Patchwork: una narrativa que nos convoca a la unión y a la totalidad

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“No vivimos una vida igual, sino una de contrastes y mosaicos; ahora un poco de alegría, luego un dolor, ahora un pecado, luego una acción generosa o valiente ”

-Ralph Waldo Emerson

Escrito por Rocio del Toro, Mafalda Budib y Nicole Fuentes.

Por las casualidades que la vida regala, coincidimos en un viaje. Aunque juntas recorrimos la India, la aventura tuvo distintos puntos de partida. El tiempo, las circunstancias y los motivos de cada una para visitar esa tierra misteriosa fueron muy particulares.

Durante el trayecto, cada instante nos tomaba por sorpresa. Los colores, las multitudes, el paisaje, el caos, todo nos mantuvo en el asombro a su antojo.

Una maravilla cautivó nuestra atención, al verla fue como si de pronto pudiéramos escuchar nuestras voces plasmadas y entretejidas en aquellas figuras de colores.

El patchwork o “trabajo en piezas” es una forma de costura que implica unir diferentes pedazos de tela para formar un diseño más grande y complejo. El acolchado Rajastaní es apreciado alrededor del mundo por su belleza y significado simbólico: labor de amor, paciencia y compromiso.

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La provincia de Rajastán nos prestó la tela en donde pudimos unir nuestros retazos, nuestros parches, para formar un tapete extraordinario. No hace falta ser iguales, ni pensar con simetría, tampoco tener el mismo tamaño para explotar juntas. Cada una vestimos con los colores que nos hacen sentido, nos adornamos con los accesorios que nos gustan y necesitamos. Una pieza formada por cuentas coloridas y brillantes, lentejuelas, estampida de dorado. Otra con texturas más bien toscas, atrevidas, valientes. Uno más con líneas finas, color turquesa, tirándole a sobrio, con uno que otro detalle nada más. ¿El resultado?: tres voces, o quizá, un patchwork sonoro.  

[Nicole] Recuerdo vívidamente aquella llamada en que Rocio me dijo “quiero irme un año a la India, siempre ha sido mi sueño”. Supe que ese “quiero” se convertiría en un hecho. ¿Era una locura?

[Rocio] Desde que tengo recuerdos quise viajar a la India. Aquella tierra, al otro lado de mi mundo, me convocaba. Primero con susurros, después con gritos. Decidí atender el llamado en julio de 2019. Con la certeza de quien se encontrará con su destino, organicé mi partida, y en menos de un año, tomé la mano de mi hijo y juntos llegamos al subcontinente.

[Mafalda] En la India, día a día, convertimos el viaje en una experiencia transformadora. Una historia de amor para entretejernos, traduciéndonos en un colorido tapiz de emociones, pláticas profundas, risas, lecciones y experiencias místicas. Eso nos acotó de una manera única.

[Nicole] El 5 de marzo de 2020 salí con rumbo a la India. Tomé el vuelo más largo que he tomado en mi vida. Pasé 16 horas a 33 mil pies sobre el nivel del mar para ir al otro lado del planeta. ¿Cómo sería ese país? Allá, a 15,085 kilómetros de México, estaba una de mis mejores amigas/hermanas viviendo su aventura. Había decidido pasar un año en esa tierra y hasta allá fui a visitarla. Quise ser parte de un trecho de su sueño.

[Rocio] Nicole es mi más antigua amiga, compañera inseparable desde mi adolescencia. Nos unen la fuerza de los años y la confianza. Mafalda, mi alma gemela, mi familia. Compartimos el amor por viajar e historias de vida similares.

[Mafalda] Siempre he creído que la realización de una pieza de tal belleza, es igual al enhebrado humano comparado al tejido en una amistad; se forma mano a mano, sin egos, en una exploración profunda de la vida misma, transformando diferentes piezas de tu propio ser, en un todo conjunto.

