Los nadas que son nuestros todos

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Estaba sentada frente al mar haciendo nada cuando el disimulado oleaje me trajo el recuerdo de una conversación filosófica de un viernes de pedales y letras.

Los temas de la rodada nunca se definen con anticipación, van saliendo libremente al ritmo del terreno y no necesariamente terminan con el recorrido.

A veces nos quedamos colgados de alguna idea, nos llega una nueva pregunta y le seguimos a la distancia por chat.

Una tarde, la poeta intrépida del grupo que toma videos con una mano y equilibra la bici con la otra, dejó caer un tema al WhatsApp que dio cuerda para rato.

Resulta que recordó una conferencia sobre la invisibilidad de ciertas actividades como ser mamá, quedarse en casa, cuidar niños, leer, escribir, pensar… Todas esas que con frecuencia son resumidas bajo el encabezado “no hacer nada”.

De ahí, por ejemplo, que un papá regrese después del trabajo y no logre comprender por qué la mamá está agotada si lo único que hizo todo el día fue estar en casa con los niños o estuvo sentada junto a la alberca en una fiesta de cumpleaños.

¿Por qué esto es igual a no hacer nada?

Y de ahí arrancamos.

Yo salí en defensa de las actividades invisibles. A mi me fascina no hacer nada, lo que más me gusta hacer es eso que los demás definen como no hacer nada. Nada es leer por horas, nada es escribir, nada es sentarse a ver el cielo, las estrellas o un atardecer, nada es estar en silencio, nada es garabatear con una pluma en una hoja de papel escuchando una sinfonía, nada es caminar ordenando ideas en la mente, nada es reflexionar sobre un concepto, nada es combinar colores en la imaginación para el siguiente cuadro. Me encanta no hacer nada y saber que, al igual que a mí, hay otras personas que disfrutan haciendo nada. Son mis favoritas.

“Ya me dejaron pensando”, dijo el psicólogo que también hace bosquejos en su cuaderno de dibujo y arrancó con su explicación en mensaje de voz. Cuando las personas nos dicen que no estamos haciendo nada es porque no saben que sí estamos haciendo. A veces llegan nuestros hijos, nuestra pareja, amigos o compañeros de trabajo a preguntarnos qué hacemos y respondemos: “nada”. En lugar de decir… “estoy admirando el color rojo intenso de esa rosa “, “noté que el aire corre delicioso en este pasillo y me senté un rato a sentirlo”, “estaba recordando el día en que nos encontramos”, “estaba pensando en mamá”, “Estoy viendo a dónde van esas hormigas”. ¡Hacer nada es hacer tantas cosas, pero no lo comunicamos!… Mejor decimos “nada”.

¡Buena!

Quizá es que queremos mantener eso que estamos haciendo sólo para nosotros, para que nadie lo critique, para no entrar en debate, para no compartirlo o justificarlo replicó la poeta. Entonces… ¿Qué pasó? Nada, ¿Qué lees?, Nada, ¿Qué haces? Nada, ¿Qué estás viendo? Nada, ¿Qué piensas? Nada, ¿Qué hiciste en la tarde?, Nada.

Reducimos a nada nuestros todos y nos volvemos cómplices de nuestra propia invalidación.

Así que la siguiente vez que alguien nos pregunte “¿Qué haces?” será mejor que encontremos la manera de poner eso que estamos haciendo en palabras, si es que nos molesta que el resto del mundo crea que no estamos haciendo nada.

Por lo pronto yo regreso frente al mar para seguir haciendo lo que estaba haciendo…