el mundo académico y está reconocida como un antídoto muy poderoso para contrarrestar la mentalidad perfeccionista y modular al crítico interior. Aquí te dejo un vínculo a un artículo que puede servirte si quieres conocer más sobre este concepto.

La autocompasión cae en el campo de la medicina tradicional.

En el mundo de la medicina alternativa -la escritura terapéutica- me encontré con un ejercicio que, además de ser lindo, es útil.

Tiene como objetivo hacernos reflexionar sobre las cosas que no podemos cambiar en nuestras vidas y escribir un poema con las frases:

“Acepto vivir con…” y “Acepto vivir sin…”

Puede quedar algo así:

Acepto vivir sin superpoderes,

Acepto vivir sin estar al corriente de las noticias,

Acepto vivir sin el gusto por el yoga,

Acepto vivir dejando libros a medio leer.

 

Acepto vivir con canas,

Acepto vivir más despacio,

Acepto vivir con arrugas,

Acepto vivir con un par de kilos más.

 

Acepto vivir con pelos de perro en la ropa,

Acepto vivir sin mucho orden,

Acepto vivir con huellas de dedo en las paredes,

Acepto vivir con calcetines sin par.

 

Acepto vivir con lo que no sé,

Acepto vivir equivocándome,

Acepto vivir extranándote,

Acepto vivir improvisando de vez en cuando,

 

¿Qué diría el tuyo?

Dedicar un rato a elaborar este poema es gratificante. Hay algo liberador en aceptar nuestras limitaciones y declararnos perfectamente imperfectos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Casi feliz

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Me quedé colgada con el tema de la creatividad y por lo visto mi cabeza también, porque me hizo volver al libro de Elizabeth Gilbert “libera tu magia”, para recoger una idea absolutamente poderosa y liberadora.

La idea se llama “Casi”.

Estaba segura de que ya me había topado con ella antes. Y sí… resulta que nos conocíamos de dos lugares diferentes.

El primero encuentro estuvo de cuento.

El escritor Peter H. Reynolds tiene un libro espectacular para niños que se llama “Casi” en el que, por medio de una historia lindísima, nos enseña lo letal que puede ser el perfeccionismo para la creatividad.

Te voy a contar el cuento con la esperanza de que te guste tanto que lo compres. Creo que debería de ser lectura obligada para niños, jóvenes y adultos.

A Ramón le encantaba dibujar a cualquier hora, cualquier cosa y en cualquier sitio.

Un día Ramón estaba dibujando un jarrón con flores. Su hermano mayor se asomó por encima de su hombro para ver lo que hacía y soltó una carcajada… ¿Qué es eso?, le preguntó. Ramón no pudo responder, agarró el dibujo, lo hizo bolas y lo lanzó al otro lado del cuarto.

La burla de su hermano hizo que Ramón se obsesionara tratando de hacer dibujos perfectos. Pero no lo conseguía.

Después de muchos meses y muchas bolas de papel arrugado, Ramón dejó su lápiz sobre la mesa y dijo: “No más, me rindo”.

Marisol, su hermana, lo miraba… ¿Y tú qué quieres? le preguntó bruscamente Ramón. “Sólo quiero ver cómo dibujas” dijo ella. “Yo ya no dibujo, lárgate de aquí”.

Marisol salió corriendo, pero con una bola de papel arrugado en la mano. “¡Hey devuélveme eso!” gritó Ramón persiguiéndola por el pasillo y hasta su recámara.

Al entrar enmudeció cuando vio la galería que había montado su hermana en las paredes de su cuarto con sus dibujos. “Este es uno de mis favoritos”, dijo Marisol apuntando a uno. “Se supone que era un jarrón de flores”, dijo Ramón, “aunque no lo parezca”. “Bueno… parece un casi jarrón” dijo ella.

Ramón ser acercó un poco más, miró con atención todos los dibujos que estaban en la pared y comenzó a verlos de otra manera… “Casi, casi son”, dijo.

Ramón comenzó a sentirse inspirado otra vez. Al permitirse el “casi”, las ideas empezaron a fluir libremente. Comenzó a dibujar nuevamente todo su mundo alrededor. Haciendo “casi” dibujos se sentía fantásticamente bien. Dibujó cuadernos enteros. Un “casi” árbol, una “casi” casa, un “casi” pez.

Ramón también se dio cuenta que podía dibujar “casi “sentimientos… “casi” paz, “casi” tonterías, “casi” alegría. Una mañana de primavera, Ramón tuvo una sensación maravillosa. Se dio cuenta de que había situaciones que sus “casi” dibujos no podrían captar y decidió no captar, sino sólo disfrutar.

Ramón fue “casi” feliz desde entonces.

Bello, ¿no?

¿Cuántas veces dejamos escapar “casi” sueños, “casi” proyectos o “casi” ideas por andar persiguiendo lo perfecto?, ¿Cuántas veces dejamos de ser nuestra versión auténtica vistiéndonos con el disfraz de la perfección?

El perfeccionismo es tóxico y NO es sinónimo de hacer las cosas muy bien.

Brené Brown explica que el perfeccionismo es la creencia generalizada de que si tenemos una vida perfecta, nos vemos perfectos y actuamos perfectos, logramos minimizar o evitar el dolor que generan la culpa, la vergüenza o los juicios. Es un escudo de 20 toneladas que cargamos pensando que nos protege, cuando en realidad únicamente nos impide ser nuestra versión auténtica.

“Cuando el perfeccionismo va al volante, la vergüenza va de copiloto y el miedo es el fastidioso pasajero en el asiento de atrás.” –Brené Brown

El perfeccionismo, la culpa, el miedo y la vergüenza son amigos inseparables.

La segunda vez que me topé con la “casi” idea fue tomando una clase de escritura terapéutica.

Esa mañana de viernes, mi querida maestra Isabel, nos puso a escribir un poema cuyos objetivos eran combatir nuestras tendencias perfeccionistas y bajarle dos rayitas al nivel de auto exigencia.

Las instrucciones eran dos:

El título del poema tenía que ser “Porque no hay nada perfecto…” 

Y hacia el final de cada verso, tenía que aparecer la palabra “casi”.

Mi escritorio estará casi ordenado,

Lograré salir de mi casa casi bien peinada,

Comeré sin gluten casi todos los días,

Dormiré casi ocho horas.

 

Terminaré casi todos mis pendientes,

Dejaré mis llaves en el mismo lugar casi siempre,

Recodaré decirte cuánto te quiero casi todas las mañanas,

Seré casi valiente.

Seré una mamá casi divertida,

Viviré casi feliz.

El ideal de perfección es peligroso pues es prácticamente inalcanzable y tiene un efecto paralizante. Es mucho mejor hacerle espacio al “casi” en nuestras vidas.

¿Qué tendría que decir tu poema para que lograras ser más libre, creativo y “casi” feliz?