[Nicole] En Delhi nos encontramos Rocio y yo. En el restaurante de nuestro hotel saltamos, gritamos y giramos entrelazadas sin importar los ojos de los meseros que hacían un esfuerzo monumental por no abandonar sus órbitas. El encuentro rompió con el silencio y seriedad del lugar. Un mariachi no hubiera hecho tanto alboroto. A Mafalda la vi después. Era la primera vez que nuestros caminos coincidían en tiempo y espacio. Ella y yo hemos caminado junto a Rocio desde hace casi 30 años, pero recién ahora andaríamos juntas.

[Rocio] Dediqué los primeros meses a tomarle el pulso a este mundo multicultural. Una aventura fotográfica me llevó al colorido Estado de Rajastán, que para mí siempre será el alma de la India. Antes de que finalizara el tour llegamos a un pueblo llamado Mandawa. Sus Havelis (majestuosas casas de los comerciantes de la ruta de la seda) cautivaron al lente de mi cámara. Decidí dejar al grupo y quedarme ahí. Llegué un domingo al hotel Mandawa Kothi. De pie, en el centro de su primer patio interior, supe que había encontrado el lugar que estaba buscando.

[Mafalda] Somos tejedoras, hilando la vida y nuestros sueños. También, vamos anudándonos a otras almas cuyas experiencias de pérdida y esperanza, de dolor y alegría, se traducen en oportunidades para redescubrirnos una a otras y, así, caminar en eco.

[Nicole] Dicen que la India no es un lugar para todos y coincido. Pero sí fue para mí. Sí fue para nosotras. Cada una con una historia, un trayecto, con algunas situaciones de vida similares, con entornos diferentes. Cada una queriendo volver a lo esencial, a tocar de nuevo la autenticidad que en el pasado decidimos guardar para acomodar al resto del mundo o no incomodar a alguien. Cada una con mucho que decir, aprender, compartir, aceptar, liberar y sentir.

[Rocio] Al cabo de un rato tomaba Chai con Raju Singh, quien pronto se convertiría en mi gran amigo y mentor. Raju me abrió las puertas de su familia. Me hizo sentir parte de ellos, en casa. Con él hablé de mi ilusión de quedarme más tiempo en la India. De esas tardes de conversaciones transformadoras surgió la idea de hacer un proyecto turístico con su agencia de viajes, Incredible Real India. Nació un itinerario para recorrer Rajastán, que no sólo se convertiría en mi primer proyecto en India, sino en la oportunidad de reencontrarme con mis amigas.

[Mafalda] Y continuaremos construyendo nuestro mosaico encontrando una manera de co-crear una obra maestra en el camino de la vida, a través del tiempo.

[Nicole] India se convirtió en el lienzo en donde finalmente unimos nuestros pedazos con la ayuda del hilo y la aguja de quienes hicieron posible el viaje. Nos unió el desierto con su cielo picado de estrellas. Nos unió Sandip, el guía con la sonrisa más pura y el alma más generosa, nos unieron los mantras. Nuestros pedazos también fueron encontrando ritmo con la música alegre de Anu y luz con los retratos que salen de su lápiz y parecen fotografías. Juntas tocamos con pies descalzos los templos. Nos unió la comida, lo desconocido, el sentido de aventura. Nos unió Raju Singh cuando nos regaló polvos de colores para que con ellos hiciéramos un collage en nuestras caras durante la celebración del Holi. Conectamos pintándonos.

[Rocio] Mafalda y Nicole dijeron “SI” a la aventura. Ambas son pedazos que ocupan espacios grandes y significativos en el patchwork de mi vida. Hermosas piezas de textiles únicos, bordados a mí, que me recuerdan quién soy y guardan mi historia. Recuadros en fondo azul, que es mi color favorito, el de Nicole es turquesa, y uno de los preferidos de Mafalda. Hilos dorados y cuentas que llenan de sol. Ellas en sus grandes diferencias se conocieron y se reconocieron como las mujeres completas, seguras, hermosas, inteligentes y llenas de talentos que son ante mis ojos. Encontraron cómo coserse entre sí para completar el tapete de patchwork que es mi vida.

[Nicole] Conocía a Mafy de las descripciones y relatos que durante años escuché. Una imagen en mi cabeza construida a partir de fotografías. La conocía sin conocerla. Ese personaje famoso, magnífico, brillante, lleno de color y con mascadas en la cabeza, llamado Mafalda, aparecía frente a mí en tercera dimensión envuelta en una túnica de color vino. “Nicole, linda, bienvenida”.

Nuestras voces se hicieron una y nuestros gritos encontraron el compás caótico entre las calles angostas del viejo Delhi trepadas en un Rickshaw. Nos sentimos locales amontonándonos adentro de un Tuk Tuk, avanzando entre vacas sagradas, perros, motocicletas y un borbotón de gente.

Risas que salían sin filtros, silencio en la punta de un fuerte con luces de ciudad adornando su falda, bailes alrededor de una fogata, cantos desentonados, abrazos espontáneos, puntos rojos en la frente, cañones que dejaron marca.

Hicimos costuras nuevas en cada noche que se juntó con el amanecer sin que nos diéramos cuenta, estábamos abriendo el corazón, siendo vulnerables, dejándonos ver.

Chandu, nuestro fotógrafo estrella, capturó nuestra esencia con su cámara cada vez que logró robarle al tiempo un instante sin poses. Nos agrupó el color azul en Jodhpur, perdimos el olfato entre centenares de especies. Bailamos en una terraza junto a un lago en Udaipur con fondo de palacios hasta que nos corrieron. Nos fundimos en los cuadros de Chiman, un artista local que además de ser grande en su obra, es enorme de corazón pues con su arte contribuye al bienestar de los niños en su comunidad.

Nos unió Devender con su sentido del humor y trabajo tras bambalinas para que el recorrido fuera cómodo y seguro; Anurag, el joven del agua, nos envolvió con su sonrisa incontables veces; Rajesh, nuestro chofer, con su destreza al volante nos llevó de un destino a otro, mientras nosotras tejíamos historias hablando en voz muy baja. Cada uno de ellos contribuyó con sus puntadas únicas a nuestra experiencia.

Qué grandes somos las personas cuando dejamos al ego de lado, cuando bajamos la guardia, nos quitamos la máscara, cuando genuinamente queremos ver al otro.

India se convirtió en ese lienzo al cual cada una de nosotras unió su pedazo para crear el tapete Rajastaní, la amistad de tres mujeres, que llevaremos por siempre en el corazón.

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Nota: Agradecemos de corazón a Ángeles Favela, Directora de Literálika, por ayudarnos a editar con su pluma este relato.

Los amigos son la familia que tú escoges

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Hace tiempo leí un artículo del New York Times que me atrapó con el nombre: “Si quieres un mejor matrimonio, compórtate como si fueras soltero”. ¿A poco no está sexy el título? Aquí te dejo el vínculo.

Aunque el encabezado logra levantar intrigas, en realidad el objetivo del artículo es resaltar lo importante y necesario que es tener una red sólida de amigos –aunque tengamos una pareja- para sentirnos felices y tener un bienestar emocional sano.

Y es que las parejas tienden, de manera natural, a reducir su mundo a las interacciones entre ellos y a su núcleo familiar. Esto es lo más cómodo, lo más sencillo y lo más practico; sin embargo, no es lo óptimo ni es suficiente.

Los amigos son un ingrediente clave en la felicidad, así que la publicación de hoy va con dedicatoria a la parte del día de San Valentín que se ocupa de la amistad.

Las personas venimos programadas de fábrica para conectar y pertenecer a un grupo. Estar aislados por periodos de tiempo largos es nocivo para nuestra salud.

Vivimos más tiempo y con más salud cuando tenemos lazos sociales estrechos; estudios muestran que la gente que tiene una red amplia de amigos y socializa de manera regular tiene un riesgo de mortalidad un 50 por ciento más bajo que aquellos que no.

Los amigos también contribuyen positivamente a nuestra salud mental. Contar con ellos nos hace menos propensos a experimentar tristeza, soledad, baja autoestima, trastornos alimenticios o de sueño.

Pasar tiempo con amigos tiene consecuencias positivas para la gente que vive con nosotros. Somos mejor idea para nuestra pareja e hijos después de pasar un rato agradable con amistades, pues regresamos recargados de energía, inspirados, más ligeros y, entonces, los recursos personales que ponemos a su disposición son de mejor calidad.

Los amigos agregan sabor a nuestras vidas y entre más diversas sean nuestras amistades, mejor. Vale la pena hacer el esfuerzo por ampliar nuestro grupo social y cultivar nuestra curiosidad para conocer a todo tipo de personas –roqueros, fotógrafos, chefs, deportistas, viajeros, artistas, académicos, apasionado de los vinos, de las mariposas, exploradores, decoradoras, músicos, escritores, estilistas, ejecutivos, etc. Cada persona es una ventana a un mundo diferente al nuestro y descubrimos cosas increíbles cuando tomamos la decisión de asomarnos a través de ellas.

Los amigos son una aventura, son diversión, cada uno de ellos nos complementa de manera diferente y van ganando importancia a medida que nos vamos haciendo viejos.

La frecuencia, la proximidad y el contacto personal son importantes. Compartir el espacio en tercera dimensión y de manera frecuente tiene un impacto mucho más grande en nuestra felicidad que tener contacto a través de una pantalla o sólo de vez en cuando.

Dicen por ahí que los amigos son la familia que escogemos. Y yo no podría estar más de acuerdo con esto. Los vínculos que podemos desarrollar con nuestros amigos pueden llegar a ser igual o más fuertes que con algunos familiares.

Me pongo a pensar en todos los amigos y amigas que han contribuido a mi vida y han dejado su huella. Soy quien soy y estoy donde estoy gracias a cada uno de ellos.

Están los de una clase, los de un viaje, los de temporadas cortas, los de proyectos específicos, los que ya no están. De algunos perdí la pista, pero de nadie su recuerdo. Cada nombre levanta una ola de memorias.

Y por supuesto, están mis amigos de toda la vida. Los que han estado en los momentos más lindos y también en los más duros; que comen dulces con sabor a “comida de perro enlatada” para hacer reír a mis hijas, que pintan obras de arte en cáscaras de pistache o que hicieron posible soportar clases con nombres como “econometría”.

Están mis amigas del alma que saben que no me gusta el melón, que la presión arterial me sube cuando tienen que tomármela, que conocen cada uno de mis achaques y descifran mi estado de ánimo escuchando mi tono de voz. Las que saben qué me da miedo, qué me da risa, qué me mueve; que me llaman justo antes de subirme al avión porque saben que me pongo nerviosa, que fueron rebautizadas por mi papá al mismo tiempo que yo con el nombre científico de una bacteria, que se convierten en puentes para conectarme con lo que quiero y me recuerdan quién soy. Las que me ayudan a detener mi mundo cuando éste amenaza con caerse o doblarme los brazos, las que guardan mis recuerdos como si fueran mi disco duro externo por si acaso un día… comienzo a olvidarlos.

Hoy celebro a todos mis amigos.

¡Gracias por darle sentido a mi vida y abonar de manera tan contundente a mi felicidad!

 

 

Amigos

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El tema de esta semana se escogió solo y no admitió negociación. Cuando el día en que publicas coincide con el 14 de febrero, día del amor y la amistad, no hay más.

Ayer leí un artículo del New York Times que me atrapó con el nombre: “Si quieres un mejor matrimonio, compórtate como si fueras soltero”. ¿A poco no está sexy el título? Aquí te dejo el vínculo.

Aunque el encabezado logra levantar intrigas, en realidad el objetivo del artículo es resaltar lo importante y necesario que es tener una red sólida de amigos –aunque tengamos una pareja- para sentirnos felices y tener un bienestar emocional sano.

Y es que las parejas tienden, de manera natural, a reducir su mundo a las interacciones entre ellos y a su núcleo familiar. Esto es lo más cómodo, lo más sencillo y lo más practico; sin embargo, no es lo óptimo ni es suficiente.

Los amigos son un ingrediente clave en la felicidad, así que la publicación de hoy va con dedicatoria a la parte del día de San Valentín que se ocupa de la amistad.

Las personas venimos programadas de fábrica para conectar y pertenecer a un grupo. Estar aislados por periodos de tiempo largos es nocivo para nuestra salud.

Vivimos más tiempo y con más salud cuando tenemos lazos sociales estrechos; estudios muestran que la gente que tiene una red amplia de amigos y socializa de manera regular tiene un riesgo de mortalidad un 50 por ciento más bajo que aquellos que no.

Los amigos también contribuyen positivamente a nuestra salud mental. Contar con ellos nos hace menos propensos a experimentar tristeza, soledad, baja autoestima, trastornos alimenticios o de sueño.

Pasar tiempo con amigos tiene consecuencias positivas para la gente que vive con nosotros. Somos mejor idea para nuestra pareja e hijos después de pasar un rato agradable con amistades, pues regresamos recargados de energía, inspirados, más ligeros y, entonces, los recursos personales que ponemos a su disposición son de mejor calidad.

Los amigos agregan sabor a nuestras vidas y entre más diversas sean nuestras amistades, mejor. Vale la pena hacer el esfuerzo por ampliar nuestro grupo social y cultivar nuestra curiosidad para conocer a todo tipo de personas –roqueros, fotógrafos, chefs, deportistas, viajeros, artistas, académicos, apasionado de los vinos, de las mariposas, exploradores, decoradoras, músicos, escritores, estilistas, ejecutivos, etc. Cada persona es una ventana a un mundo diferente al nuestro y descubrimos cosas increíbles cuando tomamos la decisión de asomarnos a través de ellas.

Los amigos son una aventura, son diversión, cada uno de ellos nos complementa de manera diferente y van ganando importancia a medida que nos vamos haciendo viejos.

La frecuencia, la proximidad y el contacto personal son importantes. Compartir el espacio en tercera dimensión y de manera frecuente tiene un impacto mucho más grande en nuestra felicidad que tener contacto a través de una pantalla o sólo de vez en cuando.

Dicen por ahí que los amigos son la familia que escogemos. Y yo no podría estar más de acuerdo con esto. Los vínculos que podemos desarrollar con nuestros amigos pueden llegar a ser igual o más fuertes que con algunos familiares.

Me pongo a pensar en todos los amigos y amigas que han contribuido a mi vida y han dejado su huella. Soy quien soy y estoy donde estoy gracias a cada uno de ellos.

Están los de una clase, los de un viaje, los de temporadas cortas, los de proyectos específicos, los que ya no están. De algunos perdí la pista, pero de nadie su recuerdo. Cada nombre levanta una ola de memorias.

Y por supuesto, están mis amigos de toda la vida. Los que han estado en los momentos más lindos y también en los más duros; que comen dulces con sabor a “comida de perro enlatada” para hacer reír a mis hijas, que pintan obras de arte en cáscaras de pistache o que hicieron posible soportar clases con nombres como “econometría”.

Están mis amigas del alma que saben que no me gusta el melón, que la presión arterial me sube cuando tienen que tomármela, que conocen cada uno de mis achaques y descifran mi estado de ánimo escuchando mi tono de voz. Las que saben qué me da miedo, qué me da risa, qué me mueve; que me llaman justo antes de subirme al avión porque saben que me pongo nerviosa, que fueron rebautizadas por mi papá al mismo tiempo que yo con el nombre científico de una bacteria, que se convierten en puentes para conectarme con lo que quiero y me recuerdan quién soy. Las que me ayudan a detener mi mundo cuando éste amenaza con caerse o doblarme los brazos, las que guardan mis recuerdos como si fueran mi disco duro externo por si acaso un día… comienzo a olvidarlos.

Hoy celebro a todos mis amigos.

¡Gracias por darle sentido a mi vida y abonar de manera tan contundente a mi felicidad!